Capítulo 4 : Los misterios que aguardan en mi nuevo hogar

26 2 0
                                    

—¡¿Shaoran, eres un vampiro?! —grité, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de mí.

Miré mi pierna, aún sangrando. ¿Acaso eso era lo que él quería? ¿Mi sangre?

—Si quieres sangre, puedes beber de mi pierna —ofrecí, mi voz temblando.

—No, la sangre fresca es mucho mejor —respondió Shaoran con una sonrisa enigmática, sus ojos brillando con un destello inquietante.

(¿Por qué me está sucediendo esto a mí?) pensé, la desesperación en aumento.

Shaoran se acercó lentamente, y comencé a retorcerme de miedo, deteniéndome solo al topar con la fría pared del laberinto. Cerré los ojos, esperando lo peor. Pero, al no sentir nada, los abrí lentamente y vi que Shaoran me estaba ofreciendo su mano.

El miedo recorría mi cuerpo, paralizándome, y no pude aceptar su gesto. Shaoran, notando mi terror, dejó de insistir y se dio la vuelta, agachándose.

—Vamos, te ayudaré a regresar a la mansión. Tienes el tobillo lastimado.

(A pesar de mi miedo, algo dentro de mí me decía que debía confiar en él.)

Sin pensarlo dos veces, me subí a su espalda, rodeando su cuello con mis brazos. Sentí su calor, tan cálido, y su aroma, dulce y reconfortante. El miedo que había sentido momentos antes se desvaneció.

("No entiendo por qué perdí el control al oler la sangre de esta chica"), pensé mientras caminábamos.

Al llegar a la mansión, Eriol y Kaito nos esperaban en la entrada. Al vernos, sus rostros se relajaron y nos dieron paso. Eriol fue por el botiquín de primeros auxilios, mientras que Kaito trajo una manta y un poco de té. Shaoran me acomodó en un sofá con delicadeza.

Eriol comenzó a desinfectar mi herida, su toque firme pero gentil. Luego examinó mi tobillo y lo vendó con esmero.

—Mmm, parece que no es tan grave. Tu tobillo estará mejor mañana —dijo Eriol con una sonrisa tranquilizadora.

—Gracias, Eriol.

—No es nada, señorita. Es mi deber.

—Ahora, ¿nos puede decir qué hacía fuera de la mansión, señorita? —intervino Kaito, su voz seria.

—Déjala en paz, Kaito. No ves que está herida. Será mejor que nos cuente mañana; además, está cansada y es muy tarde —interrumpió Eriol.

—Lo siento, señorita, por haber sido tan duro con usted —se disculpó Kaito.

—No, está bien. Entiendo que estuvieran preocupados por mí, pero me gustaría hacerles una pregunta.

—Sí, díganos, señorita —respondió Eriol.

—Quiero que me digan toda la verdad, sin mentiras.

—Ya sabe lo que quiere saber, señorita. Debió verlo fuera de la mansión —dijo Kaito, sus ojos llenos de pesar.

—¿Qué? ¿Entonces lo sabían? ¿Por qué no me lo habían dicho? —exclamé, incrédula.

—La razón es que usted no habría querido vivir aquí si hubiera sabido la verdad. Le prometemos contarle todo, pero prometa escucharnos hasta el final —dijo Eriol con seriedad.

—Lo prometo, pero quiero saber toda la verdad.

—Está bien —asintió Eriol—. Yo, en realidad, soy un mago. Kaito es un humanoide, y Shaoran es un vampiro. Vivimos en un mundo donde habitan los kaijin, seres como nosotros que muchos creen que son solo leyendas. Vivimos entre la oscuridad, no es un paraíso sino más bien un infierno. Somos cazados por personas que conocen nuestra existencia para experimentar con nosotros o para cosas peores. También somos asesinados por nuestra propia especie.

(¡Qué horrible vida han llevado!) pensé, conmovida por sus palabras.

—Para evitar esto, existen los Guardianes, quienes nos protegen. Pero han ido desapareciendo de forma extraña, siendo asesinados brutalmente. No sabemos quién está detrás ni cuál es su objetivo, pero la protegeremos con nuestra vida, señorita.

—¿Qué? ¿Quieres decir que soy una Guardiana? —pregunté, asombrada.

—Sí, señorita —respondió Eriol—. Los Guardianes se identifican por una marca en forma de media luna.

(No puedo creerlo, me cuesta aceptarlo. Pero eso explica esa marca que tengo en el hombro.)

—Lo que estoy a punto de decirle es muy fuerte para usted —advirtió Eriol.

—Dímelo, estoy lista para escucharlo.

—El día del accidente en el que perdió a sus padres y hermanos no fue un accidente. Fue provocado para que usted muriera.

Me quedé impactada por sus palabras, y de pronto, las lágrimas comenzaron a caer.

(Entonces, fue mi culpa que mis padres y mi hermano fallecieran. Porque soy una Guardiana y nunca acepté serlo.)

—Su abuelo también era un Guardián. Nos salvó la vida, así que estamos en deuda con él. En su último día, supo que usted también era una Guardiana y nos pidió que la protegiéramos.

(Entonces, mi abuelo era un Guardián y por eso yo también lo soy.)

Sentí unos brazos rodeándome, cálidos y reconfortantes.

—Puede llorar todo lo que quiera, señorita. Sé que es muy duro aceptarlo, pero debe ser fuerte —dijo Kaito con ternura.

Lo aparté bruscamente y me levanté.

—Lo siento, Kaito. Necesito estar sola. Me iré a mi habitación. Buenas noches a todos.

Salí de la sala sin decir una palabra más. Me acosté en mi cama, intentando dormir, pero los recientes eventos no me lo permitían. Lágrima tras lágrima, dejé caer mi dolor, sabiendo que mis padres y mi hermano habían muerto por mi culpa.

("Mataré al culpable que provocó el accidente. No quiero seguir siendo una Guardiana, aunque fui elegida. Siento que todavía hay misterios en esta mansión que esperan ser revelados. Algún día, descubriré toda la verdad".)

Mi encantador mayordomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora