Emma corrió de un extremo a otro en la habitación. Llegó a la sala principal. La sangre chorreaba de su pierna derecha. Tomó el arma de la repisa de su padre y, al voltear, disparó hacia todas partes; sin darse cuenta si el agresor seguía ahí. El revólver se vació y el sonido de los casquillos cayendo la hizo temblar. Luego reinó el silencio y un sentimiento de angustia se apoderó de ella. En el rostro podían observarse los rasguños y moretones que la disputa le ocasionó. Su respiración era agitada, sin embargo, no dejaba de estar alerta. Llevó su mirada a cada rincón de la sala donde yacía. Se colocó en una posición de defensa y después de unos segundos, las sirenas invadieron el lugar. Vivió para pelear otro día.
Durante la noche, los ruidos en el techo la mantuvieron despierta. Escuchó pasos acercándose a la habitación. Su mamá irrumpió al ver la luz que se colaba debajo de la puerta.
—Emma, ¿por qué no estás dormida? Son más de las dos de la mañana.
—¿No escuchas los ruidos? —preguntó con un susurro. La sabana la tenía a media cara, como si se ocultara de alguien o de algo.
—¿Qué ruidos? —respondió con extrañeza, luego, intentó ser comprensiva y le dijo— tal vez fue el gato del vecino, siempre sube a rasgar el tejado. Duerme.
—Mamá...
—¿Sí?
—No apagues la luz, por favor —imploró. Su madre cerró la puerta y volvió a su cuarto.
Emma acudió como de costumbre a la escuela. Miró en todas direcciones antes de cruzar la entrada del plantel. La sobrecogía el cansancio. Cojeaba de su pierna mal herida. Con dificultad llegó a su salón. Tomó asiento en su pupitre. Fue como si la mañana se ennegreciera. Los rayos del sol que penetraban por las ventanas se fueron esfumando. Comenzó a sentirse acechada. Al poco tiempo, escuchó un ruido que provenía de afuera. No quiso mirar, de pronto, el sonido irrumpió dentro del salón. Miró hacia el pizarrón de donde provino el golpe. Emma temblaba con la mirada perdida. La luz del salón de clases comenzó a parpadear y un leve susurro llegó hasta ella: «Emma». Gritó con desesperación. La maestra se acercó para intentar calmarla, pero sin éxito. La chica corrió hasta abandonar la escuela. Corrió como si de sobrevivir se tratara. De vez en vez volteaba. El día había tornado de soleado a un nublado tormentoso, con un viento silbante.
Llegó a su casa y se refugió en su cuarto. Se instaló bajo la cama. Guardó silencio. Las voces se habían callado. Respiró. Exhaló. Se colocó en posición fetal. Abrazó sus rodillas y cerró los ojos. El llanto era silencioso. El miedo la había devorado.
Se tranquilizó, salió de su escondite. Se sentó en la cama y pensó que debía pedir ayuda. Tomó su teléfono y marcó a su mamá. Mientras la llamada entraba, sea lo que sea que la atormentaba, se hizo presente una vez más. Como una risa burlona, aquellas voces se internaron en la habitación. Emma soltó el teléfono. Sus gritos eran fuertes, que cuando su mamá contestó el teléfono, pudo escuchar el tormentoso sufrimiento de su hija. Los lamentos y sollozos de la joven impregnaron toda la habitación.
—¡Lárgate!
—¿Emma? ¿Qué sucede hija? —la llamada se cortó de golpe.
La chica se estremeció, se llevó las manos a la cabeza cubriéndose los ojos. Su cuerpo trepidaba. Hincada en el suelo, continuó gritando lo mismo:
—¡Que te largues hijo de puta!
Emma se desplomó en el suelo como si una convulsión la abrazara. Se retorció de forma grotesca y con la fuerza del ataque, pequeños moretones comenzaron a aparecer. Su cuerpo impactó una y otra vez en el suelo de su habitación. Su padre llegó rápido para auxiliar a su hija después de ser alertado por su esposa. Subió las escaleras y con desespero abrió la puerta. Entró y el momento le causó una conmoción infame. El cuerpo de su hija estaba retorcido en el suelo mientras algo parecido a espuma relucía en su boca.
Despertó en una sala de hospital. Sus ojos comenzaron a retomar la estabilidad necesaria para reconocer el lugar. Su madre se levantó del asiento que se encontraba a un costado de la cama. Llamó a la enfermera para que valorara el estado de la chica ahora que había vuelto a la conciencia.
—Hola, cariño —comentó su madre con preocupación—. ¿Cómo te sientes?
La joven guardó silencio. Su madre arremetió con varios besos en la frente de la chica. La enfermera se acercó y le dijo:
—¿Quieres contarme cómo te sientes ahora?
—Bien —respondió mientras suspiraba—. Mejor.
—Tuviste una contusión. Pasaras la noche aquí para observar como evolucionas y si todo resulta normal, te iras mañana a primera hora. ¿De acuerdo?
El silencio reinó por un momento. La enfermera siguió con su rutina y dejó a ambas mujeres en la habitación. Emma tenía una mirada temerosa cuando la mujer salió de allí. Era como si presintiera algo.
La noche llegó y las luces se apagaron. Una especie de susurro se instaló en los oídos de la joven. Emma abrió los ojos y solo reconoció las tinieblas. Su cuerpo se estremeció cuando la voz que surgía de la noche tomó lugar en su cabeza. Dio unos cuantos giros en la cama mientras observaba a su alrededor. De pronto, logró ver una especie de silueta que se movía en dirección a ella. Sintió un aire frío recorrer su cuello. No podía moverse ante aquello que la acechaba. Luchó por gritar, pero no pudo. Los brazos le temblaban y sus dedos se cerraron como si estuvieran congelados. Aquel espectro la tomó de los hombros y le susurró: «Emma», «Emma», «todo bien, linda».
El cuerpo de la joven reaccionó. En un arrebato de desesperación por el miedo, intentó apartar a aquella silueta. Empujó con todas sus fuerzas y con una rapidez saltó de la cama. Desconectó aquella aguja que tenía en una de sus manos e intentó escapar de ese ser maligno, pero estaba acorralada. Le había obstruido la puerta. Ella sabía que tenía que pelear para sobrevivir, así como la última vez en su casa.
Emma tomó valor y se abalanzó sobre aquello que la acosaba. La lucha fue tan violenta que las astillas de la ventana salieron volando cuando ambos cuerpos impactaron contra ella. De pronto, la habitación se iluminó y una alarma sonó. El ente se reveló ante la chica. De los pasillos aparecieron dos criaturas más. Espectros sin rostro, una cara vacía, hecha de profunda oscuridad.
La lucha no cesó, la joven no se detuvo. Entonces, hizo un movimiento con el que pudo liberar una de sus piernas; le dio una patada a uno de los entes. Liberó uno de sus brazos y alcanzó una de las astillas de la ventana. Todo pasó muy rápido. Emma llevó la mano hasta la cara del espectro para acabar de una vez con todo ese calvario. El fragmento del cristal penetró el cuello del ser maligno, una y otra vez hasta que la joven sacó toda la impotencia y desesperación que la poseían. Los gritos se escucharon por todo rincón del hospital.
Todo se volvió visible ante sus ojos. La enfermera yacía entre sus brazos. La sangre le había manchado las manos y los sollozos y gritos de su madre llegaban hasta sus oídos. Un hombre, que al parecer era el doctor, estaba noqueado cerca de la entrada. Emma se dio cuenta de la terrible desgracia que había cometido.
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La Presencia
HororLa Presencia es una colección de cuentos oscuros, donde encontrarás situaciones de miedo y te enfrentaras a lo desconocido. Las historias tornan a una atmósfera llena de misterio y terror, desde seres sobrenaturales hasta asesinos en serie. Nunca s...