[Capítulo 1]

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Mi mañana se basó en desempacar ropa. Éramos yo y la pereza contra el mundo. Y bueno, Clara.

—Creo que ha llegado mi momento, continúa tú...—saqué mi lengua de forma dramática en un intento de fingir mi muerte. Me golpeó con una camisa—. ¡Hey!

—Deja la pereza.—justificó su golpe de forma calmada.

—Si lo hago yo también podría desaparecer.

—Más vale arriesgarse.

Rodé mis ojos.

—Puff, okey.

Quince minutos más tarde terminamos de organizar todo en mí gran armario. La parte que más amaba de la casa.

—Deberias prestarme algunos de tus vestidos.—comentó tomando uno rojo vino con apertura en la pierna.

—Sin problema.—hice con mi mano un signo de perfecto.

—Hablando de eso. ¿Qué era lo que me querías contar?

Hoy en la mañana había recibido un mensaje de Clara en el que decía que necesitaba contarme algo.

—¡Madre mía! ¡Cómo lo he podido olvidar!—exclamó mientras saltaba emocionada en su lugar. Cómo mínimo ganó la lotería.

—¿Y es...?

—¡Mark Harrison ha organizado una fiesta! ¿Y adivina qué? ¡Estamos invitadas!

—¿Mark? No iré.

—¿Es enserio?—su cara cambió a una desilusionada.

—Claro que no, él me rechazó.

—Lo escribiste por un número falso y ni siquiera supo quien fue.

—¡Da igual! Hablamos durante un mes, se supone que si me rechaza es porque no le gustó mi personalidad.

—Dramática.

—Animal.

—Zorra.

—Perra.

—Avestruz...

—¡Suficiente!—sabía que sí no paraba ahora jamás iba a terminar.

Ella comenzó a reír descontroladamente. Tonta.

—Sabes que sufrí mucho por él.—me dolía recordar esos días en que mi único refugio fue mi habitación, y mi almohada mi fiel compañera.

—Tres días después te empataste con Jackson.

—¡Cómo sea! ¡No iré!

—¡Te quiero! ¡Adiós! ¡Muchas gracias!—gritó Clara mientras caminaba por la acera hasta llegarse a su casa.

Aún no se cómo terminé callendo en su juego. Su justificación fue que este fuera el regalo que no le di los últimos ocho años.

Parece ser que por dentro si que soy un poco blanda.

—¡Cristina! ¡Ven acá un momento!

Al escuchar la voz de mí madre rápidamente en acerqué a su cuarto, el mismo que compartía con papá.

—Quiero que conozcas a Isabella.—en frente mío había una mujer adulta de la edad de mamá. Me acerqué a ella y la saludé con un beso en la mejilla.

—Pero ella debe de acordarse de mí ¿no?—mi madre negó ante sus suposiciones.

—Tiene memoria de Doris.

—¡Hey!—solo yo podía burlarme de mí memoria.

La mujer soltó una pequeña risa.

—Igualmente no importa.—le restó importancia.

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