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La sala de entrenamiento era mi refugio, un santuario de acero donde podía dedicarme por completo a perfeccionar mis habilidades. Es un vasto espacio diseñado meticulosamente para mí, cada rincón pensado para maximizar mi eficiencia y permitir una concentración absoluta. Las paredes, cubiertas de una gruesa capa de acero reforzado, podían soportar los golpes más brutales. Este lugar es una fortaleza, un testamento a la implacable voluntad de lucha.

La iluminación, tenue y enfocada, resaltaba las zonas de combate, creando un ambiente de concentración total. La luz se deslizaba por la hoja de mi katana, creando destellos que bailaban en las sombras, como si las propias tinieblas estuvieran participando en mi entrenamiento. En el aire se percibía una ligera bruma, generada por los sistemas de ventilación, que añadía una capa de desafío, simulando condiciones adversas de combate. Esta bruma, casi etérea, envolvía mi entorno, haciendo que cada movimiento mío se sintiera tanto tangible como onírico. El silencio era casi absoluto, roto solo por el susurro de mi respiración y el ocasional silbido de mi katana cortando el aire. Este lugar, libre de distracciones mundanas, era donde podía conectarme con la esencia misma del combate, donde cada fibra de mi ser se alineaba con mi propósito. Aquí, en esta vasta sala, la danza de la lucha se convertía en una meditación en movimiento, una comunión entre cuerpo y espíritu.

Cada vez que algo me preocupaba, encontraba consuelo en el entrenamiento. Hoy no era diferente. La incertidumbre y la tensión de los recientes acontecimientos me habían llevado a este lugar, buscando liberar el estrés acumulado. La katana cortaba con precisión, y el holograma que tenía delante, un simulacro de un kaiju, se movía con una velocidad sorprendente, pero no suficiente para esquivar mis ataques. Con un giro rápido, deslicé la hoja por el flanco del holograma, sintiendo la resistencia de la proyección mientras ajustaba mi postura para un golpe final. Descargando toda mi fuerza en un corte ascendente que decapitó al holograma de un solo golpe. La cabeza virtual se desvaneció en el aire, dejando solo el cuerpo parpadeante que pronto se disolvió. El holograma emitió un último destello antes de apagarse, y un momento de silencio llenó la sala.

El sudor perlaba mi frente, gotas saladas trazando caminos irregulares a lo largo de mis mejillas y cayendo silenciosamente al suelo metálico de la sala de entrenamiento. Mi cuerpo, resplandeciente bajo la luz tenue y enfocada, era un lienzo que contaba la historia de cada movimiento, de cada golpe y de cada esfuerzo. Sentía cómo cada fibra de mis músculos se tensaba y se relajaba en un ritmo sinfónico, un ballet de fuerza y resistencia que había perfeccionado a lo largo de los años. Mis brazos, envueltos en una delgada capa de transpiración, sostenían la katana con una firmeza que desmentía el temblor sutil de la fatiga. Cada corte y cada estocada eran precisos, una danza mortal coreografiada con gracia y ferocidad.

A pesar del esfuerzo, mantenía una postura elegante, cada movimiento calculado para maximizar la eficiencia y la precisión. Había una cierta belleza en la lucha, una armonía en el caos que sólo aquellos que se sumergían en ella podían entender.

Mis movimientos eran fluidos, cada paso calculado, cada giro preciso. Mi cuerpo estaba en sintonía con la katana, moviéndonos como uno solo. Sentía mi fuerza regresar a mí con cada golpe, con cada corte, renovando mi determinación y mi propósito. La katana era ligera en mis manos, pero con cada movimiento, sentía el poder concentrado en la hoja, un poder que solo podía ser desatado con precisión y control absoluto. Sentía el ardor en mis muslos, la quemazón en mis pantorrillas, cada músculo gritando su protesta mientras seguía adelante, impulsada por una voluntad. Cada paso, cada giro, era un testamento a mi dedicación, a la perfección que buscaba incansablemente.

El sudor empapaba mi ropa, haciendo que se pegara a mi piel, gracias a la intensidad de mi entrenamiento. Mis manos, firmemente aferradas a la empuñadura de la katana, estaban húmedas y resbaladizas, pero no perdían su control. La fricción entre mis palmas y el cuero era un vínculo que mantenía mi conexión con el arma, una línea directa de mi energía canalizada.

𝐋𝐎𝐒𝐈𝐍𝐆 𝐘𝐎𝐔 ─── Soshiro Hoshina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora