Capítulo I

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El cielo comenzaba a oscurecerse mientras los truenos retumbaban en el espeso bosque. Las hojas de los árboles se mecían al compás del viento, y la lluvia, con gotas gruesas llenas del líquido de la vida, caía con furia.

Los cascos de los caballos golpeaban el suelo lodoso, y los gritos de los jinetes resonaban sobre la tormenta, bestias salvajes avanzaban con velocidad, protegiéndose de la lluvia con túnicas.

— Rápido!
— Leidy Perséfhone
— ¡Estamos más cerca, resista mi Leidy!

En medio de este frenesí, la fiebre se apoderaba de la mujer a lomos del caballo, su dolor era palpable mientras los gurreros la llevaban a la Casa Madre, en el corazón de la selva el dolor entre su ombligo y sus piernas era abrumadora, a pesar del sufrimiento acarició su vientre, deseando un futuro con su hijo.

— ¡Rápido, Leidy Perséfhone necesita atención medica!

El caballo salvaje, de pelaje negro golpeó violentamente el suelo, siendo brusco con su jinete y la mujer que llevaba en su loma, habían llegado a la Casa Madre siendo su objetivo claro: Asegurar la vida del niño.

— Llevala arriba, los sentinelas la esperan.

En medio de la guerra, donde fue rescatada la emperatriz, se enfrentaban dos clanes. Una en la que marcaría la historia.

la lucha continuaba, los gritos de la mujer estremecían a los centinelas, y así, nacio el último de los herederos, ya que la emperatriz segundos después del parto, cerro sus ojos, el silencio cobijo la habitación.

La tribu bailaban con sus vestimentas exuberantes bajo la lluvia, los sonidos extraños resonaban por todo el bosque, los niños cantaban al cielo anunciando la llegada de una nueva vida, el llamado de un niño resonó en la aldea, y la vida parecía renacer.

Aún así, la muerte también se cernía sobre la sala donde la Emperatriz Madre, agotada por el largo parto, dijo ojos en susurros de lamentos.

— Perdón... — susurro ante su último aliento.

Afuera gritaban de emoción, sin saber que una tragedia se presentaba en la sala. El bebé, quinto heredero de la tribu Magterba, había nacido entre la desgracia y la esperanza.

Los sentinelas, estaban alegres por el niño, per no vinieron venir cerca la muerte. El Alfa a su lado, sonreía alegremente, pero Leidy Perséfhone, se encontraba débil, desvanecían sus fuersas sin percatarse.

El líder de la tribu, miró a su esposa fallecer adelante de sus hijos, los sentinelas inmediatamente acudieron a la Omega, su corazón desesperado se estremeció, corrió hacia la mujer tratando de sacudirla, pero ella no respondió.

—  ¡No, no, no! —  Sus ojos comensaban a humedecerse, llenándose de dolor.

El Alfa sentía como su corazón se partía en pedazos, como ardía y como se caía, vía a su esposa costandole respirar y cerrar sus ojos lentamente.

La Líder, Madre Perséfhone, había fallecido debido a la fiebre y los dolores incesantes, dejando atrás la vida que había procreado, su esperanza de vida plena y feliz.

Sin embargo el Líder Helios, su esposo, clamaba venganza sobre el hijo recién nacido, culpándolo de la muerte de su amada.

— ¡Tu vida será el infierno, pagarás por su muerte!

La sala resonaba con gritos desgarradores y llantos. El padre, lleno de rabia, fue llevado fuera de la sala, separando al bebe nacido por los ancianos.

El futuro del príncipe quedó marcado por la tragedia. Mientras el pueblo proclamaba su esperanza, la vida del pequeño comenzaba con la sombra de su madre.

Mientras tanto, el Emperador Helios, sumido en el lamento de la pérdida de su amada esposa, enfrentaba la amarga realidad de la existencia de su quinto heredero.

La ira y el dolor lo consumían, nublando su juicio.

— Helios, debemos pensar en el bien de la tribu — Dijo el primero de los ancianos más sabios.

— Este niño es nuestro futuro, el futuro del Bosque — argumentaba el anciano con sabiduría en sus ojos.

Los líderes de la tribu, conscientes de la importancia del niño, trataban de conbencer al desconsolado Helios.

— ¡Mi esposa yace muerta, y vosotros habláis de futuro! — Grito enojado — Este niño es una maldición, ¡debería perecer! — respondía Helios, desgarrado por la pena.

Mientras la discusión continuaba, los ancianos más ancianos de la tribu decidieron un destino incierto para el ricien nacido.

Sería entregado a una persona de confianza, lejos de la mirada del Emperador desconsolado. Esta persona, conocida por su lealtad a los ancianos, se encargaría de criar al pequeño y guiarlo en su camino.

Así, los ancianos acordaron enseñarle sabiduría, y el padre del niño fuerza.

— Como acordamos, ese niño será de utilidad para nuestros intereses. ¡Llévenselo! — Sentenció Helios lleno de rabia.

Las sombras de la noche se cerraban sobre el Bosque Magterbra.

Los ancianos, envueltos en sus túnicas, se llevaban al recién nacido. El pequeño, ajeno al destino que le aguardaba, dormía plácidamente en brazos de aquellos que.

Así en medio de la tormenta y tragedia, comenzó su viaje en un mundo lleno de sombras y secretos.

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