Capítulo III: Igual pero Diferente

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—¿Diga?

—¡Lucas! ¡Tengo noticias geniales! Nos hemos colado en la lista para una fiesta exclusiva en Prados del Este, ¡y es esta noche! Sí, lo sé, una fiesta un jueves, ¿pero no suena genial? ¿Qué dices?

—Buenos días, Paola —respondió Lucas, saliendo del baño mientras se envolvía en su toalla.

—Oh, cierto, buen día — soltó Paola, con una risita curiosa—. ¿Cómo sobreviviste a tu primer día en el gimnasio?

—Ni me lo recuerdes —confesó Lucas, visualizándose exhausto y derrotado en el banco del gym, con un entrenador a su lado animándolo a gritos.

—Solo es cuestión de persistir... Así que, ¿te apuntas a la fiesta?

—Hablando de persistir —murmuró Lucas, lanzando su teléfono a la cama con el altavoz activado para poder empezar a vestirse.

—Hoy no te puedes negar... —elevó la voz Paola, desde el otro lado de la línea—. Mis amigas ya confirmaron, y no quiero ser la única que llegue sola, no me hagas eso.

—Paola, me estás poniendo entre la espada y la pared —se quejó Lucas, intentando domar su cabello rebelde.

—Vamos, ¿qué me dices? Te prometo que una vez que estemos allí, no querrás irte.

—¿Estemos? Aún no he dicho que sí...

—Lucas, por favor —rogó Paola.

—Está bien, pero si me aburro, me largo.

—¡Deja de ser tan aguafiestas! Va a ser increíble —exclamó Paola, casi saltando de la emoción—. Nos vemos en el trabajo. Intenta no llegar tarde, no quiero que nos regañen a todos... Yo te he dicho que puedo pasar por ti, pero tú y tu independencia prefieren ir en metro.

—Hasta luego, Paola —dijo Lucas, colgando rápidamente para liberarse de la conversación.

Después de terminar la llamada, Lucas se quedó con el teléfono en la mano, con una pregunta retumbando en su mente: «¿Qué estoy haciendo?». Paola siempre había sido agradable; sus charlas en el restaurante se habían convertido en una constante durante los últimos dos años. Sin embargo, Lucas tenía una regla: no encariñarse demasiado con nadie. La vida le había enseñado que los hilos del afecto podían enredarse alrededor del cuello en el momento menos esperado.

Unos pocos minutos después, Lucas se detuvo en el pasillo, las bolsas de basura colgaban pesadamente de sus manos. A pesar de que rara vez estaba en casa, los rincones de su apartamento parecían atraer el caos y la suciedad como un imán. Con un suspiro resignado, dejó caer las bolsas en el conducto, escuchando cómo se perdían en la oscuridad con un eco sordo. Fue en ese momento cuando la vio: una niña de mirada clara y curiosa, que lo observaba con una intensidad desconcertante. Sus ojos eran como dos faros azulados, iluminando el pasillo con una luz llena de preguntas sin respuesta. Lucas, intrigado y con un toque de preocupación, se agachó a su nivel y preguntó con suavidad:

—¿Vives aquí?

La niña no respondió, pero su mirada se intensificó, como si cada segundo que pasaba le permitiera ver más allá de la superficie. Lucas dio un paso atrás, buscando alguna señal de una puerta abierta o un adulto cercano. Pero lo que encontró fue la visión de una joven pelirroja, vestida con ropa de estar por casa, que corría hacia ellos a toda velocidad. Su cabello carmesí ondeaba detrás de ella como una llama en movimiento, y su piel pálida y perlada brillaba bajo la luz del pasillo.

Cuando la muchacha alcanzó a la pequeña, se deslizó al suelo con agilidad y comenzó a comunicarse con ella en lengua de señas. A pesar de su evidente falta de aliento, su regaño lleno de vida hizo que la niña bajara la mirada con timidez. Lucas, testigo de la escena, se quedó sin palabras. Era la primera vez que las veía, y no era de extrañar, pues su vida transcurría entre las cuatro paredes de su apartamento, salvo para trabajar.

La melodía del fin de mi mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora