𝐔𝐍 𝐇𝐎𝐆𝐀𝐑 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐃𝐎𝐒

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𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏𝟖

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Ona

Finalmente, después de la boda y los momentos de celebración, llegó el momento de establecernos en nuestro propio hogar. Elena y yo emprendimos juntas la emocionante búsqueda de nuestro lugar en el mundo, ese espacio donde podríamos construir nuestros sueños y ver florecer nuestro amor.

Recorrimos calles, visitamos vecindarios y exploramos cada rincón de nuestra querida Barcelona en busca del lugar perfecto que sería nuestro refugio, nuestro santuario. Y cuando finalmente encontramos ese lugar especial, con vistas al mar y una luz que bañaba cada habitación, supimos que habíamos encontrado nuestro hogar.

El día en que nos mudamos fue una mezcla de emociones, una combinación de anticipación y nostalgia mientras dejábamos atrás nuestros antiguos hogares para comenzar esta nueva etapa juntas. Pero al mismo tiempo, sentíamos una sensación de alegría y expectativa por lo que el futuro nos deparaba.

Mientras desempacábamos nuestras pertenencias y decorábamos cada rincón con toques personales, nuestro hogar comenzó a tomar forma, impregnado con nuestra esencia y nuestro amor. Colocamos nuestras fotografías en las paredes, capturando momentos preciados de nuestra historia juntas, y cada objeto que elegimos cuidadosamente encontró su lugar en nuestro nuevo hogar.

-¿Qué te parece este lugar para el cuadro que tomamos en nuestro viaje a Italia? -pregunté, sosteniendo una fotografía enmarcada mientras la mostraba a Elena.

Ella sonrió con ternura, admirando la imagen.

-Me encanta. Traerá un pedacito de Italia a nuestro hogar y nos recordará todos los hermosos recuerdos que compartimos allí.

Nos acercamos, compartiendo un beso suave y tierno, saboreando el momento en el que nos dimos cuenta de que este lugar era más que solo un hogar. Era un refugio donde nuestro amor crecería y florecería, donde cada risa, cada lágrima y cada momento compartido se convertirían en parte de nuestra historia.

Con el tiempo, nuestro hogar se llenó de risas, amor y calor. Era el lugar al que siempre queríamos regresar al final de cada día, el santuario donde encontrábamos consuelo y felicidad en los brazos de la otra. Cada noche, mientras nos acurrucábamos juntas en la cama, sabíamos que estábamos exactamente donde pertenecíamos: en el hogar que habíamos creado juntas, donde cada rincón estaba impregnado con nuestro amor y cada momento era un tesoro que atesoraríamos por siempre.

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▪ La historia está llegando a su fin.

▪ Nos vemos en el próximo capítulo

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𝐋𝐔𝐙 𝐄𝐍 𝐄𝐋 𝐂𝐀𝐌𝐏𝐎 𝐃𝐄 𝐉𝐔𝐄𝐆𝐎 • Ona BatlleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora