BESTIA

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La ciudad exhala silencio absoluto. Miras las estrellas en el cielo nocturno y llevas un cigarrillo a tu boca. Colocas el arma en la cartuchera y tomas tu placa. Sales del auto y caminas hacia el lugar de los hechos. Una mujer de unos 45 años yace en el suelo. El rojo carmesí del lago que la rodea da indicios, luego llevas la mirada hacia la herida. Extravagante, piensas un instante. Te preguntas qué habrá pasado, quién pudo hacer una cortada como esa. Los pensamientos te invaden. Tomas tus gafas y te las colocas para analizar mejor aquella abertura en la garganta del cadáver. Pones atención a los detalles, en las marcas que hay en su piel, en lo grotesco de la escena. La carne expuesta parece desgarrada violentamente. Notas cortadas menos profundas en los brazos. Te acercas un poco más y una de tus botas se excede, manchándose la suela de ese rojo oscuro.

Volteas a ver a tu compañero, el oficial Sander. Él te pone al tanto, brindándote la información necesaria. Escuchas de manera atenta. Exhalas el vapor del tabaco. Lo miras fijamente. Le pides el expediente del caso y él te extiende una carpeta. Le ordenas que busque cámaras en toda la manzana, para intentar hallar algo. Acepta sin problema y se retira, llevándose consigo a un par de oficiales más. Sin embargo, miras el cadáver. Tu silencio denota extenuación. Tal vez debas ir a descansar y seguir mañana, te dices mientras terminas el cigarrillo.

Una vez en casa, te diriges a tu despacho. Abres la carpeta, observas detenidamente las imágenes de la víctima. Comienzas a analizar, pero el cansancio te doblega a tal grado que te quedas dormido. Minutos después, un ruido te despierta. Con los ojos pesados, intentas voltear. No hay nada, solo la noche que invade la habitación. Te levantas y cierras el archivo.

A la mañana siguiente, te duchas para ir a la estación de policía. Un dolor en tu sien se apodera de ti. Tomas un par de analgésicos para sentirte mejor. Pasas por tu café como de costumbre y sigues tu camino. Cruzas por la avenida 67, algo salta a tu vista. Un cuerpo sobre la acera. Te detienes con asombro, extrañado. Bajas del auto lo más rápido que puedes y llegas hasta el hombre tendido. Notas los mismos indicios que tenía el cadáver del día anterior. Idénticos, mencionas para ti. La misma herida en el cuello.

Llamas a emergencias. Luego de terminar la llamada, lo notas. Silencio en derredor. Miras en todas direcciones, buscas algún alma que cruce por allí. No tienes suerte alguna y te preguntas qué sucede. No es normal que la calle esté tan desolada. Después, escuchas las sirenas, se estacionan, es el oficial Sander. Mira con espanto el cadáver. Tú le dices lo que ya ha notado, sobre la herida. Entonces él dice que acaba de llegar otro cuerpo a la morgue. Sander relata que la causa de muerte es parecida. Le preguntas por el resultado de la autopsia de la mujer de anoche y la respuesta te deja con más incógnitas.

Los forenses concluyeron que la herida fue producto de una enorme mordedura. ¿Fue un animal? Preguntas desconcertado. Sander da una respuesta afirmativa. El enigma se torna ahora sobre qué animal pudo haber hecho tales actos.

Un sentimiento de incertidumbre brota debido a lo descubierto, más aún por la quietud del lugar en el que se encuentran. Pierdes tu mirada frente a la calle que posa a espaldas del occiso. No es normal tanto silencio, así que mandas a un grupo de oficiales a investigar, a revisar el lugar. Pronto, el horror vuelve a abrazarte por completo. Los números de víctimas incrementan. El silencio se debe a una masacre, una carnicería.

Revisan cada departamento, cada casa. Llamas al capitán para proceder a un operativo más efectivo. Por un momento piensas que no se trata de un animal. Si fuese un depredador, no mataría por matar, se alimentaría y dejaría de hacerlo, hasta su próxima cacería.

Cae la tarde y el equipo forense tiene una cantidad considerable de cuerpos. Te encuentras en la entrada principal, fumas un cigarrillo para intentar pensar en los sucesos. Nada llega a tu mente. Piensas en los resultados, en el animal. No te convence aquella conclusión. Hay algo que te abruma, una rara sensación que no sabes explicar. Recuerdas a cada víctima, cierras los ojos para recrear las escenas y tratas de fijarte en los desgarres en sus cuellos. Te preguntas: dónde has visto algo parecido, pero no das con nada. Abres los ojos, arrojas el cigarro y te adentras en tu auto.

Regresas al lugar de la masacre. Caminas sobre la calle ahora clausurada. Miras en derredor, buscando algún indicio que te ayude a resolver el caso. Para fortuna, encuentras una pista. Son huellas hechas con la sangre de las víctimas que poco a poco se van perdiendo por el camino. Las analizas. Tu semblante se torna inquietante al apreciarlas más de cerca. Se apodera de ti una sensación, lo percibes en tu piel que se ha erizado. Las marcas son extrañas, no las reconoces. Tomas una foto con tu celular y comienzas a buscar similitudes en otro tipo de huellas. Ninguna se le parece. Tiene una forma muy peculiar. Es deforme, dices susurrando.

Te sorprende el sonido del celular. Das un brinco por el susto. Es de la estación y contestas, con el corazón acelerado. Te dan informes por el oficial Sander, y luego, comentas lo encontrado.

Te diriges a tu auto, pero algo salta a tu presencia. Un ruido proveniente de una de las casas. Te detienes, atento al sonido, ya que, no es común. Suena a un silbido vibratorio. Una vez más. Volteas alerta, llevando tu arma a la mano. Apuntas a donde crees que proviene el ruido. Tu respiración se acelera, intentas calmarla, pero esa extraña sensación vuelve a ti. Tu piel se endurece como el hielo. De pronto, el sonido vuelve a impactar tus oídos. Esta vez proviene de atrás, así que volteas rápidamente. La calle sigue solitaria, no salta nada a tu vista. Comienzas a caminar lentamente de vuelta al auto, cuando de repente, algo se mueve en uno de los edificios. No logras apreciarlo bien, solo una sombra cruza velozmente. Lanzas dos disparos, pero solo le das a los cristales. Pides refuerzos, has dado con la bestia. Recurres a perseguirla, aunque sabes que puede ser peligroso. No te importa, lo que quieres es acabar con ella.

Te detiene de nuevo aquel sonido espeluznante que escuchaste hace poco. Volteas desesperado. Suena de nuevo, pero a un costado de ti. Cuando diriges tu mirada en esa dirección, vuelve a tus oídos una vez más, ahora del otro lado. Te sientes acorralado. Te preguntas por qué, qué sucede.

Dos ventanales son azotados al mismo tiempo, uno de cada lado. Intentas mirar, pero los vidrios cayendo te lo impiden. Te proteges como puedes. Corres en dirección de tu auto, pero algo salta de uno de los edificios. Cae justo frente a ti. Por fin admiras cara a cara al autor de aquellos crímenes. El horror te invade, te carcome hasta los huesos. Ni siquiera te molestas en preguntarte qué rayos es aquello, solo pierdes tu mirada en sus ojos.

El cuadrúpedo tiene espinas en la espalda y su hocico parece el de un león. Su piel es verdosa y escamosa como si proviniera del mar. La saliva comienza a cruzar lentamente por tu garganta. Su mirada es como un veneno paralizante. Allí estás, congelado, y sabes que la sentencia ha llegado. Luego escuchas el ulular, ese sonido vibrante que emiten sus compañeros. Aparecen detrás de ti, aunque no puedes voltear para asegurarte, los escuchas acercándose.

Su mirada es penetrante, casi hipnotizante. Sabes que es el final. Las tres criaturas se acercan y, en un instante, sientes cómo sus dientes se incrustan en tu piel. El de enfrente se abalanza a tu cuello y en cuestión de segundos te ha desgarrado como a las víctimas anteriores. El mar de sangre comienza a expandirse. Con los últimos estragos de tu cuerpo observas lo que hacen. Alcanzas a escuchar un silbido diferente al que usaron para acorralarte. Miras cómo, rápidamente, muchas más bestias comienzan a cruzar sobre ti. Sabes que se han reproducido y es posible que la humanidad no tenga oportunidad. Así como tú ahora que, poco a poco, te esfumas de este mundo. 

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