Las marcadas ojeras en mí rostro fueron inevitables. Me observé; una, dos, tres, cuatro veces al espejo y aún no terminaba de creer que fuese tan parecida a un panda.
Mi ducha mañanera fue sumamente reparadora. Pasé de zombie a mendiga. Una marcada diferencia.
Fue más que obvio que mi madre me castigó, ya que según ella me llamó muchas veces y que ninguna de las llamadas las contesté. Pero, ¿Cómo escuchar el teléfono con tanto ruido y alboroto?
Me senté en la cama pensando en que podría hacer ahora que no tenía mi celular, y no lo tendría hasta que mi madre, dicho por sus palabras: Se acuerde de ello.
Recosté mi cabeza a la almohada debatiéndome que podría hacer hoy. Llamé a Clara desde el teléfono principal planteandole la original idea de salir por ahí y caminar, ella gustosa aceptó.
Me daba mucha nostalgia recorrer las mismas que calles que años atrás, recordar el puesto de helado de la esquina aún abierto. No dudé en probar uno de ellos con el delicioso sabor de frutos del bosque, mi favorito. Clara también probó uno de nutella, y bueno, me sorprendió un poco, recordaba que lo aborrecía. Pero bueno, después de todo los gustos cambian.
***
Era raro saber que ésta sería mi primera vez en un trabajo, y aunque fuese lo más simple del mundo, a mi parecer era bastante complicado, ¿Qué pasa si no agrado? ¿Si doy malas impresiones?
Isabella me indicó lo que debería de hacer y gracias a Dios, era bastante simple. Yo atendería al cliente, en el caso de que desearan el préstamo de un libro deberían firmar un pequeño documento y prestar su carnet y datos. No sabía que esto existía pero también se contaba con un buscador de libros, solo nombraban un libro y yo podría buscarlo desde una computadora y dar la ubicación. En fin, solo debería dar los buenos días y en el raro de los casos, firmar un pequeño papel. ¡Demasiado simple!
Luego de escuchar atentamente sus indicaciones me senté en una cómoda silla con escritorio situada exactamente en la entrada del lugar. Las puertas eran de cristales polarizados con madera refinada a su alrededor. La biblioteca estaba siendo climatizada la mayoría del tiempo y la comodidad de sus mesas y sillas la hacían más impresionante.
—¿Te sientes preparada?—asentí alegre—. Perfecto, porque ya abrimos.
Tomó el cartel de la entrada y le dió la vuelta, ahora mostrando la palabra abierto. Minutos después llegó mi primer cliente.
El chico sacó de su bolsillo el comprobante de pago mensual, una pequeña tarjetita con su fecha de validación, en unos días iba a vencer. Comprobé que no fuera falsa y le dejé pasar.
Los clientes frecuentes no necesitan de la tecnología para encontrar los libros, bastante admirable, en verdad.
Un nuevo chico entró, me sorprendí al notar que seguía de largo.
—¡Oye tú! ¿Qué crees que haces?—el individuo se volteó hacia mí confundido. Me sonaba... ¿Conocido?
—¿Cristina?—parecía confundido, más que yo.
—¿Cómo sabes mi nombre?—tal vez sí que lo conozca.
—Soy Will.
—¡Ah...! ¿Quién?—efectivamente, no me suena para nada.
—Perdón, olvidaba que no sabes mi nombre. Soy el chico del super.
—¡Oh! Con razón decía conocerte.—mi mente se aclaró rápidamente, sabía que esos azules ojos me recordaban a algo.
—¿Desde cuándo trabajas aquí?—su voz sonaba suave y curiosa.
—Uhm... Desde hace diez minutos.—el me miró divertido.
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El Dilema Del Amor
Teen FictionDespués de enfrentar una crisis económica, Cristina y su familia deciden regresar a su antiguo pueblo en las afueras de la ciudad en busca de estabilidad. Aunque siente tristeza por dejar atrás a sus amigos, Cristina acepta la decisión pensando en e...