Capítulo XXXVI: Epílogo

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A primera hora de la mañana, Lucas se hallaba apostado frente a un local en La Bandera, revisando su teléfono contantemente con nerviosismo. Temía no llegar a tiempo a su destino. De repente, emergió el señor Manuel Aponte del establecimiento, portando una diminuta caja entre sus manos.

—Has tenido suerte. Había uno de estos aparatos antiguos casi olvidado en el fondo —dijo Manuel, cerrando la tienda con un chirrido de la puerta.

—Mis disculpas por molestarle a esta hora —respondió Lucas, esperando junto a él con una mezcla de ansiedad y gratitud.

—Bueno, no acabo de entender qué planes tienes con todo esto, pero te conviene apurarte —añadió Manuel, entregándole la caja con una sonrisa.

—Nos vemos allá —dijo Lucas, echándose a correr hacia su moto. El motor rugió al encenderse, y Lucas se lanzó a la carretera, esquivando el tráfico matutino con destreza nunca antes vista.

En uno de los extremos más remotos al sur de la ciudad, se encontraban todos los amigos, conocidos y pocos familiares de Valeria Castellanos. El lugar era un extenso cementerio en una zona montañosa rodeado de árboles altos y frondosos, que proyectaban sombras largas y melancólicas sobre las lapidas.

Cynthia estaba llorando desconsoladamente, sentada a un lado del ataúd, tal como el día anterior. Sus sollozos eran suaves pero constantes, y sus lágrimas caían sobre sus manos entrelazadas. A su lado, Isaac miraba hacia el suelo, también abatido, con los ojos enrojecidos y la expresión perdida.

Leonor, por su parte, secaba sus lágrimas mientras comía continuamente junto a la mesa de aperitivos. Cada bocado parecía ser un intento de llenar el vacío que sentía en su corazón. Por su parte la pequeña Sharon estaba sentada en unas escaleras no muy lejos de su madre, balanceando sus piernas y mirando al techo con una expresión de confusión y tristeza.

Y en medio de toda esta quietud, antes de comenzar el entierro, el joven Lucas llegó a la puerta principal, algo desaliñado y con un traje recién conseguido. Su cabello estaba despeinado por el viento, y su respiración era agitada por la carrera. Absolutamente todos posaron su vista en él, incluida Cynthia, quien había afirmado decepcionada que él jamás iría. Leonor, por su parte, se contentó cerrando el puño mientras se decía: «Sabía que vendrías».

Lucas se acercó al ataúd y tocó con la punta de los dedos la suave madera. Luego respiró hondo con los ojos cerrados. La melodía que sonaba en el lugar era un cover viejo de alguna canción perdida, una melodía que parecía resonar con el dolor y la nostalgia de todos los presentes. Lucas, algo apenado, se dijo a sí mismo: «Ya me hubieses golpeado con solo escuchar esa canción».

Así que, dejando a todos completamente impactados, corrió hacia los pasillos internos de la funeraria. Aquella zona estaba llena de un silencio solemne, interrumpido solo por el eco de sus pasos apresurados. Al andar un poco, se detuvo frente a una pequeña cabina, que con solo echarle un vistazo supo que su plan funcionaría a la perfección.

Rápidamente agarró la pequeña caja que le había entregado el señor Manuel, y de ella sacó un viejo mp3 USB. Solo había un archivo en el dispositivo, titulado «LMDFDMM.mp3». Con manos temblorosas, conectó el cable a la consola principal y cerró los ojos. Mientras respiraba para concentrarse recordó aquella sonrisa que tanto le había dado, así que le dio al botón principal. Al reproducir el archivo, por todo el lugar comenzó a sonar «Wake me up» de Avicii.

En todos los pabellones, áreas y cubículos se lograba escuchar el toque alegre de aquella guitarra country que sonaba al inicio de la canción. La melodía se extendió como una ola de energía, llenando el aire con su vibrante ritmo. Cynthia, al escuchar la música, comenzó a sentir cómo su corazón empezaba a latir cada vez más rápido. Leonor, en ese momento, comenzó a gritar con una gran sonrisa en el rostro: «¡Esa sí es mi Valeria!».

Lucas aprovechó la distracción para escabullirse, viendo de lejos a unos guardias corriendo hacia la cabina de seguridad. Cuando entró de nuevo en la sala, Vicente se acercó a él dándole una palmada en la espalda.

—Gracias por hacerlo posible —dijo Vicente, observando cómo las lágrimas de muchas personas comenzaban a transformarse en pequeñas ganas de reír.

—No es nada, le había prometido que no dejaría que pusieran música aburrida —respondió Lucas, relajado, con las manos detrás de la cabeza.

—Entonces, si tú estás aquí, significa que ya la van a quitar, ¿no? —preguntó Vicente, con una sonrisa cómplice.

—No creo que encuentren dónde escondí el pequeño mp3 —dijo Lucas, volteando hacia el pasillo con una sonrisa pícara—. Por cierto, esto le pertenece.

Cuando Lucas sacó el viejo mp4 de Valeria, Vicente no pudo aguantar las lágrimas. Aquel viejo aparato había sido testigo de la historia de su hija por más de quince años. Pero inmediatamente lo rechazó.

—Ella hubiese querido que se quedara contigo, seguramente te haga mucha más compañía que a mí —le dijo Vicente, alejándose lentamente de él.

—Lo cuidaré, lo prometo —respondió Lucas.

—Sé que lo harás —dijo Vicente, con una sonrisa triste.

Isaac vio de lejos ese momento cuando Vicente comenzó a alejarse de Lucas, así que aprovechó para acercarse.

—Siento mucho lo de aquel día —dijo Isaac, con el corazón en la garganta.

—Ni lo pienses —respondió Lucas, tocándose suavemente el rostro aún malherido por aquel encuentro.

—No, en serio... lamento mucho cómo reaccioné aquel día. Fueron muchas sensaciones encontradas y no debí reaccionar de aquella manera —dijo Isaac, bajando el rostro.

—Tranquilo, no podría guardarle rencor a su mejor amigo. Todo está bien —le respondió Lucas, colocándole la mano en el hombro.

Cuando Lucas por fin pudo acercarse a Leonor, esta se encontraba de pie mirándolo con orgullo. Mientras él se agachaba para saludar a Sharon en lengua de señas, Leonor le dijo:

—Al final sí viniste.

—Tenía que cumplir una promesa —respondió Lucas, aún agachado, hablando con la niña.

—Pues la clavaste a la perfección. Por cierto, buena canción —dijo Leonor, viendo cómo Lucas comenzaba a levantarse.

—Ella la eligió antes de morir, así que solo fui un recadero —dijo Lucas, poniéndose de pie a un lado de ella.

—Te queda muy bien ese traje.

—Ya me lo quiero quitar —respondió Lucas, con una sonrisa cansada.

Unas pocas horas después, comenzaron a llevar el ataúd hasta la fosa donde descansaría el cuerpo de Valeria. Lucas se mantuvo siempre hasta atrás, con una única margarita en la mano. Mientras el pastor despedía al cuerpo con un último sermón, Lucas miraba al cielo, pensando en lo que estaría haciendo Valeria para hacerle reír. En el momento en que todos comenzaron a lanzar las flores encima del ataúd, Lucas se dijo mirando hacia otro lado: «Seguramente te estarías riendo de todos nosotros».

Ya cuando todos se habían ido, Lucas aprovechó para acercarse. Así que allí estaba, de pie, mirando fijamente el ataúd. Quería decir algo gracioso, pero en ese instante se rompió. Cuando las lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas, las quitó rápidamente con sus antebrazos. «Me gustaría decir que todo esto es muy fácil para mí, pero ya ves que no... soy un desastre, aún cuando me prometí que no lloraría», comenzó a decir en voz baja. «Todo esto es una mierda, porque te fuiste, pero te quedaste muy adentro de mi corazón. Quizás debí haberte escuchado y no enamorarme de ti, pero eso nunca fue una opción para mí. Simplemente te convertiste en mi mundo. No prometo superar todo esto pronto, que sepas que encontrarte me costó una vida, y superarte quizás me cueste dos... No tienes idea de lo devastador que será vivir una vida donde ya no estás constantemente ahí, riéndote y golpeándome en las costillas. Pero gracias a ti, he encontrado buenos amigos, y supongo que eso hará las cosas un poco más llevaderas. Así que, por ahora... espérame donde sea que estés, pero aún no. Ahora me toca vivir».

Al terminar esas palabras, Lucas se colocó los auriculares conectados al viejo mp4. Tras poner la música en modo aleatorio, arrojó la margarita sobre el ataúd. Cuando levantó la mirada, vio a la pequeña Sharon llamándole con las manos junto a su mamá y Frando, quien acababa de llegar. Así que comenzó a caminar hacia ellos.

La melodía del fin de mi mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora