El Corazón De La Oscuridad

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La prisión donde Daniel estaba atrapado no era una simple caverna; era un vasto laberinto de penumbra y desolación, un lugar donde las sombras tenían vida propia y el aire estaba cargado con el eco de lamentos interminables.

Este lugar, conocido como el Corazón de la Oscuridad, era una manifestación de los miedos más profundos y las esperanzas rotas.

Daniel y Seraphiel se encontraban en el Laberinto de las Almas Perdidas, un sector donde los caminos eran inciertos y cambiantes. Los muros, hechos de una sustancia negra y viscosa, parecían respirar con un ritmo propio, palpitando como si estuvieran vivos.

Los corredores estaban llenos de sombras espectrales, almas condenadas a vagar sin rumbo, sus gemidos y susurros un constante recordatorio del sufrimiento eterno.

Las almas perdidas se deslizaban entre las paredes, sus figuras translúcidas extendiendo manos suplicantes hacia Daniel, tratando de arrastrarlo hacia su misma desesperación. Cada paso era un esfuerzo monumental, el aire cargado de una pesadez opresiva que drenaba su energía.

Más allá del laberinto, se extendía el Bosque de los Espejos Retorcidos, un lugar donde los árboles eran altos y delgados, sus troncos y ramas reflejaban distorsionadas visiones de los miedos más íntimos de quienes osaban mirar. Aquí, los reflejos mostraban no solo el pasado, sino también futuros posibles llenos de terror y dolor.

Los guardianes de este sector eran sombras sin forma, seres de pura oscuridad que se movían entre los espejos, atacando a cualquiera que intentara cruzar. Sus garras eran como cuchillas afiladas, y sus ojos brillaban con un odio infinito.

Daniel, guiado por Seraphiel, tuvo que evitar mirarse en esos espejos, concentrándose solo en avanzar, a pesar del terror que le invadía.

El siguiente sector era el Mar de Fuego Eterno, un vasto lago de llamas perpetuas que ardían sin consumir nada. Las aguas de fuego eran un paisaje de oleadas naranjas y rojas, cada ola una lengua de llamas que prometía dolor indescriptible. Las orillas estaban cubiertas de cenizas y huesos calcinados, los restos de aquellos que habían intentado cruzarlo.

Los guardianes aquí eran gigantes de fuego, seres formados completamente por llamas vivientes. Se movían con una gracia peligrosa, cada paso un incendio, cada mirada una chispa de furia. Daniel y Seraphiel debían atravesar este mar con cuidado, usando la luz interior de Seraphiel para protegerse del calor abrasador.

Finalmente, llegaron al Valle de los Susurros, un lugar donde el suelo era de piedra negra y las montañas circundantes susurraban con voces de antiguos espíritus. Este sector estaba impregnado de una oscuridad que no solo era física, sino también emocional. Los susurros eran constantes, llenando la mente de Daniel con dudas y miedos.

Los guardianes del valle eran espectros intangibles, sombras que se deslizaban en silencio, intentando infiltrarse en la mente de Daniel y desorientarlo. Seraphiel luchaba contra estos ataques mentales, protegiendo la psique de su anfitrión con todas sus fuerzas.

El conjuro que atrapaba a Seraphiel era una red de oscuridad tejida con malicia y odio, un encadenamiento de energía negativa que se aferraba a su esencia angelical.

Estas cadenas invisibles no solo restringían su poder, sino que también infligían un dolor constante, como si cada fibra de su ser estuviera siendo desgarrada lentamente.

Seraphiel sabía que la única forma de romper el conjuro era encontrar el Corazón de Luz, un antiguo artefacto escondido en el Corazón de la Oscuridad. Este objeto, creado en tiempos inmemoriales, tenía el poder de disipar las sombras y liberar a los atrapados por la oscuridad.

Sin embargo, el Corazón de Luz había sido partido en dos y escondido en los rincones más profundos de la prisión.

Gabriel, guiado por un instinto casi divino, avanzaba a través del bosque de cenizas y fuego, siguiendo una senda de intuición y esperanza.

Finalmente, llegó a una caverna oculta, cuyas paredes brillaban con una luz tenue y dorada. En el centro de la caverna, descansaba la mitad del Corazón de Luz, un fragmento que irradiaba una energía pura y celestial.

Gabriel sintió un estremecimiento al acercarse al artefacto, su luz resonando con la esencia de Seraphiel. Al tocarlo, una oleada de conocimiento lo invadió, mostrándole el sufrimiento y la lucha de Seraphiel y Daniel. Vio las cadenas oscuras que aprisionaban a su hermano y sintió el dolor que ellos soportaban.

- Seraphiel... Daniel... -susurró Gabriel, su voz llena de emoción y determinación - Estoy cerca, lo prometo.

Pero la revelación también trajo consigo una amarga verdad. La mitad del Corazón de Luz solo tenía un fragmento del poder necesario para romper el conjuro. Necesitaba encontrar la otra mitad, escondida en algún rincón desconocido del Corazón de la Oscuridad.

Con el fragmento en mano, Gabriel sintió una renovada urgencia. Sabía que el tiempo se estaba agotando y que cada momento era crucial. Con una determinación renovada, se preparó para adentrarse aún más en la prisión, decidido a encontrar la pieza faltante y liberar a sus seres queridos del yugo de la oscuridad.

Gabriel avanzaba hacia lo desconocido, su luz brillando como un faro en la penumbra, mientras Seraphiel y Daniel seguían luchando por su supervivencia, sabiendo que la esperanza aún ardía, aunque débilmente, en el corazón del arcángel.

Gabriel avanzaba hacia lo desconocido, su luz brillando como un faro en la penumbra, mientras Seraphiel y Daniel seguían luchando por su supervivencia, sabiendo que la esperanza aún ardía, aunque débilmente, en el corazón del arcángel

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Entre El Amor Y La Traición (Libro III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora