Secuelas

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Dolor, malestar, sufrimiento... Había sentido muchas de esas cosas en los últimos tiempos, si contaba el encierro de Draco, se podía decir que sabía lo que era el infierno. Y llegó algo peor que ser devorado lentamente, que sentirse desfallecer, inmóvil ante el ataque lento de las pinzas de los chizpurfles...
Cuando despertó el 11 de noviembre, le dolía todo, pero no sólo lo físico, no las cicatrices que empezaba a coleccionar, no los músculos, las heridas nuevas... Le dolía el alma, dentro, como si una suciedad, un hedor abyecto se enredara a su alrededor. No era culpa o remordimiento, era magia, y eso la hacía la sensación más desagradable de su vida.
No había nadie, era tarde, supo que se había perdido las clases de la mañana. No le importó en absoluto, era hasta alentador saber que no habían pensado en él, porque si lo hubiese visto alguien anoche ya tendría al director a los pies de su cama. Si lo hubiesen visto... Miró apático por la ventana, hacía sol, como el día anterior. "Brilla demasiado", había pensado entonces, pero en ese instante sus ojos enturbiaban la luminosidad, como si viese la tristeza del mundo, como si entendiera la fachada. Le costó incorporarse, sintió crujir sus huesos. Tenía la boca pastosa, con ese regusto a sangre y ponzoña aún en el fondo; bebió agua. Se planteó volver a estirarse, cerrar los ojos, pero una voz le susurró, "¿y faltar a pociones?, y por más que quiso decirle que le daba igual no fue capaz.
Todo dio un vuelco al poner los pies en el suelo, tuvo que vestirse apoyado en la cama para no vomitar. Fue al baño a trompicones y contempló con horror su rostro, los ojos estaban hundidos en las cuencas por el cansancio, los enmarcaban unas desagradables ojeras amoratadas; su piel amarilleaba y el pelo parecía haber perdido el brillo y haber sido quemado en las puntas. No podía ser él. Sintió un escalofrío.
"Siempre tiene un precio", llegó a su mente un fragmento del libro de exorcismos, "puedes perder la magia, acabando como un Squib; corromperte sólo un poco, apenas perceptible... Pero siempre tiene un precio". Magia oscura, era a lo que le había abierto la puerta, y ya no sonaba tan descabellado que estuviese prohibida. El rostro de Bins deshaciéndose, el grito, todo martilleó en su cabeza. Se tambaleó y apenas aguantó la arcada hasta el inodoro, donde devolvió bilis, todavía parduzca. Tenía que comer algo, tenía que moverse hasta el gran comedor, tenía que actuar... Pero se quedó allí, mirando su vómito sin verlo, perdido en otro mundo.
—Joder... ¡John! —La voz de Draco lo devolvió a la realidad —. ¿Qué narices...?
Hubiese rechazado el gesto del rubio cuando se inclinó para ayudarle, todavía maldiciendo, pero no tenía fuerzas para ello. Dejó que le tendieran un papel para limpiarse, mientras lo arrastraban a la cama otra vez, donde se sentó, temeroso de marearse más si quedaba en horizontal.
—¿Qué te pasa? ¿Has vomitado eso? Era...
John recuperó algo de su fuerza.
—Eso no te incumbe, simplemente no me encuentro bie...
—¡Había sangre, joder, eso no es sólo no encontrarse bien!
—No grites —amenazó. Su cabeza ardía ante los ruidos fuertes —. No quiero que nadie se meta.
—John, ¡baja a la tierra! Pensábamos que te encontrabas mal esta mañana y te hemos dejado dormir, si he venido es porque hay dos aurores en el colegio, han aparecido en el desayuno. Primero pensamos que era por lo del muro, pero Bins no ha dado clases, ¡y nunca falta! Por favor, dime que no tienes nada que ver, el director estaba fuera de sí, y tú, a principio de curso...
Tragó saliva, tenía náuseas, pero no creía poder devolver nada más. ¿Era tan obvia su implicación? Sí, sí para ellos, al fin y al cabo sabían que planeaba hacerlo.
—Me avisaste de que no tirara la carta para que Theodore no me delate, porque si yo caigo él también por dejarme el libro. Me conmovería si no me hubieses encerrado hace nada por una gilipollez. Dime, Malfoy, ¿ahora te importa lo que haya o no hecho? ¿Tienes de repente conciencia? ¿O ya puedes ser amigo de un sangresucia? —escupió sin pensar, cansado de aquel teatro.
Draco apretó los puños, pero pasó de la ira a un suspiro amargo en apenas unos segundos. Lo vio irse de la habitación, aun así, llegó una última frase.
—Que Merlín te ayude. Estás loco. —No supo si había burla en su voz, pero se quedó sólo de nuevo.

Tira por cordura: El secreto y la serpiente Where stories live. Discover now