La ciudad amurallada

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Ya eran altas horas de la madrugada, nadie quedaba en la calle, nadie más que un joven barre calles. El joven acompañado por su escoba y por la tranquilidad de una cálida noche de verano. Arropado por el grillar subliminal.

Iluminado por las luces del firmamento, el cabello oscuro del chico brillaba de un castaño claro.

El joven terminó su trabajo, metiendo la basura acumulada en una bolsa, la cual, finalmente acabaría en el punto de recogida más cercano.

Normalmente, después de trabajar uno podría irse a casa con su familia. Dormir en un cálido hogar y al día siguiente volver a trabajar, una dulce rutina de la que por desgracia él no podía gozar.

¿Casa? Lo que él llamaba casa no era más que un estercolero que el viejo le dejó para no tener que verlo, mientras él vivía en su caseta de madera.

El chico, que no era más que un niño que recién entraba en la adolescencia, tembló al momento de pararse frente a la puerta de aquella chabola, la sola idea de volver a ver a ese viejo hacía que sus moratones y cicatrices dolieran de nuevo.

El pestilente olor a alcohol que emanaba de aquella casa solo hacía más pesado y tenso el ambiente. Hizo de tripas corazón, tragó saliva y Reunión toda la valentía que tenía en su cuerpo en aquel momento, llamando a la puerta de forma tímida.

No hubo respuesta directa, solo el crujir del sillón al levantarse el dueño de la casa.

Los sonoros pasos del viejo que hacían a la madera rechistar alertaban el cómo se acercaba a la puerta. El chico se quedó parado en el sitio, inmóvil, aún más cuando escuchó aquella ronca voz que tanto odiaba -¿Quién es? - En contraste con la sería voz del viejo, el chico habló con voz encogida -Arathem- pronunció con la boca chica -Está abierto, pasa- contesto la voz desde dentro de la casa. El chico, obedeció sumiso y asustado, abriendo la puerta de un poquito.

Aquel viejo al que Arathem le tenía tanto miedo era una persona horrible, tanto por dentro, como por fuera. Una persona retorcida y egoísta, sumida en su oscuro vicio, el alcohol.

En ese mismo momento el viejo sujetaba una botella de licor barato. Su deshilachada camisa estaba manchada tanto de aquel mismo licor como de restos de comida. Aquella maloliente camisa era totalmente insuficiente para ocultar su panza cervecera, su panza hacía una esfera perfecta que sobresalía tanto de su camisa como de su pantalón -¿Qué quieres?- Gruñó desinteresado, bebiendo a caño de aquella botella. Arathem tardó unos segundos en contestar -ya termines el trabajo. . . padre- El viejo terminó todo lo que quedaba en aquella botella de un solo sorbo -¿y a mi qué? Te di una parcela para que no molestes más, vete por ahí- El chico miró hacia abajo, decepcionado, había llegado muy lejos como para echarse atrás ahora - ah terminado el mes- hizo una pequeña pausa bajo la escalofriante y atenta mirada del viejo - necesito dinero para comida, padre - el viejo gruñó, soltando la botella de forma violenta, sin mediar palabra, despareció de aquella habitación.

El joven chico de pelo marrón oscuro suspiro aliviado, mes tras mes la misma y odiosa situación.

El viejo volvió con paso serio, con un semblante serio. Con su canosa y desastrosa barba, llena de migas y su poco pelo completamente despeinado. En su mano agarraba un puñado de monedas, las tiró de forma violenta pero torpe, pues, por el pésimo estado en el que se encontraba apenas podía mantenerse en pie.

-¡Ahora largo! - berreó junto al metálico tintineo de las monedas que se desparramaron por el suelo.

Arathem, astuto y rápido recogió todas aquellas monedas velozmente. Saliendo de aquella casa todo lo rápido que pudo. Se quedo paralizado durante unos segundos delante de la puerta, comenzando a hiperventilar. En cuanto sus piernas respondieron Arathem se alejó de ahí. Solo el sofocante calor de la noche le hizo parar de correr.

Arathem: El hechicero de los dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora