I
-No seas travieso.-
Tomó mis manos y las alejó lentamente del broche frontal de su brassiere, y las dirigió con intención hacia sus caderas, estrechándome su cuerpo como si quisiera fundirse conmigo. Luego de un rato, volví a intentarlo y en esa oportunidad me permitió abrirlo. Entonces pude recorrer su piel tersa y cálida. Cuando maniobré para quitarle los shorts, de nuevo me retiró las manos. Aunque en esa ocasión fue para ayudarme: lo hizo ella misma. De un gesto rápido soltó el botón y deslizó la cremallera, la prenda descendió con suavidad por sus piernas hasta detenerse sobre los pequeños pies descalzos.
Nos dejamos caer en la cama. No hacía mucho que salíamos, un par de meses quizá, y desde el principio todo entre nosotros fue impulsivo. Yo lo prefería así y ella no parecía una chica a la que le gustara perder el tiempo. Sin ningún recato nos llenamos de caricias cubiertas de sudor por el calor implacable de la costa, acompañados de la discreta brisa de las seis de la tarde colándose a través de la cortina, detrás de la cual se miraba solamente la mar llenando el horizonte.
Cuando finalmente nos aproximamos al momento decisivo...
-No, espera.-
-¿Qué pasa?-
-Todavía no.-
Me atrajo a sus labios y seguimos besándonos. Pronto las canciones que sonaban desde la recepción de los bungalós volvían a mezclarse con nuestras respiraciones agitadas. Ella se aferraba a mi espalda con ansiedad, con las uñas y con una desesperación más bien propia de un náufrago, como si me necesitara desde hacía mucho tiempo; y me recibió entre sus muslos para nadar juntos en medio de aquel intenso oleaje, indecisa entre hundirnos de una vez o resistir la marejada. Sus titubeos contrastaban con el atrevimiento de sus manos y yo hallaba excitante esa lucha por que cedieran sus escrúpulos.
Habíamos tenido un buen día en la playa y en la alberca. Comimos, jugamos, nadamos y lo pasamos delicioso, como si lleváramos años juntos. Desde que llegamos al lugar rentamos una habitación con el pretexto de poder bañarnos para lavarnos la arena y la sal y ¿por qué no? Descansar un rato antes de ir a casa. Y justo así lo hicimos. Caída la tarde, entramos al cuarto y ella se apresuró a la regadera. Yo me duché al último, y cuando salí, en bóxers y envuelto en la toalla, lo hice contoneándome al ritmo de la música del exterior y jugando a hacerle un estriptís. Apagó la tele y se dedicó a observarme muy divertida. Me paré frente a ella y la tomé de la mano, se levantó y quedó de pie mirándome fijamente. Era bajita, así que para abrazarme tenía que colgarse de mi cuello. Nos besamos y bailamos pegados el resto de aquel tema lento. Así comenzó todo.
-No. No, Bruno.-
Detuvo mis manos cuando ya casi habían deslizado fuera su ropa interior.
-¿Por qué? ¿Pasa algo malo?-
-No quiero hacerlo.-
Para no querer, habíamos llegado demasiado lejos. No me gustó que me detuviera de esa manera, como si pasara lo ilógico, lo inesperado. Y no podía evitar pensar que estaba jugando conmigo y haciéndome perder el tiempo. Por mi mente pasaron muchísimas cosas desagradables qué decir, estaba muy molesto.
-De acuerdo.-
Me levanté y me vestí. Tomé las llaves del coche y salí de la habitación. Esperé afuera. No tardó mucho en aparecer. Entregué las llaves del cuarto en la Administración. Ella ya me esperaba en el auto. Fui a dejarla a su casa y no hablamos en todo el camino, sólo encendí la radio. Cuando llegamos frente a su puerta, no apagué el motor, permanecí viendo al frente, esperando a que se bajara. Finalmente descendió y me buscó, asomándose por la ventanilla:
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Mirarme en ti
Romance¿De qué nos enamoramos? ¿De las personas, o de lo que nosotros mismos proyectamos en ellas? Bruno y Laura son dos adolescentes que se conocen en un chat e inician un divertido juego romántico que pronto se convierte en un extraño noviazgo de intern...