Capítulo Dos: Imelda (Parte 2)

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Septiembre, 24

Hoy nos pusieron a trabajar juntos para analizar la relación entre una novela, una película y un par de canciones. Éramos solamente ella y yo, y no podía creer mi suerte. Fue la primera vez que conversamos más de una hora y aunque el tema era el trabajo en clase, no por eso fue menos emocionante. Ella exponía sus puntos de vista con soltura mientras que yo me esforzaba por escucharla atentamente en lugar de embelesarme con sus labios rosados, el sonido de su voz, y esos dulces ojos claros...

...cuando notó que sólo ella hablaba, me pidió mi opinión e hice un par de observaciones a sus planteamientos, las cuales recibió de buena gana, reconociendo que así quedaría mejor nuestro análisis ¡Me sentí como si la hubiera rescatado de algo muy peligroso!

Entregamos nuestro trabajo y le dije que había estado tan interesante que aquella conversación merecía seguir con un café.

-Hoy no, quizá otro día.-

Dijo, como apenada pero sonriendo y mirándome como si estuviera sintiendo, igual que yo, esa divertida tensión que surgía entre nosotros. Me dio la impresión de que también lo estaba disfrutando.

-¿Cuándo, mañana?-

Me acerqué un poco, entrando en su espacio personal, mientras hice el intento de tomar su mano.

-Otro día.-

Repitió, en tanto que retrocedía con un par de pasitos juguetones, ocultando las manos detrás de la espalda, sin dejar de sonreírme. ¡Es tan bella!

Septiembre, 26

Hoy apareció un dibujo en el pizarrón de mi clase de inglés: era una lagartija con una corona y un mensaje que decía:

Hello, Mr. Lizard King, won't you tell me your name?

¡Es la primera vez que responde!

Llamó mi atención que usó el mismo tema de mi anónimo ¡y en mi salón de inglés! A esa clase sólo asistimos Mau y yo de parte de mi grupo, aunque también hay otros chicos que la pretenden.

¿Sabrá que soy yo? ¿El mensaje habrá sido para mí?

Septiembre, 27

Aún no me atrevo a ser directo con ella, y es que no percibo una señal clara (¡clarísima!) que me anime a dar el siguiente paso. Pero estoy cerca, y cada vez me acerco más.

Hoy, por ejemplo, la seguí otra vez. Fui más obvio que antes, pero estaba desesperado porque me descubriera. Así que me puse mis audífonos fingiendo que escuchaba música y me di prisa para alcanzarla, y cuando me aproximé lo suficiente, canté lo primero que me vino a la mente:

Al pasar, sigo tus pasos te quiero alcanzar, para pedirte que conmigo estés, y me regales de tu amor...

Ella volteó y por un momento cruzamos las miradas. Su cara se iluminó tal como cuando vio el recado del Rey Lagarto. Y yo, fingiendo sorpresa, me quité un auricular como sugiriendo que venía cantando lo que sonaba y que todo aquello había sido una coincidencia. Noté cierto desencanto en su expresión.

Pregunté si iba a su casa y me dijo que sí. En eso, pasó la ruta siete y nos fuimos juntos. Platicamos todo el camino. Criticó mis gustos musicales y yo me defendí argumentando que se trataba de un disco que me había quemado mi hermana.

Nuestra conversación se interrumpió cuando pasamos por el centro y me dijo:

-Aquí te quedas, ¿no?-

La miré sorprendido porque no recordaba haberle mencionado jamás dónde vivía. Entonces, ella se apresuró a aclarar que me había escuchado cuando, unos días atrás, le dije a Eduardo que yo iría a entregar el trabajo a El Comentario, porque vivía en pleno centro y me quedaba muy cerca. Respondí que era cierto, pero también que ya se me había pasado la parada.

Mirarme en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora