Las estrellas pintaban el cielo que contemplaba, rodeado de hojas color verde oscuro y arboles con troncos de gran tamaño, un zumbido molesto lo saco de sus pensamientos logrando distraerlo. Hace dos horas reloj que se encontraba parado en frente de la puerta de su cabaña, pensando en quién sabe qué y porqué, de brazos cruzados miraba hacia el cielo en medio de la noche, las estrellas eran su más grande consuelo cuando se sentía solo. "¿También se sentirán solas? con tantas de ustedes que hay", decía en su cabeza mientras acomodaba aquellos anteojos que adornaban su pálido rostro, jamás podría volver a ver las estrellas como verdaderamente son y eso le frustraba, sus más grandes compañeras vistas tras un maldito cristal. Se creería alguien muy independiente si no fuera porque su vida dependiera de ellos.
Molesto por esa repentina interrupción se dispuso a entrar para obtener un sueño profundo después de semanas de insomnio, pero nuevamente sus pensamientos no lo dejaron en paz. Después de haber tenido ese encuentro inoportuno con alguien de la nobleza sus pesadillas sobre aquel día habían regresado y se maldecía internamente ya que le había costado deshacerse de esos sueños nefastos, harto de revolcarse entre las sabanas se levantó y con un claro enojo cruzó la puerta, comenzando a caminar a paso firme por el bosque, enojado consigo mismo por permitir que cosas como esas siguieran agobiándolo con tanta facilidad después de tantos años. Caminó, caminó y caminó con tanta furia contenida que sin darse cuenta llegó al sendero principal por donde solían pasar los carruajes; el bosque Branham, además de ser conocido como uno de los más peligrosos, era notable por ser la antigua ruta principal para llegar a Efra, que hace años no se usa por su dificultad. Si bien era el camino más corto, la mayoría de los que pasaban, no llegaban al otro lado.
Un fuerte golpeteo lo puso alerta y sus ojos detonaron miedo en un instante, en el cual su cuerpo opto por esconderse detrás del árbol más cercano. A lo lejos, se veía como a todo galope venían dos caballos carreando lo que pareciera ser una caja enorme con miles de destellos, ¿qué estaba presenciando?, ¿no era una ruta no viable? Atónito ante lo que veía observó como aquella caja resulto ser un carruaje, "Más ricos sin cerebro, genial", expresó. Viendo como el carruaje pasaba a toda velocidad, logró distinguir una cabellera roja desde la ventana. "Ese color parece perseguirme últimamente", dijo a sus adentros, el color que predominaba en su vida eran los tonos verdes y marrones del bosque. Decidió volver sobre sus pasos y tratar de dormir una vez más, lográndolo tras unas horas dando vueltas entre las finas sabanas.
La luz del sol hizo acto de presencia sobre sus sensibles ojos verdes y con algo de torpeza se colocó los anteojos, bostezó cansado, no había dormido bien otra vez. Reincorporándose sobre su cama, se estiró y un crujido se escuchó; el estar constantemente sentado escribiendo dejaba sus consecuencias. Hoy era un día de trabajo, saldría a vender una vez más esos cuentos que tanto amaba hacer. Decidido salió de la casa con su baúl de madera en mano, una túnica que cubría su rostro con una gran capucha y una sonrisa en su rostro tras la tela. Emocionado por ver esas sonrisas que le daban un poco de color a sus grises días se encaminó hasta el pueblo más cercano. Eran su razón de seguir escribiendo, de plasmar una vez más la pureza de su corazón en el papel.
Una vez sus pies tocaron el centro comercial, de su baúl saco un banco para así sentarse y colocar el anterior mencionado en frente para disponerse a sacar los distintos libros que había dentro; hadas, guerreros, magos y demás historias, cada libro con una tapa y color diferente. Las tablas de madera se acomodaron formando una mesa, sorprendiendo a varias personas que pasaban por el lugar, y allí apiló los libros. Los clientes comenzaron a llegar poco a poco, niños y niñas que pasaban con sus padres tirándoles del brazo con euforia. "¡Lu trajo nuevos libros!", gritaban los pequeños.
"Lu" era un apodo que había surgido desde su segundo libro, cuando un niño que ojeaba las paginas no sabía cómo pronunciar su nombre y al observar la cara del mayor, lo señaló y repitió el mismo balbuceo.
— Las ventas crecieron hoy —decía en voz alta mientras guardaba el banco entre las maderas vacías, había vendido todo y estaba contento de volver a su hogar con los bolsillos llenos.
— ¿Aún le queda algo? —una dulce voz profunda invadió los oídos del azabache, dejándolo desconcertado unos instantes. Su vista elevó y nuevamente se topó con aquellos orbes de un tan distintivo tono, "voy a soñar con ese maldito color", dijo molesto en su cabeza.
— Lo lamento, señor, ya no me quedan ejemplares —acomodó sus cabellos y una linea se formó en sus labios tras la respuesta, sus ojos viajaron por la ropa ajena; brillos, muchos brillos y piedras preciosas inundaban la tela de su saco y pantalón, unas medallas adornaban su pecho y un lindo broche se encontraba en su muñeca. Con tan solo verlo una vez le bastó para ponerse a la defensiva y elevar el baúl, quería irse rápido.
— ¡Espera! —el joven noble lo detuvo, tomándolo por su antebrazo— quisiera leer alguno de sus libros algún día, he oído muchas reseñas de ellos... ¿cada cuánto ronda por éstos lares?
Nuestro escritor estaba estático, era la primera vez que alguien de la nobleza se había interesado por sus libros, ¿cómo supo de ellos?, ¿venían por el? la paranoia volvió a inundar su cabeza.
— No sé cuando volveré, no me siga, señor —de manera seca respondió y bruscamente su brazo quitó, yéndose del lugar con prisa.
Había llegado a su cabaña con una extraña sensación en el pecho, sin embargo trató de ignorar ese sentimiento y luego de ciertas horas se dispuso a preparar la cena. Sus pensamientos divagaban entre las verduras y el filo del objeto con el que cortaba, "¿Siempre estuvo tan afilado?", pensó el megane tratando de contener los impulsos intrusivos de clavárselo en el abdomen. "Un momento... ¿es normal tener ese pensamiento de querer clavarme un cuchillo?" Rió para si mismo e intentó olvidarlo, siguiendo con su comida.
Cuando finalmente estuvo lista se sentó a comer, dispuesto a disfrutar cada bocado y pensar en lo que había sucedido en la tarde. El azabache era fiel creyente de que las casualidades no existen, pero quizás... y solo quizás, sí existía la probabilidad de que sea una casualidad que ese color se entrometa tanto en su vida, ya que no había explicación lógica para ello. "¿Pero porqué justamente lo veo ligado a esas escorias?", volvió a cuestionarse y un escalofrío recorrió toda su espina dorsal logrando que un gesto de asco se plasmase en su rostro quitándole el apetito, observando decepcionado su plato a medias suspiró y lo llevó al fregadero. Vaya desperdicio.
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Branham
RomanceTopándose constantemente con el color rojo, Loys descubre un gusto especial por el mismo y se deja llevar por sus portadores. ¿Habrá sido buena o mala idea?