¡MILAGRO EN EL PARQUE!

0 0 0
                                    

Nadie sabe cómo llegó. Ni de dónde. 
La cuestión es que ese sábado a la mañana apareció allí, en medio de un cantero  del Parque Lezama. 
Estaba adormido. Plácidamente. Lo que es muy natural tratándose de un ángel.
¡De un ángel! si. ¡De un ángel! 
Allí estaba el ángel dormido, con la cabeza medio tapada por un ala celeste, y los pies desnudos aplastando las margaritas del cantero. 

...

Un ángel es algo sencillo de ver. Sobre todo si el ángel esta dormido. 
S

in embargo paso un buen rato y nadie parecía darse cuenta de nada.  Ni siquiera Boris, el linyera, que también dormía plácidamente en el cantero del vecino. 
Pero empezaron a llegar los chicos, con la pelota y las bicicletas y los perros. 
Y atrás de los chicos llego Clara, la de la pensión, con la bolsa llena de verduras. 
Y atrás de Clara llego Natalio, el del tallercito, con un paquete de medialunas para el mate. 
Y  como ni los chicos ni Clara ni Natalio -los chicos menos que menos- tenían pelos en la lengua, se pusieron a gritar como locos: 

   -¡Un ángel dormido! ¡Un ángel dormido! - 

    (Boris, el linyera, que se había despertado con el bochinche, también gritaba, pero cosas extravagantes, como hacen siempre los linyeras.) 

Y los chicos saltaban y los perros ladraban. 
Y  a Clara, de la emoción, se le cayeron todas las zanahorias por el pasto. 
Y Natalio, de los nervios, empezó a comerse las medialunas, una tras otras. 
Pero nadie les hizo caso. 
Porque ni Clara ni Natalio ni Boris eran personas serias.
Los que si eran personas serias les dijeron a los chicos que no fueran bobitos, que los ángeles no existían y que patatín y que patatán.
A Clara le aconsejaron que se acostara a oscuras, con un trapo mojado en la cabeza.
A Natalio le dijeron que el anís era un veneno con el estomago vacío y que parecía mentira, hombre grande... 
A Boris trataron de decirle algo pero nadie supo que.
Y a los perros les dijeron: "¡Juera, perro!" 
Eso dijeron las personas serias. 
Y aquí, señores, no ha pasado nada. 
Pero llegaron los reporteros. 
Y entonces las cosas cambiaron. 
Porque los reporteros no son cosa de chiste. Sobre todo si trabajan en El Cronicón, que ese día vendió cualquier cantidad de diarios con el asunto del ángel. 

¡¡MILAGRO EN EL PARQUE!! ¡¡DECENAS DE ANGELES SOBEVOLANDO LOS CIEN BARRIOS PORTEÑOS!! 

Así  decía la primera pagina. 

...

A las tres de la tarde, el parque era un hervidero.
Ariba de todo, alborotando a las cotorras, estaba el periodismo. Abajo, con los nenes a babuchas, se apretujaban los vecinos. 

Los que habían llegado primero -Natalio, el del tallercito, a la cabeza-  formaban el cordón de seguridad, que rodeaba al ángel dormido. Se los distinguía por su vincha emplumada y porque, haciéndose los importantes, decían cosas como: "Atrás, atrás, compañeros... Dejen trabajar a los camarógrafos..." 
La que faltaba era Clara, la de la pensión, que estaba en la peluquería de la vuelta porque le habían prometido un reportaje exclusivo -con foto y todo- para El Cronicón.
Y aunque parecía que ya no cabía un alfiler, la gente seguía llegando. Llegaba con sus chicos y sus bolsos llenos de mamaderas y de sanguches de milanesa. Alguno se venían con la reposera y con el termo para el mate, por si había mucho que esperar. 
¿Esperar que? dirán ustedes. 
De eso, nadie estaba muy seguro. 

La pandilla del ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora