Sangre

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La camioneta de Coyote avanzaba con determinación a través de los desolados páramos, dejando una estela de polvo a su paso. A lo lejos, divisó lo que parecía ser un pequeño pueblo, rodeado por una imponente muralla construida con chatarra y restos de metal retorcido. 

A medida que se acercaba, las imponentes puertas de madera se abrieron lentamente, como si fueran las mandíbulas de una bestia que se preparaba para devorar a su presa. El crujido de la madera resonaba en el aire, anunciando la llegada de Coyote al interior de aquel enclave.

Una vez dentro, se encontró con un paisaje que contrastaba sorprendentemente con el desierto desolado que había dejado atrás. Las viejas estructuras que alguna vez fueron parte de un próspero pueblo estaban ahora restauradas con metal y plástico, como si fueran monumentos a un pasado olvidado. El sonido de la actividad humana llenaba el aire, con personas trabajando diligentemente para mantener vivo el corazón de su comunidad.

Coyote navegó entre los puestos del mercado del pueblo, una plaza antigua que ahora cobraba vida con la actividad de los residentes. En cada rincón, los vendedores ofrecían una variedad de bienes, desde alimentos frescos hasta piezas mecánicas y armas improvisadas. El bullicio y el colorido de la plaza creaban un ambiente vibrante y lleno de energía.

Al llegar al estacionamiento trasero, Coyote se detuvo junto a su camioneta, vigilando su valiosa carga. La tensión en el aire era palpable mientras esperaba la llegada de su contacto, un hombre de mediana edad con una apariencia relajada que contrastaba con el mundo peligroso que los rodeaba.

—Tú debes ser el Coyote, ¿verdad? —preguntó el hombre, con una sonrisa amistosa. Coyote simplemente asintió con la cabeza en respuesta, su expresión impasible bajo la máscara de gas que ocultaba su rostro.

—Yo soy Mario. Estoy contento de que hayas llegado a salvo. El camino puede ser peligroso —comentó Mario, extendiendo su mano en un gesto de camaradería que Coyote ignoró mientras se dirigía directamente al contenedor de carga.

—Hubo un par de ladrones, pero nada fuera de lo común. Rutina —respondió Coyote, comenzando a bajar las cajas del contenedor con eficiencia y determinación.

Mario observó con curiosidad mientras Coyote trabajaba, abriendo una de las cajas para inspeccionar su contenido. El olor a cuero y tela llenaba el aire mientras revelaba zapatos meticulosamente embalados en su interior.

—¿Todo en orden? —preguntó Coyote, su voz grave resonando en el aire.

—Perfecto. Entonces serían cincuenta créditos, ¿verdad? —inquirió Mario, esperando la confirmación de su cliente.

Coyote frunció el ceño ante la sugerencia de Mario.

—Y dos viales —respondió Coyote.

—Ah, viales, verás aquí en "Pueblo Arena" no solemos manejar los viales de sangre, nos parece algo barbárico.

La negativa de Mario a manejar los viales de sangre solo provocó una respuesta aún más contundente por parte de Coyote.

—Consigue los viales, o te mato y me llevo estos zapatos de mierda —sentenció Coyote con frialdad, su voz resonando con autoridad implacable.

—Mira, mira, ¿qué tal si te doy veinte créditos más?, diez por cada vial.

Coyote aceptó el pago adicional con una mezcla de resignación y satisfacción. Observó con interés mientras Mario desamarraba una bolsa de cuero de su cinturón, revelando varias piezas de oro relucientes que destellaban a la luz del sol.

Una vez que el intercambio se completó, Coyote se dio la vuelta y se dirigió de regreso a su camioneta. Con pasos firmes y decididos, subió al vehículo y encendió el motor, listo para retirarse del mercado. El rugido del motor llenó el aire mientras la camioneta de Coyote se alejaba lentamente, dejando atrás el bullicio del mercado y el tumulto de la vida en aquel pueblo fortificado.

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