00

1.9K 268 64
                                    

El tic tac del reloj se entrelazaba con el sutil aroma de los medicamentos que flotaba en el aire

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El tic tac del reloj se entrelazaba con el sutil aroma de los medicamentos que flotaba en el aire. Cada hilo de algodón, al rozar sus dedos, parecía contarle una historia que él no podía ver, pero que conocía a través de la delicadeza del tacto. Las cortinas se movían suavemente, como si el viento les susurrara secretos, acompañadas del canto lejano de aves que danzaban en la brisa del atardecer.

Un aroma fresco y dulce alcanzaba sus sentidos, provocando que su cuerpo, casi por instinto, se inclinara hacia esa fragancia que le hablaba de flores, de vida. La textura del aire, las voces, y hasta el sonido del reloj le decían que el día se despedía, sin que él pudiera verlo, pero con una certeza tan profunda como la que le daba el latido de su propio corazón.

El tejido de las sábanas que cubría la camilla no era suave como imaginaba, pero su tacto le decía más que la suavidad; le decía que todo tenía su lugar en el mundo, aunque su vista ya no pudiera confirmarlo. Sabía, sin mirar, que al menos cuatro aves cantaban cerca del hospital. Cuatro, siempre cuatro. Y así, con el tiempo, aprendió a escuchar el mundo con un detalle que solo los ciegos conocen, con un afán de aprovechar cada uno de los sentidos que le quedaban.

Cinco años. Cinco largos años de haberse alejado de la vida que conocía, de ese mundo en el que los colores no eran solo una fantasía, sino una realidad. Un accidente lo había arrancado de todo eso, y lo había sumergido en una oscuridad que no tenía fin.

—¡Deberías quedarte al menos esta noche!

La voz de la enfermera llegó como un susurro impaciente, pero Izuku la sintió como un destello en su oscuridad. No se asustó, pero su corazón dio un pequeño brinco ante el tono de preocupación.

—¿Uh? —inclinó la cabeza, intentando captar cada palabra que caía hacia él.

—Me voy.

—¡Joven Bakugo! —La enfermera parecía desesperada, su voz resonaba como un eco, cargada de preocupación.

Izuku, con la misma calma que siempre intentaba mantener, dio unos pasos vacilantes hacia la izquierda. El canto de las aves y el suave golpeteo de las cortinas le confirmaban que la puerta estaba en el otro extremo, como un mapa que solo él sabía leer.

—¡Puedo moverme perfectamente! —La voz de Bakugo, firme y profunda, llegó a sus oídos, interrumpiendo el murmullo de la enfermera.

Izuku frunció el ceño cuando su pie tropezó con algo más en el suelo, probablemente otra camilla. Tanteó con su mano, buscando la seguridad de las superficies familiares, y siguió adelante, guiado por el eco de las sombras que se tejían a su alrededor. Llegó finalmente a la perilla de la puerta, un pequeño triunfo de su cuerpo sobre la oscuridad.

BASTÓN || bkdkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora