Capítulo 19

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En los lugares más desaconsejados para un paseo en solitario a la exigua luz de una farola se escondía lo peor de la fauna humana. Una réplica de otro período que había sofisticado sus prácticas. Los métodos para engatusar la mente eran rápidos y muy adictivos, él mismo los había probado. El descontrol y la euforia al alcance de la mano. Era despreciable y, en sí mismo, entretenido. Ver cómo la gente reducía la línea de su vida por decisiones controladas por el furor irracional. Nadie parecía capaz de luchar contra el deseo y sostener la voluntad.

Relacionarse con la clase de persona que, por unos míseros dólares, te vende el éxtasis de cruzar las puertas del Olimpo con unos gramos de su droga tenía sus ventajas. Pretendían hundirte en el mismo pozo sin fondo que a todos a los que habían embaucado. El camino escogido se hacía menos cuesta arriba cuando el dinero te llovía a espuertas, y Heliot estaba al tanto de los sucios trucos de la fosa común que le servía de tapadera mientras buscaba una señal.

Macie Blossom apareció como respuesta a sus plegarias. Se había topado con ella a la salida de la galería de arte, mientras se disculpaba con el guarda de seguridad por lo tarde que se le había hecho reordenando sus cuadros. Había reconocido su esencia con solo mirarla a los ojos. Desde ese momento, se pegó a su sombra. Se hizo con su rutina, las horas de dedicación a su arte, las amistades que frecuentaba y el ocio con el que se relajaba. Se cercioró del inconmensurable poder que ostentaba el círculo social en el que se desenvolvía como artista.

Macie era la elegida. El inicio del despertar.

Había procurado mantener un perfil bajo mientras averiguaba hasta el último pormenor en la vida de Macie. Y en una de las noches en las que aguardaba en la callejuela contigua a la galería, fue espectador del encuentro con el hombre con el que tenía un romance. Dustin Montgomery. Un hombre casado.

Disimulando su rostro con la capucha, sorteando a la marabunta noctámbula, Heliot se retrotrajo hasta el día en que se hizo pasar por un pintor defraudado y sin un centavo en el bolsillo. Un espectáculo que accionó la compasión en Macie. Le había hecho partícipe de su rencor con el mundo, del desinterés general de sus obras y el declive de su motivación para reinventarse y encontrar algo nuevo y ambicioso que pusiera a prueba su talento. De algún modo, había sido franco con ella. Estaba frustrado, cansado de las complicaciones que combatía en solitario.

Comenzaron a verse de noche. Primero en un taller diminuto que Macie había alquilado. Luego en su hogar, cuando la confianza se había desarrollado entre ellos. Comprendía que aquel hombre casado se hubiera enamorado de ella, se había dado cuenta de que a él le estaba empezando a suceder igual. Le gustaba lo seguro que se sentía a su lado. Sencillo, despojado de los defectos que lo hacían humano. Sin quererlo, disfrutaba de la naturalidad con que las interacciones iban creciendo en intimidad.

Ensimismada en los movimientos del pincel sobre el lienzo, dejando fluir su creatividad, Macie le reveló a Heliot lo que le hacía sentir afortunada. Como había presentido, acto seguido, sin frenos de por medio, se desahogó sobre la relación en la que no tenía permitido ser ella misma y los sentimientos contradictorios que la invadían. Se avergonzaba de los secretos y las mentiras que contaba a familiares y amigos y, por el contrario, adoraba el cosquilleo en su vientre fruto de la emoción del reencuentro.

Con un suspiro, soltaba el pincel y la paleta de mezclas e, inclinada en el taburete con las manos entre los muslos, le desvelaba otra vertiente de ella, dócil e insegura, que no se replanteaba los términos de la relación y consentía el puesto de amante. Después de sincerarse, le había sonreído, cohibida, y se había lamentado de lo tonta que era.

No tenía previsto abrazarla. Pero cuando quiso percatarse, la tenía entre sus brazos. En los ojos de Macie asomaron dos tímidas lágrimas, y él las enjugó con un gesto tierno.

Y del engaño despertarásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora