Desire.

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Anton Lee.

Un misterioso muchacho de veinticuatro años, su piel era tan pálida y tenía unos ojos oscuros que podrían absorber toda la luz como un agujero negro.
Quién podría llegar a pensar que detrás de aquellos ojos negros, dominaba el rojo.

Por lo que se sabe, a sus diecinueve años se suicidó cortándose el cuello en New Jersey hace ya cinco años atrás, en un bosque a oscuras llamado "Descanso Eterno"

Nunca se supo el por qué ni la razón de ir hacia ese bosque en específico.

Llegó una noche en un sombrío y tenebroso cementerio una persona desconocida con un gran traje oscuro, este tenía un gorro bastante grande tapándole el rostro, de lo poco que se podía ver del rostro era como su piel se veía tan perfecta, tersa y sin imperfecciones, además de lucir joven. Era como el sueño de cualquiera físicamente, menos sus acciones.

Dibujó en el piso con la misma tierra que había, un símbolo bastante raro, en cuestión de dos minutos de haberlo terminado, empezó a profanar los cuerpos que se encontraban debajo de las tumbas.

Una oración en un idioma desconocido se empezó a escuchar más y más alto, cada animal presente le observaba, el viento fuertemente empujaba las flores que estaban de regalo para los seres queridos que han fallecido.

Cuervos salían de algún árbol en multitud y sus gritos se escuchaban. Lobos empezaron a aullar y gritos de lamentos empezaron a subir desde lo más fondo de la tierra hasta subir por la luna.

"Ayúdame" "Devuélveme" "Gracias" "Déjame en paz"

Todas aquellas súplicas y agredecimiento por lo que sea que estaba haciendo, asombraban al desconocido, lo estaba logrando.
Recitó lo último para finalizar su trabajo.

"Egredere de sepulcris tuis, mortui"
"Salid de vuestras tumbas, muertos"

Aquella noche duró más que cualquier otra, parecía ser eterna y los humanos lloraban y rezaban para que el sol salga. Se dice que muchos se angustiaron tanto que se colgaron en sus habitaciones, en aquel bosque e incluso en la calle, gritaban, algo les hacía sentir que sus corazones estaban siendo estrujados como un pañuelo mojado.

No había necesidad en destrozar las tumbas a mano, con toda la energía oscura e infernal que usó el desconocido, fue suficiente para romper las lapidas. Empezaron a elevarse cadáveres, las apariencias empezaron a recrearse a como murieron e incluso se veían más jóvenes, otros salieron más terroríficos y algunos con un gruñido horrible para los oídos se transformaban en grandes aves negras, murciélagos y ratas. Poco se pudo ver que otros traspasaron su alma en gatos negros como la noche.

Ahí estaba él, una gran cicatriz en su cuello, sus ropas oscuras como la muerte. Llevaba un traje negro, incluyendo la camisa que también era negra y una corbata que resaltaba de color rojo, sus oscuros pero relucientes zapatos, unos filosos dientes empezaron a crecer; eso era lo único que le brillaba en él junto su piel gracias a la luz de la luna.

Murió con timidez en su ser y con un gran corazón amable.

Volvió a la vida con total frialdad y siendo el ser no humano más narcisista en pisar la tierra.

Traspasó su cuerpo a un cuervo, dio un grito que sacó desde lo más profundo de sí mismo, entre todos los muertos vivientes le gritaban a la muerte, burlándose y admirando a quien sea que les haya despertado de su descanso eterno.
Quería lograr irse de ahí y lo hizo.

En su camino encontró unos cadáveres de animales muertos y picó con su curvada boca la carne de lo que parecía ser los intestinos de un zorro atropellado en una carretera, el cuervo que estaba usando era más grande que cualquier otro, tenía sus sentidos totalmente despiertos, su instinto animal, lo sentía, podía sentir ser un cuervo, realmente era un cuervo.

eternamente mío | wonton 🦇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora