La Batalla

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El guerrero, con su armadura reluciente y su espada resplandeciente, se encontraba ante el monstruo final, una bestia de pesadilla cuyas garras podían destrozar la misma realidad. El viento aullaba alrededor de ellos, como si el mundo mismo estuviera al borde del abismo. Sabía que si fallaba, todo lo que amaba sería destruido. El peso de esa responsabilidad lo aplastaba, pero también lo fortalecía.

Con un rugido, el monstruo arremetió, sus ojos ardientes reflejando un odio ancestral. El guerrero levantó su espada y bloqueó el ataque, sintiendo la fuerza monumental de la bestia sacudir sus huesos. Cada golpe, cada movimiento, era una danza mortal, una lucha por la supervivencia no sólo de sí mismo, sino de toda la humanidad.

Mientras la batalla se intensificaba, el guerrero se dio cuenta de que no podía simplemente derrotar al monstruo con fuerza bruta. Necesitaba algo más, algo que solo su sacrificio podía lograr. Un antiguo conjuro vino a su mente, uno que había aprendido en su juventud, un hechizo que requería la vida de quien lo pronunciara para sellar al mal absoluto.

El guerrero retrocedió unos pasos, jadeando, sus ojos buscando el horizonte por última vez. En su mente, vio los rostros de aquellos a quienes amaba: su familia, sus amigos, su pueblo. Sabía que estaba a punto de hacer el último sacrificio por ellos.

"Por ustedes", susurró, levantando la espada hacia el cielo. Las palabras del conjuro salieron de sus labios con una fuerza sobrenatural, resonando en el aire con una vibración antigua y poderosa. Una luz cegadora emanó de su cuerpo, envolviendo tanto al guerrero como al monstruo.

El monstruo rugió, sintiendo el poder del conjuro atrapar su esencia. El guerrero, sintiendo su vida desvanecerse, sostuvo su espada con ambas manos y, con un grito final de determinación, la hundió profundamente en el corazón de la bestia.

La luz se intensificó hasta que todo lo que se pudo ver fue un resplandor blanco. Cuando la luz finalmente se desvaneció, el monstruo había desaparecido. El guerrero, gravemente herido y apenas consciente, cayó de rodillas. Su visión se nubló, pero podía ver que el cielo, que había estado cubierto de nubes oscuras, se despejaba, y el sol brillaba con una intensidad renovada.

En ese momento, una figura apareció corriendo hacia él. Era una mujer, vestida con ropas sencillas pero con una expresión de determinación y desesperación en su rostro. Lo tomó entre sus brazos, sosteniéndolo con cuidado mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

"Resiste, por favor", suplicó ella, tratando de detener la sangre que manaba de sus heridas.

El guerrero, con un esfuerzo titánico, levantó la mano y la posó sobre la de ella. Sus ojos, llenos de paz y resignación, encontraron los de la mujer.

"Lo logramos", murmuró con voz entrecortada. "El mundo está a salvo. Gracias por estar aquí... en el final."

La mujer asintió, incapaz de hablar por el nudo en su garganta. Sabía que estas serían sus últimas palabras.

"Cuida de ellos", susurró el guerrero, sus ojos comenzando a cerrarse.

"Diles... que siempre los amé," murmuró Sam con su último aliento. Sus ojos se cerraron y su mano se deslizó, cayendo inerte en la tierra húmeda. La mujer lo sostuvo entre sus brazos, su cuerpo temblando mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

Pero la historia no termina aquí. De hecho, es donde todo comienza.

"Héroe de Dos Mundos"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora