Prólogo

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El pasillo levemente iluminado por los pequeños focos blancos con bastante potencia daban al ambiente un efecto de poca visión y pesadez, en los lados del pasillo se pueden ver oficinas desordenadas y las sillas estan volteadas, dando la impresión de un asalto o un huracán.

A lo lejos se puede enfocar a una silueta que aparenta ser de un hombre que empieza a correr con prisa y desesperó, parece buscar algo pues mueve la cabeza a los lados mientras sigue corriendo llegando a una intersección de derecha a izquierda, se puede observar como su desesperacion lo lleva a tomar el camino de la derecha y avanzar con prisa.

Voltea su cabeza esperando que nadie lo siguiera por detrás, sabía que donde estaba era peligroso que lo encontrarán y más con su calibre 12 en la mano cargada. Destinada a apuntar a todos los asquerosos policías que encontrará en el camino impidiéndole avanzar.

De repente se escucha una radio pero sabe que no es de él y vuelve a correr con fuerzas y por mientras eso pasaba la radio anuncia que hay un infiltrado en el hospital donde ahora mismo estaba, lo cual lo hace reírse puesto que se suponía que todos los policias eran fieles a su jefe y su deber.

Mentiras y más mentiras escucho decir de la radio hasta que uno de los suyos le comunico desde su ubicación que había encontrado lo que con desenfreno y obsesión había estado buscando desde hace más de 6 meses.

Sin dudarlo aceleró el paso cargando su arma en el proceso pues no iba dudar en disparar teniendo tanta experiencia en el asunto, siguió avanzando hasta que vio a uno de sus subordinados frente la puerta de cristal esperando que él llegara.

Le lanzo una mirada que el otro entendió como: vigila que nadie entre mientras esté yo. Después con su mano apoyada en el vidrio trató de observar al otro lado, su sonrisa y alivio resonaron en un rugido complaciente y ronco.

Sonrió complacido de ver sus tesoros descansar en una cama médica conectados a una máquina que monitoreaba sus signos vitales, jadeo sintiendo de lejos el olor de ambos que tanto amaba y deseaba.

Rápidamente tomó su arma y apunto al vidrio y disparó, el silbido y el impacto hicieron que las alarmas se activarán y una sirena se escuchará con potencia retumbando en sus oídos que no se molestó en escuchar.

Paso el marco de la puerta roto pisando con sus zapatos negros de tela los cristales rotos por el impacto de la bala y con paso lento, sonriente y con satisfaccion en el rostro avanzo a las camas, al llegar no dudo en acariciar el rostro de la hermosa niña que descansaba en ella, pelinegra de un metro cincuenta y cinco con ojos azules semi-celestes, 15 años. Su primer tesoro y el mejor premio, se acerco a ella y le dio un beso en la boca largo como si disfrutara por la sensación, a ella le paso la mano por el cuerpo llegando a su vientre pero bajo aún más y sonrió encantado.

Luego se giro y miro la otra cama, su segundo tesoro: un pequeño niño de apenas 11 años de edad descansando en la cama con ojos azules y semi turquesas, se lo veía cansado y adolorido, el sudor aun pasaba por su cara cuando lo vio mejor, se acerco y no dudo en acercase y plantar un beso en sus labios que esa ocasión duró más tiempo que el anterior.

Tampoco dudo en pasar su mano por su cuerpo y quitar la bata azul claro que tenía por ropa, se acerco al estomago y repaso con su mano la entrepierna del menor, con calma y detalle puso su palma en el vientre del niño sintiendo solamente el respirar.

El sabía. Sabía la razón del porque sus tesoros estaban ahí, en aquel hospital algo muy doloroso había ocurrido para la humanidad: El parto de unos menores de edad.

Sus menores de edad. Sus tesoros.

- Kaīmi…kaigaku…

Fue lo único que dijo el hombre. Luego se oyó su risa y finalmente se dirigió a paso lento a la sala de maternidad donde vio a una enfermera cuidar a un par de bebes recién nacidos tapados por mantas blancas, la mujer asustada trato de correr sin embargo antes de poder moverse recibió una bala en la frente y cayó al suelo desplomándose.

El ruido despertó a los bebés que de inmediato comenzaron a llorar, no dudo en acercarse y sonreír con malicisia.

Eran tres bebés los que veía: Un niño por la banda azul de su mano donde la tenía y dos niñas, gemelas, por las bandas rosadas en sus pequeñas manos. Esos bebés no llevaban más de veinticuatro horas vivos.

El hombre sonrió, tomo su arma nuevamente y paso el frío metal por la cabeza de las dos niñas provocando más lágrimas por su parte.

Se fijo en el niño que lloraba mientras movía sus manos y pies tan pequeños mientras su fuerte llanto lo molestaba, jamás le habían gustado los niños pues eran bastante molestos pero si a sus tesoros les gustaba pues el podía acomodarse tranquilo con las pestes esas mientras no molestará en los momentos justos y necesitados que tenía que tener con tan bella mujer y ni hablar del hermoso doncel.

Eran todo para el, sus tesoros, sus premios, sus bombones, sus gustos, sus posesiones y sus placeres. Cómo iba a dejar todo su esfuerzo y trabajo por unos simples policías que no sabían nada de el o de sus preciados amores.

Solo con recordarlas el molesto llanto de los bebés dejo de ser importante o molesto, hasta llegó a tener un problema que apretaba en su pantalón.

Sin más que hacer alejo el arma de los bebés cuando escucho que las sirenas sonaban con más fuerza fuera del edificio, sabía mejor que nadie que era la policía y que talvez ya estaban muy cerca de el.

Se juro sacar a sus tesoros de ahí apenas pudiera y lo lograría, así que sin más cargo nuevamente su arma y apunto a los bebes. Siendo un sicario no tenía tanto de que preocuparse solo eran unos bebés que jamás habría querido.

Y sin más, apretó su arma con fuerza señalando a los tres bebés que en ningún dejo de observar, ya sus lloriqueos le estaban molestando y sin dudar…

Un disparo se escuchó.

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Estocolmo «Michikatsu Tsugikuni ó Kokushibo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora