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'No hay mejor ingrediente para la cocina que el amor.' 



Fermin observaba con atención de un lado a otro, sabía que no se equivocó de hora. Porque se lo preguntó a su mamá antes de salir, el frío era mucho más afuera que en la cocina de su abuelo. Entonces ajustó como pudo su abrigo sobre su cuerpo mientras buscaba resguardar lo que tenía en sus manos. 

Miró de nuevo a uno de sus lados y una sonrisa se formó en su rostro al verlo. Un chico mucho más alto que él, con apariencia sucia y descuidada. Sabía que era un vagabundo, sabía bien que era un chico de esos que podrían ser peligrosos pero él confiaba. 

—Hola... —saludó el recién llegado. Fermin sonrió en grande. Se puso de pie para entregarle lo que traía en sus manos. 

—Hola, pequeño. Muchas gracias. —el más alto saludó. Fermin le regaló una sonrisa con mejillas rojas por la vergüenza, ese niño tenía algo que le cosquillea en su pancita y su corazón se acelera. Fermin nunca le preguntó su nombre, pero siempre se quedaba con él hasta que terminaba de comer. El mayor tenía algo en él que le llamaba la atención, lo observaba comer con muchas ganas. 

—Esa comida la hice yo. —murmuró, sus mejillas ardiendo ante la confesión. El mayor lo miró. 

—Eso es genial, bichito. —el halago le hizo ladear la cabeza un poco confundido. 

—¿Bichito? De... ¿raro? —preguntó, sabía que solo se lo decían a quienes lucían raros de alguna forma. 

—¡No! —el mayor negó de inmediato. —Eres muy lindo, como un bichito... lindo. —murmuró, desvió la mirada al darse cuenta de lo que dijo. 
Ahora posiblemente el niño que le daba comidas ya no le haría más caso. 

Él, ¿quién era él? No era nadie para decirle aquello. Incomodar de esa forma. 

—Oh... bichito, es lindo... me gusta. —Iñigo miró con sorpresa al pequeñín que Lucía más adorable aún con sus mejillas sonrojadas y esa sonrisita que mostraba sus dientitos delanteros. Se grabó en su memoria el rostro del pequeño, deseando que si lo llegan a encontrar sus padres a él. Algún día pueda reconocer a este niño que lo ha ayudado bastante. 

—Entonces te diré bichito. —declaró, siguió comiendo en la compañía del más joven. Las temperaturas seguían descendiendo de a poco. Sabía que tenía que correr para llegar al albergue a tiempo, pero conversar con el pequeño que le explicaba un libro que trajo era realmente agradable. Escrito a mano y con recetas variadas, el bichito lucía muy emocionado al momento de explicarle que la primera comida que aprenden en su familia es la que le trajo. 

Iñigo no podía comprender como un ser tan chiquitito alcanzara siquiera una base alta, se imaginaba levemente al menor hundido en un gorrito y delantal de su madre o con quien viviese. 

—Entonces... este libro es tuyo, cuando llegues a casa puedes usarlo para cocinar. Aunque no te saldrá muy rica la comida, porque mi abuelo y yo sabemos el ingrediente secreto. —Fermin iba parloteando mientras caminaban a la casa del niño. 

—Lo guardaré con mi vida. —Iñigo observó en silencio al menor que sacudió su mano en dirección suya al momento de ver a su madre. 
Se dio la vuelta y caminó lentamente. 

—Espera... —escuchó la voz de la mujer. Una sonrisa cálida fue su bienvenida al momento de observar. —Estás empezando a desprender tu aroma... creo que estás por presentarte, si quieres puedes quedarte en casa o por lo menos mantenerse cerca para nosotros poder ayudarte. —dijo la omega. Iñigo la miró confundida porque él notaba cambio alguno en su cuerpo. 

—Oh... estoy bien, gracias. —dijo antes de darse la vuelta y seguir su camino. 


Los días siguientes a esa fecha Fermin esperó, en el mismo lugar y a la misma hora pero nunca regresó. Se lo contó a su mamá, a su abuelo y a todo aquel a quien le había hablado sobre su amigo. 
Pero él nunca regresó y con el paso del tiempo solo aquel apodo de él quedó. 


Esa tarde, en donde las frías calles de Barcelona lo carcomía lentamente. Iñigo lo vio a lo lejos, su padre acompañado de varios hombres mientras mostraba una imagen a cada persona que pasaba. 
El adolescente corrió, las desconocidas calles lo hacían más vulnerable aún. Con el libro apretado sobre su pecho y las lágrimas de su padre. Con el tiempo su mente bloqueó algunos sucesos durante ese periodo que estuvo viviendo en la calle. Pero solamente algo quedó grabado en su mente; unos lindos dientitos delanteros, un sabor inexplicable en su paladar y un apodo extraño. Bichito. 






























Continuará...



Jdr esto es literatura🚭






Pato📉

f ó r m u l a   d e    a m o r  [bichitos] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora