Capítulo XXX: Un compañero para Bailar en la Oscuridad

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Las semanas habían empezado a sentirse largas y obstinantes para Valeria. Los doctores no se sentían con la seguridad suficiente para darle el alta, así que tuvo que mantenerse en el hospital por medio mes más, lo que provocó una aún más grande inquietud en sus amigos, quienes no sabían a ciencia cierta por qué estaba internada. Una tarde, a finales de julio, Valeria se encontraba comiendo un pequeño ponqué que le había traído Cynthia.

—Extrañaba comer estas cosas —dijo Valeria, disfrutando con los ojos cerrados.

—La señora que los vende preguntó por ti, seguramente el negocio le va mal al no tener a su compradora compulsiva —soltó Cynthia desde la ventana.

—Tampoco tanto, solo compraba uno que otro nada más... —dijo Valeria algo avergonzada, tratando de aguantar una tos momentánea.

Cuando su amiga terminó de comer su pequeño dulce, ambas quedaron en silencio. Cynthia estaba algo disconforme; quería hacer un montón de preguntas, pero sabía que su amiga las esquivaría todas como siempre. Sin embargo, algo en la atmósfera hizo que Valeria rompiera el silencio.

—¡Dime qué está sucediendo! Has estado más rara de lo normal —exclamó Valeria, haciendo que su mejor amiga bajara el teléfono.

—¿Qué está sucediendo en realidad? Y no vengas con tus respuestas ambiguas —soltó Cynthia, acercándose a Valeria—. Quiero la verdad.

—Es que no sé qué quieres que te responda —dijo Valeria, mirando fijamente a su amiga.

—Y ahí están tus respuestas vacías —dijo apartando la mirada, hastiada—. ¿Tan difícil es para ti contarme qué te sucede? Llevo años viéndote actuar de manera extraña, desaparecer por mucho tiempo. Merezco saber qué ocurre. Imagínate, un día estás bien y al otro duras más de tres semanas en el hospital, y solo me dices que es una infección pulmonar. No sé si es que desconfías de mí o me crees tan estúpida como Isaac.

—Es cierto, tengo una infección pulmonar... desde hace bastante tiempo —soltó Valeria, bajando la mirada.

—En fin, sé que no me vas a decir nada... Solo hay una persona tan terca como yo y esa eres tú. ¿Pero puedes responderme esto? ¿Realmente estás bien? —preguntó, tomando su pequeña mano pálida.

Después de unos pocos segundos en silencio, Valeria respondió con la sonrisa más falsa que pudo construir.

—Todo está bien, confía en mí... ¿Cuándo te he mentido?

Las barreras entre lo emocional y lo tangible se desdibujaban para Valeria, ¿ella quería mentir a su mejor amiga?, realmente no quería hacerlo, pero se negaba rotundamente a incluirla en aquel juego de azar que suponía su día a día porque, ¿cómo se enfrenta la inevitable pérdida de un ser querido? A lo largo de milenios, nadie ha hallado una respuesta satisfactoria. Así que solo quedaba aferrarse a hacer valer esos pocos momentos que aún podía disfrutar.

Antes de despedirse, Valeria abrazó a su amiga con una intensidad desconocida. Aunque ninguna de las dos había tenido una hermana biológica, su vínculo era tan profundo como si compartieran la misma madre. Al soltarla, Cynthia recordó una promesa pendiente y no pudo evitar preguntar:

—¿Tienes lo que te pedí?

—Sí —respondió Valeria, desconcertada mientras buscaba en su morral—. Toma, mi padre me lo trajo hoy.

—Gracias —expresó Cynthia al recibir el pequeño pendrive de 16 gigas, repleto de vídeos grabados por Valeria a lo largo de los últimos años—. Cuídate, ¿sí?

—Sí, mamá...

—Tú no tuviste una... —añadió Cynthia, esbozando una leve sonrisa.

En su última noche en el hospital, Valeria se encontraba sentada junto a la ventana, contemplando con fascinación el par de luciérnagas que danzaban a poca distancia del cristal. Estos pequeños insectos siempre habían capturado su atención, y cuando una enfermera mencionó la gran cantidad de luciérnagas que había en el estacionamiento, el deseo de verlas de cerca la embargó. Sin embargo, escaparse con su bombona de oxígeno portátil era una situación arriesgada; ya había sido sorprendida en intentos anteriores.

La melodía del fin de mi mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora