Capítulo 1

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El dudoso bar resonaba con la estridente mezcla de risas y música, envuelto en una penumbra intermitente de luces parpadeantes que arrojaban sombras danzantes sobre las paredes descascaradas. El aire estaba impregnado de una amalgama embriagadora de humo de cigarrillo, sudor y el dulce aroma a cerveza derramada.

Bruno Molina, el joven entrenador físico de 29 años, se deslizó entre las mesas abarrotadas, sumergiéndose en el caos controlado del lugar. Con una sonrisa pícara y una chispa traviesa en los ojos, se acercó a una mujer de cabello oscuro que irradiaba una sensualidad palpable.

— ¿Por qué una dama tan bella como usted se encuentra tan solita? —susurró Bruno, deslizando sus manos alrededor de la cintura de la mujer. Una sonrisa vanidosa se formó en los labios delgados de ella mientras se apartaba, manteniendo una postura segura, con los brazos cruzados.

— ¿Y tú? ¿Tan confianzudo que saliste? —respondió ella, con un destello de diversión en sus ojos.

Bruno pasó su mano por el cabello, jalándolo levemente hacia atrás, con una expresión de autosuficiencia en su rostro.

— Vamos, Emilia, creo que me he ganado esa confianza luego de todo lo que hemos vivido ¿O me equivoco? —dijo con un tono juguetón, desafiante.

Emilia movió su cabello hacia atrás con encanto, sin quitar su mirada de él, con una sonrisa que sugería complicidad.

— No es nada serio, Bruno. Tú y yo sabemos que esto es solo un jueguito de amigos —respondió, con una nota de picardía en su voz.

Bruno sostuvo la mirada de Emilia, con una expresión desafiante en sus ojos, sintiendo la química que fluía entre ellos.

— ¿Quién dijo que no podemos disfrutar un poco mientras tanto? Después de todo, ¿no es eso lo que mejor sabemos hacer? —replicó, con una sonrisa traviesa.

Emilia se echó a reír, pero había un destello de complicidad en sus ojos, mientras se dejaba llevar por el ritmo de la música.

Con suaves movimientos provocadores, Emilia bailaba pegando su cuerpo hacia Bruno, mientras el ambiente vibraba bajo sus pies. Cada uno sumergido en su propio mundo, pero conscientes de la química que se mantenía entre ellos. El aire estaba cargado de anticipación y deseo, y las miradas cómplices entre ellos hablaban más que las palabras.

No pasó mucho tiempo antes de que Bruno y Emilia chocaran al entrar a su casa, envueltos en un beso apasionado que hablaba de deseo y ansiedad contenida. Mientras avanzaban sin mirar entre la oscuridad, la pasión ardía entre ellos, alimentada por la emoción del momento.

Esas risitas y juegos eran el toque de color en la vida de Bruno, la emoción de saber que cada noche podía disfrutar de una aventura así, sin compromiso, era todo lo que anhelaba. Sus manos rozaban con fuerza la piel de Emilia mientras ella se retorcía bajo sus caricias, ambos entregados a las sensaciones que los consumían por completo...

Cuando los primeros rayos de sol se filtraron a través de las cortinas, la habitación cobró vida con una cálida luz dorada. Bruno abrió los ojos con cierta dificultad, sintiendo el suave resplandor acariciar su rostro. A su lado, Emilia dormía profundamente, envuelta en las sábanas como un capullo protector. El suave murmullo de su respiración llenaba la habitación, creando una atmósfera de paz y tranquilidad.

Bruno soltó un bostezo y se levantó con cuidado, tratando de no perturbar el sueño de Emilia. Sus pies rozaron el suelo con suavidad mientras se deslizaba fuera de la cama. Con pasos silenciosos, se encaminó hacia el baño, estirando los brazos y moviendo el cuello en círculos para despejar la somnolencia de la noche.

Mientras lavaba su rostro con agua fresca, el sonido insistente del timbre de la casa resonó en sus oídos, interrumpiendo la serenidad de la mañana. Bruno frunció el ceño, preguntándose quién podría estar llamando a esa hora temprana.

— ¡Ya voy! ¡Ya voy! —exclamó, secándose las manos antes de salir del baño y encontrar la cama vacía. Con un ligero desconcierto, Bruno se dirigió hacia la puerta, donde el timbre seguía sonando con impaciencia.

Al abrir la puerta, se encontró con el cartero, quien lo miró con sorpresa y cierta incomodidad.

— ¿Bruno Molina?

— Sí, soy yo. ¿Tengo correo?

— Sí, estuvimos buscando toda la semana, pero nadie nos atendió. Intenté hablar con la señorita que salió corriendo, pero se subió a un taxi y se fue, al parecer iba muy apurada.

Bruno frunció el ceño ante la mención de Emilia y la imagen fugaz de ella huyendo cruzó su mente. Sacudiendo la cabeza para desechar la preocupación, se centró en el cartero, esperando su respuesta.

— ¿Y bien? — dijo Bruno.

—¿Bien qué? — dijo el cartero.

— ¡La carta, pues! — dijo Bruno perdiendo un poco la paciencia.

— Ah... claro, claro. —Dijo el cartero, abriendo su bolso y sacando una carta blanca, sin sello alguno. — Bruno Molina, aquí está.

Bruno tomó el sobre entre sus dedos con desinterés y caminó de regreso a la casa, cerrando la puerta tras de sí con un suspiro. Observó el sobre por un momento antes de dirigirse al sillón, donde se dejó caer con cansancio. Con un gesto mecánico, abrió el sobre y sacó la carta que contenía.

Al ver la familiar caligrafía en el sobre, reconocida al instante, Bruno sintió un leve estremecimiento de nostalgia. La letra era la de su abuela paterna, la única familia que había conocido desde niño, junto con su abuelo. Una sensación de familiaridad y calidez se apoderó de él mientras sostenía la carta en sus manos.

Con cierto relajo, Bruno comenzó a leer el contenido de la carta. Las palabras escritas con amor y preocupación le recordaron los tiempos pasados, cuando su abuela lo cuidaba y educaba con dedicación. Era un ritual reconfortante recibir noticias de ella, incluso si eran solo preguntas habituales sobre su bienestar y su vida como "prometida".

Pero su tranquilidad se vio interrumpida abruptamente cuando llegó a un párrafo que lo dejó helado. Sus manos temblaban ligeramente mientras sostenía la carta, y sintió un nudo en la garganta que dificulta su respiración. Su corazón comenzó a latir desbocado en su pecho, como si estuviera tratando de escapar de su encierro. La ansiedad lo invadió, y una sensación de pánico se apoderó de él al darse cuenta de la gravedad de la situación.

— ¡¿El jueves?! —exclamó Bruno, con los ojos abiertos de par en par mientras miraba el calendario con incredulidad—. ¡Mañana!

Dejó caer la carta al suelo, sintiendo cómo sus piernas temblaban bajo él, y corrió a toda prisa hacia su cuarto. Cada latido de su corazón resonaba en sus oídos, como un tambor anunciando la llegada de un evento inevitable. Sabía que no tenía mucho tiempo y que tendría que tomar medidas rápidamente si quería evitar un desastre.

Doble Vida, Doble MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora