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Sus ojos se abrieron con lentitud, poco a poco la luz cálida invadió su cuerpo llenándola de un calor placentero, uno que se sentía como la paz después de la tormenta.

Entonces lo recordó, la imagen y la sensación real de agonía que sintió, el insoportable dolor y el fuerte tirón en su espalda.

Se levantó exaltada y miró a su alrededor, viendo las paredes blancas y la luz de la mañana entrando por la gran ventana. Sin pensarlo dos veces se levantó, arrancando sin importancia los sueros que tenía en sus brazos. Avanzó hasta el espejo en una de las paredes y se detuvo en seco al verse frente a él.

Su labio tembló, pues sabía que en cada extremo de su cuerpo debían estar el par de alas blanquecinas que una vez llegó a tener.

Con temor se fue bajando la bata por los hombros, se giró con lentitud y aguanto las lágrimas en los ojos al ver las dos grandes cicatrices en su espalda. Ver aquello terminó por quebrarla, pues esa sería una marca permanente que le recordaría lo que vivió.

Las lágrimas inevitablemente salieron de sus ojos, las piernas le fallaron y en un momento ya se encontraba en el suelo frío mientras agarraba su pecho con dolor, como si hubiera sido esa la zona afectada.

Sus sollozos se escucharon por la solitaria habitación, hasta que la tristeza pudo con ella y fue entonces que soltó un grito casi tan desgarrador como aquella vez.

Las enfermeras no tardaron en llegar debido a la bulla que ocasionó. La sujetaron de ambos brazos y la obligaron a levantarse mientras intentaban que se calmara. Al final no lo lograron y optaron por inyectarle un tranquilizante.

Una vez más volvió a caer en los brazos de morfeo, quitándose el daño emocional que sentía y aliviando su malestar mediante el sueño.

El tiempo pasó, no supo si durmió una hora o tres, quizás cuatro o una semana completa, pero cuando abrió los ojos nuevamente se sentía ligera. Esta vez ya no se exaltó o desesperó como la primera vez. Por otro lado, giró la cabeza a un costado, viendo el atardecer por la ventana.

Unos pájaros pasaron cerca y sólo pudo observarlos mientras volaban de un lado a otro y sus cantos se mezclaban con la brisa. Al verlos, sintió nostalgia y deseó ser uno de ellos, volando por doquier.

Hundió su cabeza aún más en la almohada y su corta sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco, estaba pensando en muchas cosas y temía por las respuestas a sus propias preguntas.

Su vista pasó de la ventana a la puerta siendo abierta. La cabellera ceniza de su mejor amigo entró en su campo de visión. Lo vio con varías vendas en su rostro y sobre todo en su brazo derecho.

─¿Cómo te encuentras?─ intentó sonar tranquila, pero no lo consiguió, pues supo que su voz había salido apagada y rasposa.

Katsuki no respondió, sólo dio unos cuantos pasos hasta la camilla y se quedó en los pies de esta, observándola con una expresión que ella no pudo descifrar.

Ambos se quedaron viendo fijamente, sin decir nada por varios segundos, que, se sintieron horas.

─Escuché a las enfermeras hablar. . . Dijeron que alguien había gritado.

Hikari supo por donde estaba yendo la conversación, por lo que intentó hacerse la desentendida.

─¿Sí? No logré escuchar nada.

Él le dedicó una mirada entre preocupada y resignada.

─Provenía de tu habitación. Los gritos que se escucharon fueron los tuyos.

Se quedó callada y desvío la mirada, concentrándose en otra cosa que no fuera Katsuki frente a ella.

─¿Qué fue lo que pasó?─ insistió él

Sabía que ocultarselo sería en vano, al fin y al cabo se daría cuenta tarde o temprano, no era tonto, sabía lo que pasaba, era alguien muy observador. Aún así, no se sentía lista para confesar lo que vivió.

Una lágrima traicionera escapó de sus ojos, la quitó con rapidez antes de ser descubierta, pero fue en vano, escuchaba los pasos de Katsuki acercarse hasta donde estaba.

Bastó con alzar su vista para encontrarse con los ojos preocupados de su amigo. Se quedaron viendo por un largo tiempo, sin emitir palabras, sólo sus miradas enfocadas uno al otro.

Dejó de respirar al verlo alzar la mano en su dirección, luego pudo sentir como el pulgar limpiaba con suavidad su mejilla, ni siquiera ella se había percatado de las nuevas lágrimas cayendo. Cerró sus ojos ante la caricia y por fin soltó el aire retenido en sus pulmones.

No había manera de explicar la sensación de seguridad que Katsuki le transmitía, era el único hasta ahora que la entendía a la perfección.

No aguanto más y se levantó con rapidez para rodear su torso con los brazos y hundir el rostro contra su pecho. Lo abrazo con fuerza mientras se aferraba al camisón.

Alzó su cabeza y al verlo más de cerca hizo un mohín con los labios, sosteniéndolo con firmeza a pesar de tener las manos temblorosas.

─Katsu. . . Aún soy tu ángel ¿Verdad?

Fue inevitable, la voz le salió rota y su pregunta lo desconcertó, aún así, él respondió.

─Tú siempre serás mi ángel, mi linda cabellos de oro.

Eso bastó para que volviera a llorar, se hundió aún más entre su cuello y hombro y se quedó abrazada a él como un koala. Se sintió protegida al sentir como Katsuki acariciaba su cabeza con cariño.

ᴀɴɢᴇʟ |ʙᴀᴋᴜɢo ᴋᴀᴛꜱᴜᴋɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora