ECOS DEL SILENCIO

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En el corazón de un pueblo olvidado, envuelto en la perpetua neblina de un bosque sombrío, vivía una pareja que todos creían feliz. Ana y Carlos, unidos desde jóvenes, eran el alma del lugar, pero algo oscuro se cernía sobre ellos.

Ana, con su risa contagiosa y su amor incondicional, parecía no darse cuenta de la penumbra que se había apoderado de su hogar. Carlos, en cambio, estaba consumido por una angustia que lo mantenía despierto noche tras noche.

Las sombras se alargaban y susurraban secretos cuando Ana pasaba, y el frío se intensificaba en su presencia. Carlos sentía una presión en el pecho cada vez que ella se acercaba, un miedo irracional que no podía explicar.

Una noche, mientras Ana preparaba una cena que Carlos nunca comería, escuchó sus susurros desesperados: "Tiene que terminar, no puedo más". Confundida y dolida, Ana decidió enfrentarlo.

"¿Qué tiene que terminar? ¿Me estás ocultando algo?", preguntó con voz temblorosa.

Carlos la miró con ojos llenos de terror. "Ana... tú... no deberías estar aquí", logró decir antes de romper en sollozos.

Fue entonces cuando Ana notó los detalles macabros: las plantas se retorcían y morían a su paso, su reflejo era una sombra deformada y sus palabras parecían caer en el vacío.

Siguiendo a Carlos en secreto hasta el cementerio local, Ana descubrió la verdad grabada en piedra: su propia tumba. Había fallecido hace un año en un trágico accidente y su alma se negaba a aceptarlo.

La comprensión trajo consigo una oscuridad más profunda. Ana no era la compañera amorosa de Carlos; era un espectro que lo perseguía con recuerdos dolorosos y una presencia asfixiante.

Con cada intento de acercarse a él, lo empujaba más hacia la locura. Las paredes de su hogar se llenaban de arañazos inexplicables y los espejos reflejaban figuras distorsionadas. Carlos vivía en una pesadilla de la que Ana era la protagonista involuntaria.

Con un corazón que ya no latía, Ana tomó la decisión más desgarradora: liberar a Carlos de su tormento. En la oscuridad de la noche, con un susurro helado que prometía olvido, Ana se disolvió en las sombras, dejando a Carlos solo con el silencio y la esperanza de un nuevo amanecer sin fantasmas.

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