Akira Shinoda
Todo está moviéndose, mi alrededor parece cobrar vida propia. Todo se mueve.
Me tambaleo cayendo abruptamente sobre el sofá de la sala, río cuando recupero el aliento por mi torpeza.
Me acomodo en el sofá y desabotono los botones de la camisa negra que decidí ponerme. Muevo mi cabeza de un lado a otro mientras tarareo una canción en Francés que no recuerdo dónde la escuché.
—¡Señora! —grito en sueco, las palabras se arrastran en mi voz.
Con "señora" me refiero a la señora que se encarga de la limpieza de la casa.
Gruño al no escuchar sus pasos, no se escucha nada. Es como si no hubiera nadie en la casa a excepción de mí.
—Señor, la señora ya se fue a su casa.
Llegó uno de mis hombres hablando rápidamente, lo observo con el ceño fruncido, oh bueno, creo que lo hago.
La verdad es que no lo veo bien, pero da igual.
¿En qué momento me quite los pupilentes?
—Tú, como carajos te llames, tráeme licor, pero ya —ordeno enojado. El hombre asiente y se vuelve por lo que le pedí.
Me trae la botella de whisky en segundos, la abro y me pego a ella, dándome un buen trago que me tiene ardiendo la garganta.
Alejo la botella y lo observo.
—¿Todavía sigues aquí? ¡Largo!
—Cómo ordene, señor.
Paso el dorso de mi mano derecha por mis ojos y dejo caer mi cabeza hacia atrás.
—Ay, joder —murmuro en japonés—. Hermanita, estuviste viva todo este jodido tiempo.
Llevo la botella a mi boca y le doy un trago. Alejo la botella de mi boca.
—Estás en Suecia, ah joder. En la maldita Suecia —gruño, me incorporo y lanzo la botella al suelo.
La botella se parte en pedazos, los vidrios y el líquido amargo se esparcen por el suelo de mármol.
—¡Carajo! —gruño.
De una patada tumbo la mesita que se encontraba en el centro de los muebles, solo había un jarrón sobre ella.
El mismo se rompe en diminutos pedazos cuando hace contacto con el suelo.
—¡Maldito Cailen, maldito Otani, malditos hermanos Italianos, maldita Suecia! —insulto furioso en todos los idiomas que hablo, no me basta con destruir la sala y dejarla irreconocible.
Necesito droga. La necesito con urgencia.
Es una fuerte necesidad que se instala en mi pecho y mi cerebro, necesito sentirla en mi sistema.
Corro a la habitación, me agacho frente a la mesita de noche y abro el gavetero para sacar una bolsita pequeña que reconozco demasiado bien.
Y me encanta.
Aparto de mala gana la lámpara que yace sobre la mesita, está cae al suelo, y sorprendentemente no sufre daño alguno.
Abro la bolsita y depósito el polvo blanco sobre la mesita de noche, lo alineo perfectamente sobre la madera.
Inhalo el polvito y echo la cabeza hacia atrás.
—Maldición —gruño extasiado al probarla. Después de meses sin hacerlo se siente como estar en el puto paraíso.
ESTÁS LEYENDO
Fugu
Short StoryEn el ajedrez, como en la vida, la decisión de cada movimiento puede cambiar el rumbo del juego. El juego solo acaba cuándo el rey cae.