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Clara inhaló profundamente el humo del cigarrillo, sintiendo cómo llenaba sus pulmones antes de exhalar lentamente, observando la forma en que el humo se disipaba en el aire fresco de la mañana. La brisa suave acariciaba su rostro, mezclándose con el aroma del tabaco. Cada mañana, Clara repetía el mismo ritual: se levantaba, se sentaba en la ventana y encendía un cigarrillo, ignorando el hambre que debería saciar con el desayuno. Las noches eran una batalla constante contra las sombras que poblaban sus sueños, dejándola exhausta y con profundas ojeras. Todo era diferente cuando Alex estaba a su lado; entonces, el sueño llegaba sin esfuerzo.

Con un gesto despreocupado, Clara lanzó la colilla por la ventana. Observó cómo caía, sin preocuparse por dónde terminaría: tal vez en la acera, tal vez en la terraza de algún vecino, o incluso sobre la cabeza de un peatón despistado.

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