Capítulo 2.

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Verónica no durmió esa noche, sabía que si cerraba los ojos corría el peligro de no despertar hasta que fuera de día y entonces tendría un gran problema para intentar explicarle a Alberto qué demonios había hecho encerrada en una habitación con una mujer toda la noche...  o peor aún: una persona que no fuera su amigo la podía encontrar y sería mucho menos piadosa en sus juicios.

Así que no, la mujer de ojos verdes no durmió, ni siquiera cuando su compañera, agotada, cerró los ojos y permitió que el sueño se la llevara. En su lugar Verónica la miró fijamente por mucho tiempo, se decía a sí misma que se pondría la ropa y se iría en cuanto estuviera segura que la mujer a su lado no se iba a despertar pero la cercanía a ella la hacían notar detalles en los que no había reparado ni cuando la vio en el patio de afuera, ni cuando hicieron... bueno... eso; la luz de la luna iluminaba sus facciones, dándoles un aspecto suave, Verónica pensaba que era una mujer muy bonita, se veía más joven cuando dormía, no podía pasar de los 30 años.

"Dios mío, ojalá no tenga menos de 25. ¿Qué diría eso de mí?" pensó, luego la otra parte de su cabeza se burló de sí misma; aquí estaba Verónica preocupada por la edad de la mujer con la que había pasado la noche, la MUJER, se repitió. "No seas hipócrita, Verónica." se regañó con un sentimiento de culpa en el que no se quiso detener a pensar porque sabía que solo iba a aumentar.

El objeto de sus pensamientos se removió entre sueños y la sábana se resbaló, revelando su pecho desnudo, estaba lleno de pequeños lunares en los que no había reparado antes por su prisa en hacer otras cosas, su mirada subió a los labios de la mujer, estaban entreabiertos y a veces salían pequeños suspiros de ellos, se veían suaves, no es que Verónica lo pudiera comprobar porque seguía negándose a besarla y aunque esa noche habían estado en otras partes de su cuerpo solo un beso le podría comprobar su teoría... o quizá... una de sus manos se acercó lentamente, cerca de acariciarlos... pero a último momento se detuvo, su mano volvió a su lado y alejó la mirada con culpabilidad, se sentía como una violación a su privacidad mirarla cuando estaba dormida y tan vulnerable.

En su lugar miró por la ventana, la luna no estaba tan esplendorosa como la última vez que la vio, debía de estar por amanecer; aún se oía música pero en un volumen más bajo lo que significaba que no podía quedar mucha gente, era el momento adecuado para salir sin llamar mucho la atención. Con un suspiro se levantó de la cama cuidando no despertar a la otra ocupante de la habitación, lo último que necesitaba era una incómoda conversación con ella, ni siquiera sabía qué le diría, negando con la cabeza recogió su ropa que había quedado tirada por toda la habitación y se la puso en un rincón con toda la lentitud del mundo para no hacer ruido.

Su bolso estaba tirado a un lado de la puerta donde lo había dejado caer sin contemplaciones, el contenido se hallaba esparcido por el suelo, se agachó rápidamente para guardar todo de nuevo y antes de caminar hacia la puerta regresó a un lado de la cama donde observó a la mujer por última vez, apenas se había movido y parecía sumida en el más profundo de los sueños; sin poder evitarlo extendió su mano para acomodar su cabello y, por un impulso que Verónica no se quería detener a analizar, acarició su mejilla con ternura.

—Adiós —susurró en el silencio de la noche sin esperar respuesta, con sumo cuidado tomó las sábanas y la cubrió—. Gracias.

Y se alejó con sus zapatos en una mano y el bolso en la otra, saliendo por la puerta sin mirar atrás.

-

Ya eran más de las cinco de la mañana cuando abrió la puerta de su casa, todo estaba en total silencio así que subió a su habitación, estaba demasiado agotada para ponerse el pijama siquiera así que solo se quitó los zapatos y se arrojó a la cama, envolviéndose entre las sábanas y dejando que la oscuridad la absorbiera.

Pecado Original (VerAna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora