- 0 metros -

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El salto de los conejos de manera diagonal suele oscilar entre los tres metros. Saltan de esa manera tan apresurada para llegar a un destino deseoso.
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La ciudad siempre ha sido caótica, ruidosa

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La ciudad siempre ha sido caótica, ruidosa. La abundancia de gente con sus propios pensamientos inundaban las calles donde una historia distinta a la otra reinaban para todos.
Bajo aquellos últimos destellos del atardecer su cabello blanco se movía libremente por las suaves ráfagas de viento que acariciaban con suavidad su rostro y su andar continuaba con un mismo rumbo fijo.

¡Pastel de zanahorias! —susurró al instante mientras sus sentidos se intensificaban. Su naricita comenzó a moverse rápidamente y sus pequeñas orejas largas se dirigieron aquel lugar donde ese aroma le había embriagado.

Al instante se dejó llevar por sus instintos y se desvió de su camino habitual. La falda que llevaba por uniforme comenzó a moverse en sincronía junto aquella mochila que cargaba a sus espaldas. Después de unos instantes de seguir sus instintos, bajó el manto de un árbol gigante que daba sombra, un pequeño niño de cabello negro se encontraba sentado.

Sutilmente aquella chica se acercó discretamente hasta donde estaba aquel chico debajo del árbol. Entre sus manos, una pequeña rebanada de pastel de zanahorias reposaba junto a una sola cuchara. La niña de pequeñas orejas de conejo largas observó fijamente aquel postre al haber llegado junto aquel niño.

— O-oye... —el pequeño habló ligeramente nervioso por la inesperada aparición.

Al enfocar mejor la vista observó como aquella chica lo ignoraba completamente al estar absorta observando el postre. Una suave risita se apoderó del niño y tomó un pequeño pedazo de pastel y lo llevó cerca de la niña.

Huh... —la pequeña, desconcertada, observó al niño.

— ¿Te gustan las zanahorias? —preguntó con una pequeña risita.

La niña asintió suavemente con la cabeza y aquel niño volvió a ofrecer aquel pequeño pedazo de pastel que había partido hace unos instantes.

— ¿Para mi? —preguntó la niña confundía recibiendo un asentimiento.

La pequeña tomó aquella cuchara y la llevó hasta su boca. Al instante, la suavidad del pastel de zanahoria embriagó sus instintos.
Sus ojos verdes brillaron al instante y sobre sus mejillas, aquellas pequeñas pecas se sonrojaron y sus orejitas de conejo comenzaron a moverse al instante.

— Son igual de deliciosos a los que hace papá... —musitó la niña.

El niño rió un poco observando el tierno gesto de la niña e imitó su acción, devorando un pequeño pedazo de aquel pastel.

Saltos de conejo | IzukuxRumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora