Instituto.

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Entré caminando, sintiendo la música que había transmitido de mi auto a mis audífonos. Cada paso encajaba perfectamente con el ritmo, y me dieron ganas de bailar. Sonaba Judas de Lady Gaga.

—¡Tita, llegaste, pulga! —me abrazó fuerte.

Tadeo, mi mejor amigo. Siempre alegre, vestido deportivamente... y siempre, siempre gay.

—Hola, Tad. Hoy estás muy feliz, ¿qué pasa? —pregunté sonriendo.

—Tuve una gran cita con mi chico —respondió mientras caminábamos hacia los casilleros.

—Eso está muy bien, Tad, me alegro que...

No terminé la frase. De la nada, choqué contra alguien.

Cuando me di cuenta, estaba prácticamente montada sobre un chico. Un chico bastante atractivo... que me miraba con enojo.

—Fíjate, gafitas —dijo serio, con una voz que, para mi desgracia, me encantó—. ¿Te quitas?

—Oye, no fue solo mi culpa —repliqué molesta.

Me aparté rápidamente mientras Tad se acercaba.

El chico simplemente se dio la vuelta y se alejó sin siquiera disculparse.

—Es un idiota ese tipo —declaró Tad, mientras yo lo observaba alejarse.

—Sí, un puto imbécil. O sea, ¿qué se cree?

Acomodé mi ropa, saqué mis cosas del casillero y seguimos hablando hasta que llegó el momento de despedirnos. Tad iba a otra clase.

Me dirigí a la mía, esperando no encontrarme con ellas. Las chicas que odio.

Me senté en mi lugar. El docente entró y todos tomaron asiento.

—Buenos días, chicos. Hoy tendremos un nuevo estudiante en la clase —anunció el profesor.

Entonces él entró.

Y no sé por qué, supe que este último año iba a ser largo.

—Soy Damián Stone. ¿Qué onda? —Nos miró a todos y luego fue a sentarse.

Justo en el asiento vacío a mi lado.

El idiota con el que había chocado antes de entrar a clase.

La clase comenzó. Yo trataba de concentrarme, tomaba apuntes, pero en algún momento mi atención se desvió.

Empecé a observarlo con más detalle.

Piel bien cuidada. Cabello castaño oscuro, ligeramente rizado. Un tatuaje en el cuello. Una cadena que parecía de plata. Anillos. Más tatuajes en los nudillos.

—¿Se te perdió algo, gafitas? —preguntó de repente, clavando su mirada en mí.

Me puse nerviosa de golpe.

—Yo... Yo...

—¿"Yoyo" qué? ¿Vuelta al mundo, el columpio? —respondió con burla, desviando la mirada.

Tardé un segundo en procesar la analogía al juguete y sus trucos. Me molestó de inmediato.

—Nada, idiota descerebrado —solté, acomodándome el cabello y mirando al frente.

—Okay, rarita.

Me giré en seco.

—A mí no me llames rarita, imbécil gruñón —espeté, señalándolo con el dedo.

Él solo sonrió.

—Miller, ¿tiene algún problema? —La voz del maestro me hizo sonrojar al instante.

—La verdad... Ahm... No, señor. Lo siento, no volverá a ocurrir.

Me hundí en mi asiento.

Llevábamos apenas unos minutos de clase y ya se había burlado de mí dos veces.

Apreté el muslo, atrapada en mis pensamientos, tratando de no darle importancia.

Hasta que, de repente...

—Me diviertes, gafitas.

Algo en mí estaba mal, definitivamente.

Sombras en el corazón.Where stories live. Discover now