𝑬𝐥 𝑫𝐞𝐬𝐚𝐲𝐮𝐧𝐨

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No era su idea encontrarse con Benedict de esa forma, pero pudo haber sido peor. Y con peor se refería a que quería darle un puñetazo donde más le doliera. Era una ira sin pies ni cabeza, pero sí con corazón y furia, se podría decir.

—Bueno, es el turno de Anne para dar sus obsequios —anunció su hermano, sabiendo perfectamente en qué lío metía a su hermana.

—¿Más obsequios? Creo que nos quieren demasiado, Becket —comentó el Vizconde Bridgerton, sin dejar de mirar fijamente a Anne.

—De mayor a menor escala, pero aún así los queremos —respondió la joven al Vizconde.

—Ustedes dos siguen siendo unos insufribles —comentó la Vizcondesa Bridgerton riendo—. Apuesto que ustedes serían los únicos que se tendrían al margen si fueran esposos.

—Lo dudo —respondieron secamente ambos al mismo tiempo, poniendo fin a su juego de miradas.

La Vizcondesa se rio ante la respuesta y actitud de los jóvenes, y siguió tomando té con la señora Everhart.

—Bueno, voy a empezar de menor a mayor, así que el primer obsequio es para mi preferida, Hyacinth, obviamente.

Mientras saltaba de hermano a hermana, de obsequio a obsequio, se ponía más nerviosa a medida que se acercaba a los Bridgerton más grandes de la familia. No obstante, no se iba a dejar intimidar tan fácilmente por ellos.

—Daphne, no sé si recuerdas que de niñas decíamos que algún día tendríamos un juego de té con nuestras horribles caras, y aunque no me creas —carraspeó para soltar después la bomba—, conseguí un retrato tuyo para que pudieran pintarlo en el juego de té —murmuró Anne un poco apenada por su regalo.

En toda la sala se podían oír las carcajadas de las familias, asombradas de no poder creer lo que escuchaban de la joven Everhart. Probablemente era el regalo más raro y de dudoso gusto, pero al final, ella y Daphne se entendían mutuamente y sabían lo que representaba ese regalo para ellas. No solo era un regalo absurdo, sino también la manera de Anne de reiterarle a Daphne que nunca iban a perder esa conexión tan genuina que tenían. A pesar de los dos años en los que ella no estuvo, siempre seguirían siendo esas niñas que les encantaba jugar al té en el jardín.

—¡Dios, Anne! —murmuró Daphne, sorprendida, agarrando a Anne por los brazos para poder abrazarla—. No puedo creer que lo recordaras.

—Bueno, solo a ti se te ocurriría un juego de té con nuestras caras —susurró Anne solo para ellas dos, en ese eterno abrazo de mejores amigas que necesitaban después de dos largos años.

—Lo sé —le susurró Daphne al oído.

—Te extrañé como no tienes idea.

—Yo también. No imaginas cómo es vivir con Eloise.

—Lo sé —le respondió con una carcajada.

—Sigue con los obsequios, no quiero interrumpirte —comentó Daphne, dando por terminado su abrazo.

—Claro, en ese caso sigue el niño eterno de los Bridgerton, ¡Colin Bridgerton! —bromeó Anne como siempre solía hacerlo—. En Italia fuimos a una subasta y, casualmente, estaba en subasta el relicario de James Cook —exclamó Anne, tirándole el relicario a Colin, quien lo atrapó sorprendido.

—¡No es cierto! —gritó completamente emocionado, abrazando fuertemente a Anne hasta levantarla del suelo—. Hasta me casaría contigo, Anne, por este obsequio.

De repente, toda la sala se quedó completamente en silencio, con especial atención por parte de los dos hermanos mayores de los Bridgerton que estaban observándolos. Luego, las familias procedieron a carcajearse por la reacción de Colin ante su obsequio.

The Tortured Poet's Department Donde viven las historias. Descúbrelo ahora