Prólogo

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Tomé las maletas amontonando todas y cada una de ellas en una esquina de la habitación, las temperaturas del verano no hacían más que aumentar.

Estaba tal y como la recordaba, excepto por lo de extremadamente sucia.

—Dios mío, esto está peor que la habitación de Max.—murmuré asqueada.

—Te he escuchado.—gritó mi hermanito pequeño desde el umbral de la puerta.

—¿Cuándo dejarás de ser tan cotilla?—pregunté girandome hacia él.

No respondió, solo sacó su lengua y comenzó a correr hacia su habitación.

Mocoso diabólico.

Mamá me ayudó buscando algunas cobijas y fundas para la cama. Por nada en el mundo me pienso acostar en una cama donde habrá pasado Dios sabe qué.

Cuando finalmente estuvo lista no me lo plantee mucho y me lancé en ella.

—Esto es vida.—susurré abrazando mi almohada con el cansancio a flor de piel. Cada una de estas paredes me transportan a años atrás, sus pegatinas de Barbie y estrellas brillantes en el techo me traen puros recuerdos de mi niñez. Necesitaba remodelación pero ya.

Finalmente me dormí cediendo ante mi sonado cansancio. Sobrevivir como adolescente de diesiciete no es cualquier hazaña. Tres horas después desperté. Con mi Apple wacht como testigo.

Eran recién las siete de la tarde cuando comenzaba caer la noche, al levantarme noté a mamá parada en la puerta.

—¿Qué pasa, mamá?—ella se sentó en la cama e hizo un ademán para que siguiera sus pasos, cuándo obedecí comenzó a hablar.

—Se que quizás es extraño para ti, o tal vez te sientes un poco rara pero eso es normal, quiero que sepas que en cuanto nos repongamos podremos volver a la ciudad.—noté una pizca de culpa en sus palabras.

—No te preocupes por eso, mamá. Tú céntrate en lo importante, salir adelante, yo mientras te apoyaré.

Tenía planeado desde hace mucho buscar un trabajo y aprovechando nuestra situación me parece que no vendría nada mal.

—Gracias.—me dedicó una corta sonrisa antes de abrazarme.— Te quiero, cariño.

—Y yo a ti, mamá.—se levantó de la cama y se alejó tomando las escaleras.

Sabía que la situación no era nada fácil y no pensaba empeorarla aún más.

Mi padre fue culpado de desviación de fondos metiéndose en un gran lío, almenos eso he escuchado, apesar de los intentos de mí padre por demostrar su inocencia y no llevar estás erróneas suposiciones a más no resultó y terminó siendo llevado a la corte. Se presentaron pruebas de sus huellas en las cajas fuertes y no hubo nada más que hablar, fue nombrado culpable. Por suerte al llevar a cabo algunos negocios solo recibió una demanda de un millón de dólares obligándonos a despojarnos de todas nuestras comodidades, casa, auto y toda el dinero ahorrado.

Sabía que mi padre no era un ladrón, pero si que su jefe era un patán. Ojalá que Dios lo guarde y se olvide dónde. Al jefe, claro.

Bajé las escaleras por un poco de comida al sentir mis tripas rugir. Siempre comíamos temprano por lo que al bajar no fue una sorpresa encontrarme con la mesa servida.

—Justo te iba a llamar.—aseguró mamá—. ¿Podrías traer a tus hermanos?—asentí subiendo una vez más.

—¡Max! ¡Peter!—exclamé desde el umbral.

Ambos estaban en sus tablets jugando diferentes juegos. Estaba segura de que en un futuro serían de la generación niño rata.

—La cena está lista. Ahora sí ¿No?—al escuchar mis palabras se levantaron apresurados en una carrera para bajar las escaleras ignorando mi presencia en el acto.

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