Traspasé el portón de metal que se encontraba abierto todos los días a esa hora y me enfrenté a todas mis pesadillas hechas de ladrillo rojo. El instituto era un verdadero infierno, menos mal que hoy era el último día de clases antes de las vacaciones y por fin me daban las notas.
Cuando entré en clase, vi a todos mis compañeros levantados, se movían frenéticos delante de la profesora, un poco asustada, esperando su turno para que les diera ese tan temido papel amarillento. Algunos con caras largas y otros muy felices de haber sacado buenas notas.
Algunas de mis amigas estaban hablando animadamente cuando me vieron.
—¡Emy! —Me saludó Maia, y a continuación me abrazó. —Tía, la bruja de la profesora me ha puesto un cinco en literatura. —Puso mala cara mirando a nuestra profesora mal. Y es que está profesora en concreto, nuestra tutora, era demasiado exigente.
—Bueno, ya subirás nota, no te preocupes guapa. —Le dije calmándola.
Las otras chicas me saludaron muy contentas, pero aquí faltaba una personita muy importante para mí. Mi otra mitad. Mi mejor amiga se había ido de vacaciones una semana antes a Croacia, así que tuve que aguantar todos estos días sin ella, la muy suertuda, que estaba subiendo unas fotos a las redes sociales que parecían hechas por un fotógrafo, posando cual modelo. Ojalá estar con ella ahora mismo, disfrutando del sol en mi piel, el sonido de las olas del mar, visitando nuevos sitios...
Diez minutos después la tutora me entregó mi boletín de notas dentro de un gran sobre, lo saqué con cuidado y miré con detenimiento fila por fila, cuando terminé, puse una mueca en mi boca. Tenía un siete en gimnasia. Un jodido siete.
—¿Que tal?—Me preguntó Maia curiosa.
—Mal Maia, mal.
—¿Y eso por qué, si se puede saber?
—Tengo un siete en Educación Física—Hice un puchero. Ella me arrebató el papel de las manos y me miró con cara extraña, lo mismo hicieron mis otras amigas.
—Pero tía, si en todas las demás asignaturas tienes sobresalientes, anda no te quejes. —Contestó otra.
Vale, admito que tenían razón, debería de estar contenta. Pero yo soy muy exigente conmigo misma, y vale, también competitiva, así que quiero lo mejor de lo mejor, y en todos los ámbitos, a ser posible.
Una vez comentado todo y despidiéndonos del resto de compañeros, salimos y caminamos alejándonos poco a poco del instituto, perdiéndolo de vista por fin, al menos durante todo el verano.
Llegué a mi casa, una casa blanca con un garaje en el lateral izquierdo, cuyas puertas y ventanas eran de un color azul cielo, que le daban un toque costero (aunque viviésemos lejos de la playa). También, teníamos un patio delantero pequeñito dónde teníamos unas cuantas plantas con flores que alegraban la vista. Era un lugar bonito y acogedor. Aquí vivíamos únicamente mi tía y yo, por lo que estábamos muy tranquilas y a gusto.
Cuando entré en casa dejé las notas encima del recibidor y me adentré por el pasillo hasta llegar a la cocina.
—¿Tía? ¿Estas en casa?. —grité, pero no recibí respuesta.
Subí al segundo piso, y oí el sonido de la ducha en la habitación de invitados, ¿qué hacía mi tía duchándose ahí cuando tenía su propio baño en su habitación?, que extraño.
Entré y la esperé rodando en la silla del escritorio. Puse mi playlist favorita en el móvil, canciones de antaño, o al menor lo eran para mí y empezó a sonar "El secreto de las tortugas", de Maldita Nerea.
Estuve unos minutos mirando las redes sociales que me tenían completamente enganchada. Aunque yo no subía fotos ni era muy activa en estas redes, ya que no estaba muy a favor de publicar voluntariamente mi vida privada, siempre me entraba el gusanillo de entrar y ver que hacían los demás, cotillear un poco. Era un mal vicio que tendría que evitar en un futuro.
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El chico que vive en mi casa
Teen FictionEmily es una chica de dieciséis años divertida, competitiva y un poco inocente, que vive felizmente con su tía. Un día, se encuentra una sorpresa en su casa, un tal Jason, que viene a pasar el verano con ellas por asuntos familiares. Él tiene dieci...