La iniciativa brotaba por sus poros, animadamente se levanto de la cama y la acomodo con rapidez. Hoy era uno de esos días en donde se daría el lujo de comer fuera ya que su bolsillo de lo permitía, mirándose en el espejo acomodo sus despeinados cabellos con la ayuda de los dedos y con un poco de saliva peinó sus cejas. Él realmente disfrutaba salir al pueblo, cosa que antes le resultaba terrorífico y prefería morir en la hoguera que salir de su cabaña.
Colocándose la túnica como le era costumbre fue adentrándose a los senderos de tierra provenientes de Grinley, rumbo a uno de los bares menos concurridos del lugar. Sin quitarse aquel manto que ocultaba su rostro fue atendido por una camarera quien con pesadez tomó su orden, era el único en el lugar a excepción del personal y eso le gustaba, más por su seguridad que por otra cosa. Alrededor de veinte minutos estuvo expectante a que su comida llegase y subió un poco la tela para que no le estorbara a la hora de comer. A pesar de ser un espacio donde la gente no suele habitar con frecuencia, la comida era de muy buena calidad y tenia sus clientes frecuentes.
Bocado tras bocado disfrutaba plenamente de aquella carne, y le importaba un comino que fueran las diez de la mañana, él comería a la hora que se le antojase. Cuando llevaba mitad del plato un fuerte estruendo lo sacó de su deleite y lo llevó a alzar la vista, topándose con un grupo de hombres altos y fornidos que claramente no venían con buenas intenciones, un camarero rápidamente los atendió con temor y uno del grupo se aproximó a el con una sonrisa santurrona.
— ¿Qué se les ofrece, caballeros? —cuestionaba el joven trabajador del bar ocultando su rostro tras una bandeja, tratando de que la misma no temblara por el miedo que le causaban los recién llegados.
— ¡Tráiganos su mejor vino! —exclamó autoritariamente el líder.
— Vino a esta hora... —se le oyó susurrar al mesero quien seguía oculto tras la bandeja.
— ¿¡Ah!? —gritó el gran hombre que aparentemente había escuchado el cuchicheo ajeno—. ¡Solo trae el puto vino!
Asustado el joven saltó en su lugar y a paso veloz fue a buscar lo que le habían pedido. Desde el otro extremo del lugar el azabache pudo divisar cinco integrantes en la banda recién llegada quienes se ubicaron lejos de su persona, hablaban animadamente y elevaban la voz al reír de forma exagerada. Comenzaba a fastidiarse, si había algo que no toleraba era el escandalo en un momento de paz, arruinaron su comida. Intentó seguir comiendo con calma mientras les echaba un ojo de vez en cuando, no le agradecieron al muchacho luego de que este les llevase el vino y procedieron a pedir comida de a montones la cual no tardo mucho en llegar a su mesa, comían como cerdos y hablaban de si mismos como si fueran reyes. Realmente asqueroso, su apetito se arruinó nuevamente, y con enojo hizo un fondo blanco con la cerveza que pidió antes de que los indeseables individuos aparecieran.
De pronto un nuevo personaje entró en escena, ésta vez se trataba de un alto muchacho con capucha cubierto de pieza cabeza en tonos oscuros, el mismo se aproximó a la barra y pidió lo que parecía ser un vaso de agua a los ojos del azabache, no lograba distinguirlo a la lejanía por lo que acomodó sus lentes en un intento fallido de ver lo que había pedido con disimulo. No le presto mucha atención al nuevo espécimen que cruzaba ante sus ojos puesto que su comida se acabó y disponía de poco tiempo, así que decidió irse no sin antes dejar unas tantas monedas de plata para pagar lo consumido. En ese instante donde sus piernas se enderezaron un grito captó su atención, la mesera estaba siendo acosada deliberadamente por uno de los fanfarrones de aquella mesa, se podía ver con claridad como el más grande introducía su mano debajo del vestido de la joven logrando que esta pegara un agudo grito alertando a los pocos presentes en el lugar. El dueño del lugar que se hallaba en la caja se acerco con prisa y pidió que la soltara, obteniendo una risa de parte del contrario.
— ¿Tú y cuántos más harán que no me la lleve a mi cama ésta noche? —comentaba altanero mientras se reincorporaba y acercaba su cuerpo al de la jovencita. Agachándose, abrió su boca y sin pulcro deslizó su lengua por la mejilla femenina, recibiendo una mueca de asco de parte de la misma.
— Suéltala, por favor —en tonos bajos suplicaba el hombre mayor, no podría enfrentar a ese mastodonte ni que le fuera la vida en ello. Sin duda lo haría pedazos y el miedo no le dejaba avanzar.
Era más que sabido que el carente de inteligencia haría caso omiso a su petición, ignorándolo limpiamente y así darle la vuelta a la muchacha, obligándola a besarlo bajo la risa de todos sus compañeros. En un acto desesperado la chica trataba de empujarlo a toda costa, fallando en sus miles de intentos por liberarse logro arañar el rostro del más alto con sus uñas ganándose un empujón de parte del mismo, quien enfurecido se abalanzó sobre ella y cuando el gerente creyó que allí mismo presenciaría un acto ilícito el fornido cuerpo del hombre se deslizó con rapidez hacia un lado; una fuerte patada fue la culpable.
— Pero quién... —el azabache a este punto estaba dispuesto a intervenir cuando alguien fue más rápido que él, logrando interceptarle un golpe al abusador. En la vista del escritor volvió a aparecer ese llamativo color rojo. Ese hombre que había entrado minutos antes del suceso fue el salvador del día, en ese momento la capucha que cubría su rostro se deslizó dejándolo al descubierto; cabello rojo, una bronceada piel y unos ojos brillantes que llevaban los tonos del otoño.
El megane se sorprendió por la belleza del muchacho puesto que no encontraba personas así en el pueblo, y si lo hacia, no eran de su misma clase social. Quedándose estático por segundos no se percato cuando el llamativo héroe se acerco a él.
— Cierra esa boca o te entraran moscas —bromeó subiendo la mandíbula del azabache para que su boca se cerrara.
— Qué confianzudo —el de anteojos apartó la mano contraria y a pesar de que quisiera seguir admirando su belleza le regaló una furtiva mirada, con ese comentario le demostró qué tipo de personalidad tenia y sin duda era de las que más odiaba. Bonito y presumido.
— ¿Qué te habrá sorprendido más? —el desconocido no se alejaba, y con una sonrisa siguió hablando—. ¿Mí rostro o mí fuerza?
Una mueca de disgusto de parte del escritor fue limpiamente presenciada en su rostro quien segundos después carcajeó y empujó al hombre para irse sin siquiera responder a su estúpida pregunta, "estúpida" según él. Justo cuando su cuerpo dio media vuelta sintió como le retenían desde el antebrazo, era el de orbes rojizos otra vez.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó, su tono de voz había cambiado y una ligera sorpresa se podía apreciar en sus ojos.
El de bellas iris color verde sonrió, zafándose del agarre acomodó su propia capucha y finalmente susurró "Loys".
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Branham
RomanceTopándose constantemente con el color rojo, Loys descubre un gusto especial por el mismo y se deja llevar por sus portadores. ¿Habrá sido buena o mala idea?