Ana Rosa

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La frase preferida de mi difunta madreque Dios la tenga en su Santo Reino era quetenía una hija insustancial, lo que resulta unavirtud en ella porque su vocabulario era másbien restringido y me pregunto cómo dio conesa palabra, pero le encantaba decirla y conello aprovechar para mirarme en menos.Porque mirada en menos he sido siempre ypor casi todo el mundo, por lo que ella nologró tener un punto de vista original, lapobrecita, no fue original en nada y ésa es laherencia que me dejó, junto a un par de cosasmás que agradezco como mi buena dicción ymis buenos modales y también el amor y eltemor de Dios y algo más que esperorecordar.

Para ser honesta -cosa que me precio deser y que admiro en los demás- debo decirlesque me aterra abrir la boca porque no creotener mucho que decir y me pregunto quéhabría sido de mí si no hubiera nacido en elseno de la familia más religiosa de toda lacomuna de La Florida, en una casa pareadadonde todo lo que sucedía podían oírlo losvecinos y donde se creía que rezando unrosario al día y respetando a los mayores seadquiriría la salvación propia y la del mundo,lo que termina por darle razón a mi madre:soy absolutamente insustancial.Siempre me enseñaron a respetar alprójimo y eso caló tan profundo en mí quemuchas veces confío más en lo adquirido queen mis reflejos. Hay personas que me dicenque yo vivo en el siglo pasado y no hablo delque acaba de pasar sino del anterior y esoparece ser un defecto imperdonable, lo que esa mí, el mundo me queda grande, lo que en elfondo me hace seguir de largo: éste no es lugarpara los apocados. Y me pregunto con todasinceridad la razón por la que Natasha me hainvitado hoy día porque cuando entré y miré acada una pensé: aquí están las regalonas deNatasha y por un minuto me dije: ay, AnaRosa, tú eres una de ellas.

Empiezo por el principio: soy Ana Rosa.Tengo treinta y un años.Vivo en la parte sur de La Florida, en lamisma casa pareada de mis padres -la queheredamos con la hipoteca pagada- con unhermano menor al que cuido desde que elSeñor decidió llevárselos, a mis padres, que sefueron los dos juntos y hoy gozarán de lapresencia divina en algún lugar más amableque esta tierra, llámese cielo o vida eterna ocomo ustedes quieran.Estudié en el liceo más cercano a mi casay más tarde, por no tener un puntaje que mepermitiera asistir a la universidad, me metí aun instituto profesional a estudiar Publicidadque es lo mismo que no estudiar nada. Mi vidaparece más bien sacada de un moldeprotestante que de uno católico, todo ha sidopuro trabajo, pura disciplina, pura aversión algoce, puro esperar la próxima vida para serfeliz porque la felicidad no existe entre loshumanos sino al lado de los ángeles yarcángeles y de las almas privilegiadas del másallá. No me he casado ni creo poder hacerlonunca porque no tengo mucho apego a esetipo de amor y además ya ven que soy muypoco atractiva. En mí no hay mucho paradestacar ni mucho para atraer al sexo opuesto,tampoco me sé vestir, no tengo imaginación nidinero, así soy dueña de cuatro trajes, es todolo que tengo, los voy turnando cada día de lasemana, uno es azul, el otro gris oscuro, y losdos restantes son café y burdeos y a cada unole he ido comprando una blusa en los mismostonos, de ese modo no debo pensar cadamañana en qué ponerme porque eso meangustiaría, me los sé de memoria y así nopierdo tiempo porque nunca tengo los minutossuficientes antes de volar a tomar la micro y elmetro y dejar preparado a mi hermano yasegurarme de que despertó y tomó eldesayuno y se duchó por cse rtó y que estoysegura que si yo no lo supervisara se quedaríadormido y se pasaría el día jugando en lapantalla en vez de asistir a clases. Habría dadola mitad de mi vida por tener unos ojosbonitos. Ojos de laucha, me decía el abuelo, alfin y al cabo, los ojos lo son todo, cualquierbelleza o fealdad nace de ellos y las únicasveces que le reclamo al Señor es por habermedado estos ojos tan insignificantes y opacosrodeados por pestañas casi invisibles y chicosy café como los tienen todos mis compatriotasy en la calle busco ojos lindos, la verdad esque no siempre los encuentro, me siento unrato en los bancos del paseo Ahumada amirarles los ojos a las mujeres y a imaginarmecómo viven y en qué piensan y qué es lo queles importa y hacia qué son indiferentes. Meimpresiona cómo eligen siempre una tallamenos cuando no existe en la liquidación latalla propia, nunca una más grande, andantodas apretadas y siempre se les notan losrollos y cuando se puso de moda mostrar lascaderas, ahí van todas con el cuero al aire, lesquede o no bien esa moda, y hago esfuerzospor practicar la tolerancia.

Diez Mujeres - Marcela Serrano. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora