La Presencia

Nunca hablé de aquel extraño misterio. Se escondía en los lúgubres santuarios de la montaña Eskínfalor. Un lugar insólito en las cercanías de las áridas llanuras de Húlu. En toda mi vida como aventurero nunca tuve la dicha de experimentar sensaciones como las vividas en aquel viaje. Por las noches, entre sueños revivo los sucesos. Mi cuerpo es presa de los escalofríos mientras la piel se me enchina como si un aire gélido surcara sobre mí, y de entre las sombras que subyacen de mi habitación, emerge una sensación que me está volviendo loco. Igual a una mirada sobre mí, vigilándome. En ocasiones, los susurros abruman mis oídos. Hay mañanas que puedo sentir que está aquí conmigo.

Descubrí la cordillera gracias a los reportes del arqueólogo Thomas Jane Madison, quien encontró los santuarios en la profundidad de aquella cumbre. Madison halló ruinas antiguas que databan mucho antes de los sumerios. El reporte detallaba diversos hallazgos que saltaban a la vista con imágenes fotografiadas, entre ellas, una variedad de símbolos que nunca antes vi. Diversos artefactos hechos de piedra y una gran cantidad de pinturas rupestres provocaban un cosquilleo en mi abdomen, un éxtasis que solo la aventura provocaba en mi interior. Así que cuando terminé de leer el artículo en el periódico, El Universal, hice todo para visitar el sitio. Renté un helicóptero y contacté a mi amigo Harvey Murray para que me acompañara a visitar la montaña Eskínfalor.

Muchos me cuestionaron por qué decidí realizar el viaje y hasta la fecha, puedo decir que, si pudiera regresar en el tiempo, nunca lo hubiese hecho. Pero el motivo principal era explorar lo desconocido y así terminar un libro que me encontraba escribiendo antes de esos eventos en las alturas. Ahora tengo muchas dudas de lo que existe o existió en esa ciudad antigua.

Cuando estuvimos frente a la montaña, aun sobrevolando el desierto, el panorama mostraba visuales que mantenían mi excitación a flor de un orgasmo, un manantial de emociones se apoderaba de mi cuerpo estremeciéndolo, desbordando sensaciones que nunca experimenté. Además, la enorme cadena montañosa mostraba una majestuosidad en el horizonte. Mientras más nos acercábamos, mi alegría inundaba la nave donde volábamos, pero muy dentro de su interior, Harvey no compartía mi felicidad. El sudor surcaba por su pálido rostro y su garganta daba tragos profundos de saliva. Su mirada destellaba un misterio que pronto revelaría.

—¿Harvey, todo bien amigo? —cuestioné para estar seguro si se sentía mal por el movimiento del helicóptero.

—No lo sé, tengo un mal presentimiento —dijo a través del comunicador que mantenía a nuestros oídos lejos del ruidoso motor de las hélices.

—Estaremos bien, bajaremos una hora cuando mucho, tomamos fotos y nos largamos. Hay que aprovechar esta oportunidad antes de que confinen el lugar, si es que no lo han hecho ya.

Cerró los ojos y colocó sus manos sobre la manija del asiento, mientras su semblante decía que estaba a punto de devolver su desayuno. Al paso de unos minutos, el transporte ya estaba en la cima de la montaña y aterrizamos en una especie de explanada que daba vista a la enorme caverna encontrada. Justamente al bajar, cautivó nuestra atención lo que se hallaba en la entrada del túnel.

Asumimos que Madison no dejó sola la excavación, así que aquellos objetos en el suelo rocoso debían pertenecerles. Restos de lo que parecían ser mochilas, como si algo las hubiese mutilado. También encontramos varias hojas esparcidas por toda la entrada, eran datos sobre los hallazgos. Tomé una y lo que decía me atrapó de inmediato: «Al parecer, la cultura establecida en este templo data más allá del 3000 a.C. debido a lo encontrado. Notamos rastros de una caligrafía completamente antigua, nada parecido a la de civilizaciones primigenias. Lo que yace dentro, muestra indicios de que eran politeístas y las figuras talladas que han sido interpretadas, exponen diversas deidades extrañas».