LA CASA DEL DUENDE

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En un rincón olvidado del campo, donde los árboles susurraban secretos y el viento llevaba consigo historias antiguas, vivía una joven llamada Elena. Su abuela, Doña Rosalía, la había llamado para cuidarla durante el verano. La anciana vivía en una pequeña cabaña de madera, rodeada de flores silvestres y un jardín que parecía detenido en el tiempo.

Desde el primer día, Elena notó algo extraño. Doña Rosalía hablaba con una pequeña casa de juguete que reposaba en la repisa de la ventana. La casita, pintada de blanco y con un tejado rojo, parecía sacada de un cuento de hadas. Pero lo más inquietante era que la abuela le susurraba palabras dulces y tristes, como si alguien la escuchara desde dentro.

-¿Abuela? -preguntó Elena una tarde, mientras tomaban té en la cocina-. ¿Por qué le hablas a esa casita?

Doña Rosalía sonrió con tristeza. Sus ojos arrugados parecían contener siglos de recuerdos.

-Ahí vive el duende -susurró-. El mismo que se llevó a mi hija hace muchos años. El duende me la arrebató, y ahora solo puedo hablar con ella a través de esta casita.

Elena frunció el ceño. Sabía que su madre había muerto cuando era apenas una niña, pero siempre había creído que fue por una enfermedad. ¿Un duende? Parecía absurdo.

-Abuela, eso no puede ser cierto. Mamá murió hace mucho tiempo. No fue el duende.

Doña Rosalía la miró con ojos llorosos.

-No digas eso, querida. El duende se la llevó. Lo vi con mis propios ojos. Y ahora, cada noche, le pido que me la devuelva.

Elena estaba cansada de las historias de su abuela. La llevó a su habitación y la arropó con ternura. Pero las noches se volvieron más extrañas. Siempre escuchaba susurros provenientes de la casita de juguete. La abuela hablaba con él, rogándole que le devolviera a su hija.

Un día, Elena no pudo más. Tomó la pequeña casa de juguete y la lanzó al fuego. La abuela lloró desconsolada, pero Elena estaba decidida a poner fin a esa farsa. Su madre estaba muerta, y no había duende que la hubiera llevado.

Sin embargo, esa noche, mientras intentaba dormir, escuchó pasos en el pasillo. Algo corría hacia su habitación. La puerta se abrió lentamente, y una sombra se posó detrás de ella. Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda.

-¿Quién eres? -susurró.

La sombra se inclinó hacia ella, y sus ojos brillaron en la oscuridad.

-Soy el duende -murmuró-. Y he venido a llevarte con tu madre.

Elena gritó, pero nadie más la escuchó. La abuela seguía hablando con la casita de juguete, ajena al peligro que acechaba. El duende extendió su mano hacia Elena, y todo se volvió negro.

Desde entonces, la pequeña casa de juguete permanece en la repisa de la ventana, y la abuela sigue hablando con ella. Pero Elena nunca regresó. Dicen que su alma ahora vaga junto a la de su madre en el mundo de los duendes, esperando a que alguien más escuche su historia.

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⏰ Última actualización: Jun 30 ⏰

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