El amanecer trajo consigo un aire fresco y una promesa de un nuevo día lleno de posibilidades. Los primeros rayos de sol acariciaban suavemente el valle, despertando a sus habitantes con una calidez acogedora. La manada comenzó a despertar, cada miembro acomodándose a la rutina matutina.
Diego, ya despierto y vigilando desde una colina cercana, observaba cómo Shira estiraba sus músculos y se preparaba para el día. La admiraba desde la distancia, no solo por su fuerza y agilidad, sino también por la forma en que se había integrado en la manada, aportando su propia perspectiva y habilidades.
Shira, sintiendo su mirada, se acercó a él con una sonrisa.
—Buenos días, Diego —saludó, su voz alegre—. ¿Listo para un nuevo día?
Diego asintió, correspondiendo a su sonrisa.
—Siempre listo. ¿Qué te parece si exploramos un poco los alrededores antes de que los demás se levanten por completo? —sugirió.
Shira aceptó con entusiasmo y juntos se dirigieron hacia los límites del valle, donde el bosque comenzaba a espesarse. Mientras caminaban, disfrutaron del silencio del amanecer, solo interrumpido por el canto ocasional de algún pájaro madrugador.
—¿Alguna vez te has preguntado qué hay más allá de estos bosques? —preguntó Shira, rompiendo el silencio con su curiosidad.
Diego se detuvo un momento, mirando hacia el horizonte.
—A veces. Pero cada vez que nos hemos aventurado demasiado lejos, hemos encontrado problemas —dijo con una sonrisa ladeada—. Aunque, si estás dispuesta a explorarlo, no me importaría averiguarlo.
Shira rió suavemente.
—Me encantaría. Pero por ahora, disfrutemos de lo que tenemos aquí —respondió.
Mientras continuaban su caminata, notaron algo inusual en el suelo del bosque: huellas. Grandes y profundas, indicando que algo pesado había pasado por allí recientemente.
—¿Qué crees que sea? —preguntó Shira, examinando las huellas de cerca.
Diego frunció el ceño, su instinto de cazador despertando.
—No estoy seguro, pero sea lo que sea, es grande. Podría ser un mamut, aunque no he visto ninguno por aquí que no pertenezca a nuestra manada —dijo, sus ojos escudriñando el bosque—. Mejor volvamos y avisemos a los demás. No quiero que nos tomen por sorpresa.
Shira asintió, y ambos se apresuraron de regreso al campamento. Al llegar, Manny y Ellie ya estaban despiertos, cuidando de Melocotón mientras Sid, el perezoso, trataba de encender una fogata sin mucho éxito.
—Manny, encontramos algo —dijo Diego, captando inmediatamente la atención del mamut.
Manny levantó la vista, su expresión seria.
—¿Qué es, Diego? —preguntó.
—Huellas. Grandes. Algo ha pasado por aquí recientemente y no estoy seguro de qué es. Podría ser un mamut, pero no es de nuestra manada —explicó Diego.
Manny frunció el ceño, claramente preocupado.
—No podemos arriesgarnos. Necesitamos estar preparados por si acaso. Ellie, ¿puedes llevar a Melocotón a un lugar seguro? —pidió.
Ellie asintió y comenzó a preparar a Melocotón, mientras Manny, Diego y Shira discutían un plan.
—Deberíamos investigar más a fondo. Shira y yo podemos rastrear las huellas y ver a dónde nos llevan —sugirió Diego.
Manny asintió, aunque con cierta reticencia.
—Está bien, pero tengan cuidado. No sabemos con qué nos enfrentamos —advirtió.
Diego y Shira se miraron y luego se adentraron nuevamente en el bosque, siguiendo las huellas con cautela. A medida que avanzaban, las huellas se hacían más frescas, indicando que la criatura estaba cerca.
—Diego, mira esto —dijo Shira, señalando una rama rota y pelos enredados en ella.
Diego se acercó, examinando los pelos. Eran gruesos y grises, no de un mamut.
—Esto no es de un mamut —dijo—. Parece más un rinoceronte lanudo, pero no he visto uno por aquí en mucho tiempo.
Continuaron siguiendo el rastro hasta llegar a un claro donde encontraron a la criatura responsable de las huellas: un enorme rinoceronte lanudo, claramente perdido y desorientado.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Shira, observando al animal.
Diego se acercó lentamente, tratando de no asustar al rinoceronte.
—Tenemos que guiarlo lejos de nuestro campamento. Si se siente amenazado, podría causar mucho daño —dijo.
Con cuidado y paciencia, comenzaron a dirigir al rinoceronte hacia el bosque, utilizando sonidos suaves y movimientos lentos para no asustarlo. Después de un rato, lograron guiarlo lejos de su campamento y hacia una zona más segura.
—Bien hecho, Shira —dijo Diego, una vez que estuvieron seguros de que el rinoceronte estaba a salvo.
Shira sonrió, satisfecha con el resultado.
—Fue un buen trabajo en equipo —respondió.
Mientras regresaban al campamento, Diego no podía evitar sentirse orgulloso de cómo habían manejado la situación. Shira había demostrado ser una compañera confiable y capaz, y juntos habían enfrentado el desafío con éxito.
Al llegar al campamento, informaron a Manny y Ellie sobre lo ocurrido. Manny, aunque preocupado, estaba agradecido de que todo hubiera salido bien.
—Buen trabajo, ustedes dos. Parece que este lugar es más seguro de lo que pensamos, pero debemos mantenernos alerta —dijo Manny.
Esa noche, mientras la manada se reunía alrededor de la fogata, Diego y Shira compartieron una mirada de complicidad. Habían superado su primer desafío juntos y sabían que habría más por venir. Pero en ese momento, estaban seguros de una cosa: podían enfrentar cualquier cosa, siempre y cuando estuvieran juntos.
Y así, bajo el cielo estrellado, la manada disfrutó de otra noche de paz, sabiendo que, pase lo que pase, estarían listos para enfrentarlo juntos