Capítulo IX: Susurros Melancólicos de Mediodía

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En los días que siguieron al incidente en el hospital, la vida de Lucas retomó su calma habitual, marcada solo por la ausencia de Valeria en el tren. Era de esperar que ella se tomara un respiro. Así que allí estaba el joven, escuchando su lista de reproducción, como siempre en aleatorio. Cuando de repente sonó «How deep is your love». Fue inevitable pensar en la pequeña Valeria, y es su tan intrigante forma de ser. Tanto se había sumergido en sus pensamientos que por poco pasa a la siguiente estación.

Lucas esperaba un día rutinario, sumergido en el trabajo hasta que el tiempo se desvaneciera. Pero la realidad tenía otros planes. Al entrar al restaurante, la figura de Fabiola, la esposa de su padre, lo sorprendió sentada en una de las mesas, su expresión cargada de sombras.

—¿Dónde está papá? —la voz de Lucas no ocultaba su inquietud.

—Arriba... —la respuesta de Fabiola fue un susurro cargado de pesar.

Subió al techo del local sin perder un segundo. Aquel rincón secreto, su refugio de infancia, ofrecía una vista panorámica de Caracas que pocos conocían.

—Hace tiempo que no disfrutaba de esta vista —comentó Héctor, percibiendo la presencia de su hijo.

—La última vez que te vi aquí estabas con mamá —Lucas se acercó, observando a su padre apoyado en la baranda, un coñac en la mano.

—¿Te he contado alguna vez cómo conocí a tu madre?

—Nunca pareciste querer hablar de ello —respondió Lucas, uniéndose a su lado.

—Fue en «La sonrisa de Karen». A tu madre le encantaba bailar, y no había mejor lugar que aquel salón, el más famoso de aquellos tiempos.

—Aún sigue allí, solo que los tiempos cambiaron.

—Nuestros amigos nos presentaron y, sin planearlo, terminamos charlando. Jamás pensé que una chica tan impresionante pudiera fijarse en alguien como yo, brillaba con luz propia en medio de la multitud... ella era única, era mi mundo.

En ese momento, ambos callaron por culpa de una fuerte brisa.

—Solo me doy cuenta de mis errores cuando ya es demasiado tarde... —siguió diciendo.

—¿Qué pasó con el restaurante? —Lucas preguntó, la frustración evidente en su voz.

—La señora Agnès vino antes de que tú llegaras. Si no hay mejoras en las próximas semanas, se acabó todo... —Héctor miró hacia la ciudad, girando el vaso en su mano—. Me reemplazarán. Probablemente pongan a Alexandre en mi puesto.

—Eso no es justo, nada de esto es tu culpa —Lucas golpeó la baranda con fuerza.

—Que el restaurante se haya venido a menos es mi responsabilidad, y aceptaré las represalias —Héctor tomó un sorbo—. Ten cuidado de ahora en adelante, no verán con buenos ojos al hijo del antiguo chef.

—No es justo...

—No tiene que serlo. Así que ve y prepárate, ya casi es hora de abrir —dijo, observando cómo el sol se ocultaba detrás de los edificios.

—Aún tenemos unas semanas, ¿no? —Lucas preguntó, su mirada firme—. Hay tiempo para mejorar esta situación.

—Hijo... vive un día a la vez.

Lucas no pudo evitar que sus pensamientos volvieran a Valeria y su filosofía de vida. Mientras su padre se alejaba y el crepúsculo teñía el cielo, murmuró: «Esto es una mierda».

Valeria tardó una semana entera en encontrar la fuerza para salir de la cama. Perder días le pesaba como una montaña, así que, al despertar con un poco más de energía, decidió que era hora de levantarse. Se había citado con Matías para ir juntos a la sede de UNEARTE en Sartenejas ese día. La idea la llenaba de una alegría contenida, pero justo cuando estaba a punto de salir de su departamento, un mensaje en su teléfono le borró la sonrisa en segundos.

La melodía del fin de mi mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora