Capitulo 5

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—¡Bu-bueno, familia, aquí está la comida! —exclamó Bruno Molina, saliendo de la cocina con unos platos de tallarines. Sus manos temblaban visiblemente, haciendo que la salsa salpicara el mantel al dejar los platos.

—Oh, lo siento, yo... yo limpiaré eso —murmuró, buscando frenéticamente una servilleta y derribando el salero en el proceso.

Patricia observaba la escena con los ojos muy abiertos, su cuerpo rígido como una estatua. Cuando Bruno finalmente se sentó a su lado, ambos se sobresaltaron al rozarse accidentalmente, provocando que Patricia casi tirara su vaso de agua.

—¿Cocinaste tú, hijo? —preguntó la abuela, entrecerrando los ojos con sospecha.

—S-sí, abue, yo mismo lo preparé —respondió Bruno, su voz una octava más alta de lo normal—. Por favor, sírvanse.

Patricia y el abuelo comenzaron a comer en silencio. La abuela, sin embargo, no dejaba de escudriñar a la pareja. Patricia, sintiendo la mirada penetrante, intentó tragar un bocado y comenzó a toser violentamente.

—¿Estás bien, querida? —preguntó el abuelo, dándole palmaditas en la espalda.

Bruno, en un intento de ayudar, se acercó al vaso de agua tan rápido que derramó la mitad sobre el regazo de Patricia.

—¡Lo siento, lo siento! —exclamó, poniéndose de pie tan abruptamente que tocando la mesa, haciendo tintinear los cubiertos.

La abuela observaba la escena con una mezcla de confusión y desaprobación.

—Bruno, ¿qué te pasa hoy? Estás más torpe que de costumbre.

—Es... es la emoción de tenerlos aquí, abue —respondió Bruno, riendo nerviosamente mientras ayudaba a Patricia a secarse.

—Y tú, querida —dijo la abuela, dirigiéndose a Patricia—, ¿siempre eres tan... silenciosa?

Patricia, pillada por sorpresa, abrió la boca para responder, pero solo logró emitir un sonido inarticulado. Bruno intervino rápidamente:

—Es que es muy tímida, abue. Pero cuando la conoces... —se interrumpió, dándose cuenta de que no recordaba el nombre de la chica—. Cariño, ¿por qué no les cuentas sobre tu trabajo?

Patricia lo miró con pánico.

—Yo... yo trabajo en una tienda de ropa —dijo finalmente, su voz apenas audible.

— ¿Una tienda de ropa? —repitió la abuela, arqueando una ceja—. ¿Y eres la dueña?

—No, soy... soy solo una vendedora —respondió Patricia, jugando nerviosamente con su tenedor.

La abuela frunció el ceño, visiblemente disgustada. —¿Y no estás estudiando?

Patricia negó con la cabeza, incapaz de formar palabras.

—Abuela, por favor —intervino Bruno, derramando salsa sobre su camisa al gesticula —. Ella es mi prometida, no mi sirvienta.

El silencio que siguió fue tan denso que podría cortarse con un cuchillo. El abuelo miraba de un lado a otro, como si estuviera siguiendo un partido de tenis particularmente confuso.

Patricia, sintiendo que debía decir algo, tomó un largo sorbo de su vaso recién rellenado.

—Me... me gustaría estudiar administración algún día —dijo, su voz quebrándose en la última palabra.

—Eso es muy bueno —dijo el abuelo con una sonrisa amable, claramente tratando de aliviar la tensión.

La abuela, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder.

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⏰ Última actualización: Nov 12 ⏰

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Doble Vida, Doble MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora