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Debido a que soy el encargado de barrer y trapear el local, soy el primero en despertar, salir de la cama y ponerse a trabajar, desde hace dos años. Aquella mañana no ha sido la excepción, y para cuando el reloj da las siete y mi hermana finalmente baja a la cocina, el café ya está listo, el desayuno está servido y los almuerzos están recién empacados.

No hablamos mucho. No porque Eun-ji esté nerviosa, sino porque estoy tratando de dar un último repaso a mis libros de historia de octavo grado, esperando algo se me pegue en estos últimos veinte minutos, y ella no quiere distraerme.

-Ya váyanse, o se les hará tarde –dice mi padre cuando el también baja, y se sirve su taza de café.

-Salimos a las cuatro –me apuro a informarle, al tiempo que dejo el libro arriba del refrigerador-. Vendré lo más rápido para ayudarte.

Papá me dice que no me preocupe, que él puede encargarse de todo, y con ello finalmente mi hermana y yo nos colgamos las mochilas al hombro, y salimos del local, por la puerta trasera.

Caminar al colegio nos lleva quince minutos. Una vez que llegamos, y entramos, tengo que despedirme de Eun-ji: los salones de primer grado están junto a las canchas deportivas, muy cerca de Administrativos, mientras que los de tercer año están al otro lado de la explanada principal, pegados al estacionamiento de profesores.

Me dirijo allí, con paso por demás alegre. No puedo esperar por verlo. El amor de mi vida. Si no está allí para cuando yo entre al aula, todo esto habrá sido en vano. Subo al tercer piso, y me apuro a dirigirme al salón indicado con un "3-A". Me detengo en la puerta y escaneo los rostros de los pocos que han llegado ya.

Y no lo veo.

Estoy tentado a regresar por donde he venido. Bajar, cruzar la explanada y detenerme junto a la entrada, esperando verlo llegar. Sin embargo, las miradas de los que serán mis compañeros de clase me detienen. Los cinco tristes gatos que están ya sentados en los pupitres, me miran de pies a cabeza de manera despectiva, como si estuviesen tratando de memorizar cada detalle, para después criticarme. Sé perfectamente bien lo que miran: mi uniforme viejo que me queda chico, mi mochila parchada, mis zapatos sucios... Me paso la mano por el rostro, para disimular mi nerviosismo, y es entonces cuando me doy cuenta: esta mañana, no me he afeitado.

Maldigo mentalmente. ¿Cómo es posible que se me olvide que soy ya un viejo de veinte? Me pregunto si Eun-ji tendrá en su mochila una pinza de depilar que me pueda prestar. Después recuerdo la última vez que intentó depilarme la ceja y el recuerdo de lo doloroso que fue aquello hace que me lo piense dos veces de si en verdad quiero hacer eso con mi intento de barba y bigote. Y así, no me queda de otra más que entrar al salón, cruzar hasta el otro lado, enfilar hasta la parte de atrás, y sentarme en la última banca, junto a la ventana.

Para ignorar a estos críos, me entretengo mirando afuera. Tres pisos más abajo, se encuentra el estacionamiento de profesores. Varios de ellos aún están llegando, dirigiéndose a sus espacios asignados con sus nombres. Otros más ya bajaron y cerraron con seguro y alarma, y se encaminan al interior del colegio, platicando entre ellos. Hay un par más que apenas están bajando, y sacando sus cosas. Y es entonces cuando lo veo.

Ayudando a una profesora, está el amor de mi vida. Se acerca a saludarla. Ella le sonríe, y después de intercambiar un par de palabras, la luz de mis ojos se ofrece a ayudarle a cargar con varios libros que lleva, y ahí están ahora, caminando juntos, en dirección al interior del colegio.

No puedo creer que ese chico, el chico que me ha flechado a primera vista, sea la mascota del profesor.

Aproximadamente tres minutos más tarde, Choi Hyunsuk finalmente entra al aula, y como se esperaría de cualquier matadito de la clase, se sienta en primera fila. Lo que significa que estamos a ocho bancas de distancia, y cuatro horas antes de cualquier posible interacción.

Yo Caí Primero [Él cayó más fuerte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora