Asuntos muggles

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John estaba tendido sobre el suelo de su cuarto, se le hacía extraño volver a estar ahí, pero agradecía no ver durante una temporada el naranja de su habitación en Londres.
–Oye, Liz, ¿es posible enviar a un fantasma al más allá sin que cumpla su cuenta pendiente? –la pregunta brotó de sus labios, inocente; un silbido, casi imperceptible, la acompañaba.
Llevaba mucho dándole vueltas, y el aburrimiento del verano comenzaba a hacer atractivo el trabajo que llevaría librarse de cierto profesor, darle un empujoncito al otro lado.
Liz levantó la vista del cómic, le había recomendado que le echara un vistazo hacía apenas un minuto. Desde el suelo parecía una gigante, sentada en la cama, tan erguida.
–Sí, aunque no todos los fantasmas tienen por lo que sé una cuenta pendiente, algunos se aferran al mundo de los vivos sin motivo aparente. No se sabe mucho sobre fantasmas, y es catalogado todo como artes oscuras... Aunque en mi casa hay libros interesantes sobre el tema dudo que pudiese prestártelos, pero tus amigos quizá tengan padres más permisivos.
–Quizá le pregunte a Theodore, porque Draco no sé si quiere o no hablarme. – La chica le miró confundida –. Le llamaron traidor a la sangre por mi culpa el último día en el tren y decidí irme... No he sabido nada de él desde entonces – añadió encogiéndose de hombros, sin levantarse del suelo.
–Me preocupa más que planees hacer algo que otra cosa, pareces obsesionado con enviar al otro barrio a ese fantasma... Pero no estás teniendo en cuenta que si te pillan estarás expulsado. Más con la ley inglesa respecto a la magia tenebrosa.
No le gustaba el tono de reproche de su amiga, pero sabía que estaba en lo cierto.
–No expulsaron a unos locos que fueron a por la piedra filosofal y se enfrentaron a un profesor casi señor oscuro... Es más, por poco no ganan la copa, a Dumbledore le encantó su intento de suicidio.
»A ver, sé que siendo una serpiente no tendré ese trato. Aun así, he visto la seguridad del lugar y no me pillarían, y dudo que pensaran que yo he logrado algo de ese nivel en segundo...
Escuchó a Liz suspirar y cerrar el cómic.
–No diré que me importe, pero ve con cuidado. Puede que realmente esté fuera de tus capacidades.
Justo en ese instante, John escuchó unos golpes en la puerta, por lo que no pudo replicar.
–Cariño, Michael ha venido, ¿le digo que suba? – La voz llegó amortiguada.
–Sí –contestó sin pensarlo.
La chica se levantó y le tendió una mano.
–No querrás que te encuentre ahí tumbado...
John aceptó el ofrecimiento, aunque su amiga sólo usaba que apareciese Michael de excusa para no verlo en el suelo.
–¿Qué te parece echar una partida a Magic? No pienso salir con el sol que hace. – La idea salió de su boca justo quedó de pie.
–Hace un año hubiese dicho que Michael no sobreviviría, pero hace un año tampoco pensé que llamaría a tu puerta amistosamente — bromeo Liz.
Antes de que pudiera hablar Michael entró. El chico parecía contento y a punto de hablar, pero frenó en seco al ver a Liz. Se formó un silencio incómodo. Desde la planta baja llegaba el rumor de su madre fregando platos.
–Hola, Michael –John saludó tratando de que el momento pasara.
El chico lo miró y calculó lo que decir.
–Hola. No sabía que estaba ella.
–Tengo nombre –atacó Liz.
John no sabía como el primer día los dos habían convivido, tampoco como antes de su llegada habían hablado. Se llevaban mal, y lo peor es que no entendía el cambio de actitud en dos días.
–Haya paz, por favor... Y, Michael, puedes decirme lo que sea, no es como si Liz afectara en algo... Ni como si fuese a decirle algo a alguien.
Supo que eso no le había gustado a su exenemigo, pero acabó por resignarse a hablar, no sin antes fulminar a Liz, que se había sentado de nuevo en la cama, abriendo el cómic.
–Cómo sea... –Hizo una pausa, apartando su flequillo y apretando los labios –. Me he acabado el libro, ¿tienes el segundo?
Sólo en ese instante John observó que el chico traía un libro bajo el brazo, tardó un segundo en procesar que, efectivamente, era el regalo de Navidad de Michael. No sé lo había preparado mucho, recordó vagamente envolver el primer libro de "Las crónicas de la Dragonlance", que había comprado de segunda mano porque su ejemplar estaba en un estado lamentable. Se había dado cuenta de que, a pesar de que el suyo no conservara las cubiertas, el otro no le gustaba, y lo había dado para salir del paso.
–Oh... ¿Te lo has leído? – La incredulidad se manifestó sin querer, seguida de la leve risa de Liz.
Michael se encendió de vergüenza.
–¡Claro que me lo he leído! Se supone que me lo regalaste para eso, friki.
John seguía confuso y el grito no ayudo, quería responder con su sagacidad habitual pero, simplemente, boqueó antes de cerrar la boca. Su amiga seguía riendo de fondo, crispando más el ambiente.
–No sé como me rebaje a hablar contigo en un principio, pillo la indirecta. – Michael volvió a hablar, esta vez con gesto sombrío; justo después, el libro fue lanzado en su dirección.
La puerta se volvió a cerrar, luego, las escaleras resonaron y se escuchó la entrada también. El libro había pasado rozando el brazo de John, que ahora tenía ganas de maldecir a alguien, aunque no sabía si a Liz o a Michael.
–¿Puedes dejar de reír? –se quejó al final.
–Es difícil tras ver al rey antifrikismo admitiendo que ha leído... ¡Algo que le has dado tú! –Liz se secaba lágrimas de risa inexistentes, cosa que le hubiese hecho gracia en otra situación por lo inusual de la perdida de compostura.
–¿¡Y tú plan es reírte!? ¡Me ha costado mucho llevarme bien con él!
–¿Y la culpa es mía? Parecías en una galaxia muy lejana de incredulidad. Le ha molestado eso, no que yo riera. –La chica volvió a la lectura, como si no fuera con ella.
John salió del cuarto, pero volvió a entrar para recoger el libro. Al bajar las escaleras se cruzó con su madre, que lo miró con interrogación.
–He escuchado la puerta, ¿ha pasado algo? –le preguntó con voz amable.
–Michael se ha enfadado... Ahora vuelvo. Liz está arriba con un cómic, y prefiero que no venga –resumió antes de salir.
Contra todo pronóstico, su madre y Liz no se llevaban mal, a pesar de que esta era bruja, y de la desagradable visita de los señores Sallow. Las dos parecían entender que era mejor obviar los asuntos mágicos y hacer ver que todo era aburridamente muggle, como cada verano. John agradecía eso, pues no hubiese soportado una nueva línea de tensión.
Caminó sin saber muy bien hacia donde, aún con el libro en la mano. La verdad es que, pensado ahora en frío, no tenía idea alguna de donde podía estar Michael. Se conocían bien, pero en cuanto a debilidades, ya que, apenas hacía un año, su relación era una pelea continua. Empezaba a ver lo absurdo de la búsqueda, quizá debía volver y olvidarlo... Se dio cuenta de que volvía a estar en el parque, delante del roble de su caída concretamente. Su subconsciente persistía en traerlo allí desde que había levitado, tal vez era mejor discutirse con Michael. La duda que desde hacía poco le asaltaba volvió "¿de qué sirve ser amigo de un muggle si tienes que mentir siempre?". No solía pensar en su padre, pero, mientras se acercaba al rugoso y ancho tronco, pensó en cómo pudo conocer y decidir quedarse con una muggle; simplemente, no lo comprendía, él no sacrificaría nada por tirar dados a favor de acabar rodeado de gente no mágica. ¿Eso lo hacía egoísta? Aunque bueno, su padre era un hufflepuff y él una serpiente, dudaba que sus parámetros coincidieran... Tras sentarse, apoyado en aquel gigante arbóreo que había sido el principio de su aventura, sintió por primera vez que le hubiese gustado conocerle, poder preguntarle que opinaba. Abrió el libro por una página aleatoria y leyó tres frases, estaban en la taberna de Otik, uno de los primeros capítulos; pronto se perdió en sus pensamientos y eso no fue importante. Michael ya no estaba en sus planes, se sentía triste, y pensó en Draco y su pureza de sangre, en la duda de si seguían o no llevándose bien; en Hermione y su actitud mandona, y su cabezonería en relacionarse con el Weasley estúpido y el-niño-que-nadie-sabía-como-había-sobrevivido; en el profesor Snape y su sarcasmo a veces desmedido para con los leones, en preguntarse que había pasado para que los odiara tanto; en Neville y sus plantas o su miedo al mundo, y como de alguna manera había acabado llevándose bien con los slytherin por su culpa... Y a la vez que no resolvía nada se sintió solo, y volvió a pensar en las aburridas clases de Bins, y se entretuvo contemplando cómo y cuando podría librarse de él... Estaba cansado y sabía que el martilleo en su cabeza se exacerbaba al planear locuras, había sido así con los gryffindor, como si su cerebro avisara de que las cosas le superaban. Lo ignoró como era habitual, en cierta manera era una compañía, aquel dolor punzante, y quería demostrar a ese zumbido en su subconsciente que era capaz de ser más, incluso si no podía luego mantener a un amigo muggle, al único que tenía.
Debió pasar mucho tiempo allí, cuando la voz de Liz llamó su atención, el cielo estaba ya entre anaranjado y violeta.
–¡John! Llevo una eternidad buscándote.
La chica había corrido hasta él, preocupada. Agarraba con fuerza el lado de su vestido, como si cogerlo fuerte fuera un escape de tensión.
–Estoy bien, me he quedado en mi mundo –se disculpó John, levantándose y estirándose para recuperar la posición.
–Michael te ha ido a buscar al descampado de por allí, vamos a por él...
Se quedó quieto un segundo, pero acabó por seguir a su amiga, que había empezado a caminar sin mirar si hacía lo propio. ¿Michael lo estaba buscando?
–¿Has ido a por él? – preguntó a su amiga.
–Pensé que eso habrías hecho tú, y como no volvías... Fui a su casa
–No hay quien os entienda...
–No hay quien os entienda a vosotros dos.

Tira por cordura: El secreto y la serpiente Where stories live. Discover now