the story of us

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Estoy aburrida todo el tiempo en casa, odio las vacaciones de verano. Aunque realmente el instituto es peor; nadie se junta con la rara, la que no habla, la que tiene que usar un aparato en la oreja para poder escuchar algo con claridad. 

Me gusta leer, y mucho. Mi habitación tiene tantos libros que parece una biblioteca. Me pasé todo el día leyendo sentada con las piernas recogidas y me dolía hasta el coxis de tanto quedarme en esa postura. Bajé de la cama, me quité el aparato de la oreja y comencé a estirarme. 

Me desordené el cabello al momento de masajearme la cabeza mientras bostezaba. Vi la silueta de mi madre delante mío, pero no la oía, solo veía en sus gestos de la boca que decía "Chiara" y seguidamente hacía un gesto con su mano como "ponte tu coso". Sí, mi madre le decía coso a mi audífono.

"Perdón", le dije en lenguaje de señas.

—No te preocupes, princesa. Solo quiero que vayas al supermercado de enfrente a por algunas cosas.

Hice una mueca de disgusto. 

"¿No puedes ir tú? Estaba leyendo", me quejé moviendo las manos sin ganas y haciendo un puchero.

—Chiara, hija... Siempre dices que tu vida es aburrida, que no sales... ¿y me dices eso? - se cruzó de brazos.

"No es lo mismo... ", suspiré.

—Quién te entiende —giró los ojos—De todas formas no puedo ir, tengo que recoger a Joey de la guardería. Dejaré el dinero y la lista de la compra en la mesa del salón —habló y se retiró.

A decir verdad, yo sí escuchaba claramente, cuando estaba en un lugar con completo silencio y hablaba con otra persona, claro. Bueno, la otra persona hablaba y yo me comunicaba de una forma no verbal. Otra cosa muy distinta era cuando había mucho ruido, en pocas palabras: la escuela.

Me quité mi pijama de cerezas, me peiné y me puse un vestido verde sencillo. Me arreglé un poco las pestañas y me coloqué unas sandalias veraniegas. Bajé y fui directo a la mesita; mi madre dejó la nota del mandado, el dinero y una sombrilla de mano, seguramente porque eran las 11:00 a.m. y el sol quemaba. Mamá escuchó cuando abrí la puerta y me despidió con la mano, hice lo mismo.

Caminé tranquilamente unas cuadras y entré al supermercado. No había muchas personas en la caja, seguramente la señora López se confundió de nuevo al marcar las teclas del cajero y dio mal el cambio. Paseé por la sección de verduras y frutas hasta encontrar todo lo que me pidió mi madre; solo me faltaban dos barras de pan.

Llevé el cesto con las cosas hasta la caja vacía. No estaba ni un cliente, ni la señora López, que era la cajera. Supongo que estaría en el baño. Era algo mayor, supongo que unos 60 años, no tengo ni idea, pero parece una abuelita. No sé cómo sigue trabajando a su edad. 

Comencé a impacientarme y a poner las cosas sobre el mostrador, pero se me cayó la hoja con la nota y me tuve que poner en cuclillas para agarrarla. Al levantarme y tenerla ya en la mano, una chica pelirroja hace el mismo movimiento que yo desde el otro lado del mostrador. Sus ojos marrones conectaron con los míos; era muy guapa y tenía unos cachetitos muy tiernos.

Nos miramos por un rato, yo quedé con los ojos como platos por la impresión y ella con la boca ligeramente abierta. Ella no hablaba, y yo pues, no podía hacerlo. Justo cuando quise levantar la mano para señalar los productos y así lograr traerla a la realidad, una persona entró y preguntó si vendían extintores, a lo que la pelirroja salió de su mundo y dijo que no, que no lo hacían. 

La persona salió de inmediato y ella se puso del color de su pelo.

—¿Eso sería todo? —dijo sin mirarme.

Taciturno | kiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora