2. El corazón roto

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Algunas personas se cierran tanto en un momento determinado que luego olvidan cómo volver a abrirse a los demás; se vuelven herméticas, necesitan protegerse porque en el fondo, tienen mucho miedo o sienten dolor. Obviamente no estoy hablando de mi. O si, pero no quiero decírtelo. Preferiría que te dieras cuenta sin que tuviera que decírtelo.

Quizá la vida sean momentos. Solo eso. Momentos. Y a veces llegas o no llegas en el instante apropiado. A veces un segundo lo cambia todo. A veces el tiempo es determinante; y a veces no, a veces simplemente es un hijo de puta que te hace pasar estragos para los que no estás preparada. Y no es tu culpa, no es tu culpa aunque lleves 17 años sin estar preparada. ¿Verdad?

Ah, claro, es cierto. No sabes de lo que hablo la mayor parte del tiempo, ¿no? Si, tiene sentido. Pero no me apetece contártelo ahora, tal vez más tarde, cuando esté cansada y no tenga fuerzas para seguir cargando con la maleta en mi espalda y caminar como si a mí también me esperaran en algún sitio.

El caso es que, si hubiera llegado un segundo más tarde, tal vez no habría podido decirle a la impostora, que por cierto es nueva en mi clase, que no se sentase en aquel sitio, porque aquel pupitre tenía dueña. Dueña que no se presentaba en el instituto desde hacía meses, pero que yo me negaba a dar por perdida.

Tal vez me pasé de borde, pero quería que el mensaje le calara en las venas, que no le entrara por un oído y le saliera por el otro porque aquel sitio estaba cogido y lo estaría mucho tiempo. No quería que siguiera intentando colarse en un lugar que ya tenía dueña, así que fui borde en exceso.

Mala suerte para mí que la impostora, lejos de bajar la mirada, me sonrió y se sentó en el asiento contiguo al mío. Que caprichosa es la ignorancia que me preguntó mi nombre, como si yo fuera alguien. Me preguntó mi nombre como si le importara, como si me mirara de verdad y no solo por encima. Me preguntó mi nombre como si no se hubiese dado cuenta de nada.

Tenía esa mirada. Esa mirada que yo también tenía. Al parecer, la impostora también tenía el corazón roto. Entre gente rota nos reconocemos, supongo, porque me miró con empatía, como entendiendo que nos parecíamos a pesar de ser polos opuestos. Ella con la sonrisa brillante, y yo con los labios secos.

No me dijo su nombre, tampoco se lo pregunté, ni le respondí la pregunta cuando quiso saber el mio. Fue mutuo el acuerdo silenciosos de dejar en paz la existencia de la otra, porque dos corazón rotos se entienden como si fueran uno. Eso suele pasar ¿Verdad? No es algo único de nosotras dos…¿cierto?

You can't love (Kivi)Where stories live. Discover now