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La capital celestial todavía era un caos para cuando Quan Yizhen finalmente pudo tomar el cuerpo inerte de su shixiong y llevarlo a los cimientos de su nuevo palacio.

La guerra llevaba menos de una semana de haber acabado, los ánimos de muchos aún seguían por los suelos. Era una gran ventaja que en el Oeste los creyentes aún siguieran dejando oro y méritos. Por primera vez Quan Yizhen apreció de corazón el valor del oro que tenía en sus manos.

Tomó adoquines que aún no estaban destruidos por completo, compró materiales en una aldea cercana, y con sus manos comenzó la construcción del nuevo palacio Qi Ying.

Él no sabía nada de construcción, sólo se aferraba al silencioso anhelo de su alma. El general Nan Yang se apiadó de él, o quizá fue por órdenes de Taizi Dianxia, pero acabó enviando a sus dioses menores para ayudar a Quan Yizhen con la construcción de al menos, una habitación de cuatro paredes decentes.

Se sintió agraviado por ser relegado de la labor, pero más pronto que tarde entendió que no podría hacerlo solo.

El palacio Qi Ying fue uno de los primeros en construirse en la nueva capital celestial.

Y así, el décimo día de la caída de Jun Wu, Quan Yizhen recostó el cuerpo frío y sin latir de Yin Yu, su shixiong, sobre una cama con dosel de seda púrpura y mantas de finos hilos de oro.

Los ojos cerrados, los dulces labios pálidos, la piel blanca como el papel, sin un resto del suave bronceado que lo había adornado en sus años de secta. Un cuerpo mantenido sólo con la energía espiritual del Dios Marcial del Oeste.

Y con el débil palpitar de la energía encerrada en aquel grillete maldito.

Roto.

Como el corazón del hombre que aún vivía a costa de otra vida.

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Quan Yizhen sabía que la reconstrucción de la capital celestial aún se estaba llevando a cabo porque escuchaba el ruido de la multitud yendo y viniendo, taladrando sus sensibles oídos que se habían acostumbrado al silencio.

También lo sabía porque en su rutina que había fijado, cada ciertos días salía de la habitación para lidiar con uno que otro monstruo o bestia especialmente fastidioso como para que sus creyentes se pusieran insistentes con sus plegarias.

Últimamente no salía de la habitación, eso no había cambiado mucho desde que estaba en la anterior capital celestial, cuando sólo regresaba a dormir y salía sólo para pelear o cumplir con misiones que le ordenaba el emperador si es que tenía ánimos de obedecer.

Pero sí había cambiado. Antes al menos comía un par de bocados de lo que encontrara; ahora no le interesaba comer. Daba igual, no le iba a pasar nada si no lo hacía. Ahora también con cada regreso, pasaba más de una varilla de incienso en el cuarto de baño, quitándose la suciedad y el polvo del cuerpo, cepillando su cabello y atándolo de la diligente forma que shixiong le había enseñado; cambiándose a túnicas limpias para poder meterse a la cama y sujetar aquel frío cuerpo contra el suyo caliente.

De vez en cuando también bañaba a shixiong. Aunque Quan Yizhen no creía que fuera necesario, ya que shixiong siempre olía bien.

A lirios negros y fuerte melocotón.

Era su rutina diaria y la única que disfrutaba. Tomaba el cuerpo de shixiong contra el suyo y envolvía su muñeca con sus dedos, presionando sus meridianos para nutrirlo con su propia energía espiritual, día y noche.

Quan Yizhen tenía muchos creyentes, los méritos y el oro siempre venían, la energía espiritual era infinita. Podía compartir esto y más con su shixiong.

Té de Melocotón • QuanYinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora