Capitulo 3

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Emilia sonreía mirando su celular, sus dedos volando sobre la pantalla, mientras Patricia terminaba de guardar sus cosas para irse a casa. Había sido un día largo de trabajo, su cuerpo dolía demasiado y solo quería llegar a la casa de sus padres para dormir hasta la mañana siguiente.

—Emilia, por favor, camina —dijo Patricia, con un toque de exasperación en su voz.

—Ya voy, Patricia, ya voy —respondió Emilia sin apartar la vista de su celular.

—Pero muévete, en serio, estás ahí parada mirando ese celular como una boba. ¿Con quién tanto hablas?

—Hablo con Matías —respondió Emilia con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—¿Y ese quién es?

—Mi nuevo amigo íntimo, ya sabes —dijo Emilia, guiñando un ojo.

Patricia rodó los ojos y caminó hacia la salida, siendo seguida de cerca por Emilia, quien en ese momento recibió una llamada. Sin dudarlo, Emilia respondió en cuestión de segundos, su tono de voz cambiando a uno más dulce y coqueto.

—¡Hola, Matías! —dijo Emilia, su voz llena de entusiasmo—. Sí, claro, salgo en unos minutos. ¿Nos vemos en el café de siempre?

Patricia soltó un suspiro, sintiendo la fatiga acumulada en sus hombros. Mientras caminaban hacia la salida, la conversación de Emilia llenaba el aire con una mezcla de risas y promesas. Patricia no podía evitar sentir una punzada de envidia ante la energía inagotable de su amiga.

—Claro, tontito, siempre estoy disponible para ti —dijo Emilia, colocando su cabello hacia atrás con un movimiento coqueto.

Patricia rodó los ojos y sacó su celular para llamar un taxi y regresar a casa. No tenía mucho ánimo para esperar el transporte público y pelear por un asiento.

—Sí, sí. Voy enseguida, nos vemos Maty —dijo Emilia, dando por finalizada la llamada. Luego se volvió hacia Patricia con una sonrisa radiante—. ¿Ya te irás a tu casa, Patito?

—Sí, pediré un taxi. ¿Tú no irás a la tuya?

—No, iré a reunirme con Maty... así que, bueno, nos vemos mañana, colega.

—El viernes, Emilia. Mañana es mi día libre —respondió Patricia, con cierto alivio en su voz.

—Oh, es verdad. Bien, nos vemos el viernes, colega. ¡Descansa!

Patricia asintió y se despidió de Emilia, viendo cómo su amiga se alejaba con pasos ligeros y una sonrisa en el rostro. Mientras esperaba el taxi, Patricia no podía evitar pensar en cómo las vidas de las personas a su alrededor parecían llenas de emoción y novedad, mientras la suya se sentía cada vez más monótona. Sin embargo, al menos tenía un día de descanso por delante para recargar energías y tal vez, solo tal vez, encontrar un poco de esa chispa que hacía que la vida de Emilia pareciera tan vibrante.

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Al llegar a su casa, Patricia pagó el taxi y bajó casi arrastrando los pies. Las luces seguían encendidas, indicando que sus padres aún estaban despiertos. Se detuvo frente a la puerta por un momento, sin escuchar ningún ruido. Con cuidado, casi sin querer ser notada, introdujo la llave en la cerradura y la giró sin hacer mucho ruido. Con pasos sigilosos, entró.

La luz tenue del televisor iluminaba la sala, revelando a su padre dormido en el sofá, con su ronquido retumbante llenando la habitación. Patricia esbozó una mueca cansada al verlo. La escena le resultaba familiar y  exasperante a pesar del agotamiento que sentía. Habia envoltorios de comida chatarra y un par de latas vacias de cerveza, la mas barata que puede existir en el mercado.  Su casa olia similar a un bar de mala clase. 

Doble Vida, Doble MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora