cinq

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El padre, Carlos, llevaba días intentando olvidar el recuerdo de su rostro sobre el suyo por días, seguía con la cotidianidad de su vocación, pero ya nada era igual, ya no le gustaba la mesa en la que trabajaba, quería cambiar su biblia por velas negras y sal y se pasaba las noches tocándose los labios imaginando los suyos, se quedaba dormido intentando olvidarla y se despertaba recordándola.

Ese sentimiento de amor no era como el amor que había sentido por todo toda su vida, este eran brazas ardiendo en su pecho y podía sentir como le quemaban el corazón, ardía en la vergüenza del pecado de que en todo lo que amo ya no se encontraba su lealtad.

hincado frente a el santísimo le lloró a la cruz y le rogó que le curara todos estos sentimientos, que lo guiara nuevamente a un camino de luz lejos de la tentación, pero hincado de rodillas, no podía pensar en nada más que en su nuevo templo, ella.

Le pidió fuerza a Dios durante noches sin dormir mientras se tocaba los labios con esos dedos que ella había bendito con su propia boca, le pidió fuerzas a Dios mientras la pensaba, Le pidió fuerzas a Dios para volver a la ciudad y dejar este pueblo desierto atrás, pero en esa niebla floral en la que vivía ya le había crecido raíces a las flores y el juicio de Dios era inaudible.

Sin darse cuenta, pasó ya medio año desde la última vez que ella devoró un alma y medio año desde que él se mudó a el pueblo.

Esa noche, esa noche a la mitad del año, era especial, un circo se asentó cerca del pueblo y el mercado permaneció abierto por más tiempo de lo que usualmente lo hacía, lo familiar de este continuaba, pero ahora se mezclaba con algo que esa gente poco experimentaba, diversión; juegos artificiales, postres de lo que sabía a el extranjero, mascaras chinas, cirquistas caminando como si fuera una pasarela, esa noche era especial.

Él estaba vestido cotidiano, con una camisa azul celeste holgada y con su alaba y cíngulos perdidos en algún cajo, caminaba por lo que se sentía como un festival, en un lugar lleno de cirquistas desfilando era difícil encontrarla, su usual destello ahora estaba camuflado.

Respiró hondo, le pidió perdón a Dios y se dejó llevar por la corriente, despreocupado de la gente que lo saludaba y admiraba se perdió entre la gente hasta que se encontró con esculturas de deidades de las que sabía el nombre y estaba a dispuesto a pronunciar con tal de volverla a encontrar.

Ella no lo busca a él, buscaba una alama que saciara el hambre de la que ella últimamente no tenía control, pero por obra del destino, en ese mercado que ahora era un carnaval, se encontraron.

—Carlos. —lo reconoció con las luces oscuras, sin siquiera parpadear, su corazón palpitaba en la misma sinfonía, la un des comprimido que comenzaba a jugarles en su contra.

—l'amour de ma vie—tomó las manos de su amada entre las suyas con cautela y le beso los nudillos, sus ojos se llenaron de lágrimas apenas sintió sus labios y los ríos colapsaron cuando segundos después tomó su rostro con sus manos y las suyas y la beso, la beso con suplicas de perdón por haberla negado antes bajo la luz de la luna. —Te amo.

Sus besos se desbordaron por toda la noche, entre besos y discreción rodaron por el carnaval, terminaron tocándose en un callejón lleno de colillas de cigarros y siguieron rodando en besos incapaces de dejar de tocarse y besarse por un solo segundo, el solo sentir del oxígeno en su cuerpo para poder respirar los hacía extrañar el cuerpo del otro.

rodaron hasta el cuarto de un motel entre besos y se separaron un momento para despabilarse, pero se sentían como drogadictos en una clínica de rehabilitación lejos de eso que les alteraba la química cerebral tan celestialmente.

Ella se sentó en la orilla de la cama y prendió la televisión, intento concentrarse en algún programa de mierda que hubiera en la madrugada, pero a un lado de la televisión la puerta del baño donde estaba Carlos estaba abierta y ella podía verlo con claridad, lavándose la cama y la boca una y otra vez, reparando e inhalando profundo ignorante de que la brujita lo miraba.

Toda su pasión se convertía en paz cuando lo veía de aquella forma tan desnuda y real.

Dejo de mirarlo cuando el la miro a ella. Cerró la puerta del baño, camino a hacía ella, se ancho frente a sus rodillas con devoción y tomó el control remoto que descansaba a su lado para apagar la televisión y posteriormente lo lanzó a cualquier lugar.

—Te amo Sylvia, quiero rezarte y leer tus testimonios todas las noches. —Con cada palabra él estaba más y más cerca de ella. —renunció a mi fe para volverme devotó a ti.

Apenas pudo terminar de hablar cuando se abalanzó sobre ella y comenzó a consumirse en su boca a besos.

Ella lo empujo lejos con sus palmas en su pecho y la miro orificada.

—No quiero hacer esto, no a ti, tú que eres tan bueno y dulce, a ti no. —Dijo llegando, él quería seguir besándola aún, pero se tapaba la boca con sus manos. —Vuelve a Francia, encuentra una mujer propia y respetable y déjame sola. No quiero tenerte si tenerte es matar todo lo que eres.

—Cometeré el riesgo. —le prometió llorando.

—Yo no.

Ella se fue, dejándolo agitado en esa habitación de hotel y cuando llegó a su hogar lloro hasta que la luna la abandono.

l'amour sous la cathédrale (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora